En el año 1611 Claudio Monteverdi,
entonces residente en la corte de Mantua, describió en una misiva el arte de
Adriana Basile con estas palabras:
“...cada
tarde de viernes hacemos música en el Salón de los Espejos. La señora Adriana
se incorpora para cantar música en conjunto y la acomete con tal poder e
impactante belleza como para deleitar a los sentidos, y casi convertir la
estancia en un nuevo teatro…”
¿Quién era esta Adriana capaz de conmover
de tal manera el corazón del genio de Cremona? Nada más y nada menos que una de
las mayores estrellas que conoció la música italiana del siglo XVII. Su arte y
su belleza fueron alabados en la época por príncipes, nobles y cardenales. Su
presencia fue requerida en las cortes de los grandes, especialmente en la de
Mantua, en donde el duque Vincenzo I de Gonzaga -que ya contaba con Monteverdi
como maestro de capilla desde 1601- no escatimó esfuerzos para atraer a tan
renombrada artista.
Adriana Basile nació cerca de Nápoles
hacia 1580 y pronto destacó como cantante, aunque también desarrolló una
especial destreza en la interpretación del arpa y de la guitarra, instrumentos
con los que solía acompañar su voz. Su fama se extendió como la pólvora por
toda Italia y se la empezó a conocer por el sobrenombre de La Sirena di Posilipo. Por cierto, su hermano Giambattista fue un
reconocido recopilador y escritor de cuentos, algunos de los cuales fueron
adaptados posteriormente por Charles Perrault y por los hermanos Grimm.
Un dato que apunta la tesis de que la
fama le llegó pronto a la napolitana es que siguió utilizando su apellido de
soltera después de haber contraído matrimonio, suceso que tuvo lugar alrededor
del año 1600. El marido era Muzio Baroni, un caballero al servicio del príncipe
de Stigliano, don Luigi Carafa, noble al que también prestaba servicio Adriana
antes de partir de Nápoles. Posiblemente, el ser ya ampliamente conocida
artísticamente como Basile le llevó a no adoptar el apellido de casada Baroni.
No fueron pocos los aristócratas que
dedicaron poemas a las gracias de la Basile, incluido el propio príncipe, que,
a través del mismísimo Neptuno, la dibuja como una "sirena hermosa y vaga", que inspira en el dios tal amor
como para hacerlo suspirar de una manera que hace que las "olas se llenen de furia". Precisamente, toda esta poesía
dedicada a la diva fue recopilada en el volumen El teatro de las glorias de la dama Adriana Basile, publicado en
Venecia en 1623 y en Nápoles en 1628. La obra se puede consultar y descargar en
formato pdf desde este enlace.
La fama de Adriana traspasó las fronteras
napolitanas y acabó por llegar a Mantua, convirtiéndose en la obsesión del
duque Vincenzo Gonzaga el contar con la presencia de la dama en su corte. Sin
embargo, no fue tarea fácil el traerse a la cantante, en parte por el
compromiso que esta tenía con el virrey de Nápoles, y solamente tras dos años
de negociaciones, en 1610, consistió en acceder a la petición ducal. En mayo de
ese año parte la basilería (término
cariñoso acuñado por el principal biógrafo de Adriana, Alessandro Ademollo,
para referirse a su familia: marido, hijas, hermana, y hermanos) hacia Mantua,
donde llegan en junio, tras pasar por Roma, Bracciano y Florencia.
Cuando la comitiva recaló en Roma,
Adriana tienen la oportunidad de impresionar con su arte al cardenal Fernando
Gonzaga, poeta, compositor y segundo hijo del duque Vincenzo. Inmediatamente
este cae prisionero de los encantos de la Sirena, y remite a Mantua noticia
sobre su belleza y talento.
“Adriana
finalmente llegó anoche de Nápoles; canta muy bien y lee con seguridad; toca de
forma excelente el arpa y la guitarra española; presenta buenos modales y
conoce cuál es su lugar, y es más bien hermosa.”
Precisamente este encuentro inicia una
relación de amistad entre ambos, no exenta de complicidad e, incluso, de
ciertos filtreos, a juzgar por la correspondencia que ha llegado hasta
nosotros. El siguiente texto pertenece a una misiva enviada por Adriana a
Fernando en 1611:
“Estoy
pensando en recalar en Roma para la Semana Santa… pero Vuestra Excelencia no se
encontrará allí...y esa estancia me parecerá muy extraña sin vuestra presencia…
¡paciencia! Me contentaré con escuchar que estáis bien...y esto será suficiente
para consolarme.”
En la siguiente parada del viaje hacia
Mantua, en Florencia, la cantante conoce a músicos de la talla de Bardi,
Fontanelli y Caccini, que también quedan impactados por sus virtudes.
Finalmente, llegan a Mantua en el verano de 1610, y entra al servicio del duque
Vincenzo, quien la colma de valiosos regalos, y, posteriormente, la nombra
baronesa de Piancerreto, en Monferrato.
Vincenzo fallece en 1612 y le sucede su
hijo Francesco. Fernando intenta traerse a Adriana a Roma, pero,
inesperadamente, su hermano muere y él hereda el título de duque de Mantua.
Bajo su mandato las hermanas Basile desarrollan exitosas carreras musicales,
aunque en 1624 la cantante decide volver a Nápoles y ya no regresará nunca a
Mantua, si bien hay noticias de estancias en Roma y otros lugares hasta su
muerte, que tiene lugar en agosto de 1642.
Adriana Basile fue una gran estrella en
su época, y tanto ella, como las otras mujeres de su familia, recibieron al
admiración de propios y extraños. El violagambista André Maugars describe un
recital al que asiste en la residencia de la hija de Adriana, Leonora Baroni,
en el que esta tocaba la tiorba, mientras que su madre y su hermana interpretan
a la lira y al arpa, respectivamente. El francés lo plasma con estas palabras
(Isabella Putnam Emerson, Five Centuries
of Women Singers, 2005):
“Este
concierto, compuesto por tres bellas voces y tres instrumentos diferentes,
tanto afecto mis sentidos y embelesó mi espíritu que me olvidé de mi condición
mortal y llegué a pensar que estaba entre los ángeles disfrutando de los
deleites de los bendecidos.”
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