martes, 10 de diciembre de 2019

A Circle in the Water: un merecido elogio de la melancolía


“Trabaja en ti y todo mejorará», «¡Sonríe!», «la felicidad es una opción, elígela», «si quieres, puedes»,«tengo la libertad y el poder de crear la vida que deseo»…” Estos y  otros muchos mantras parecidos son los que nos vemos obligados a escuchar día a día en la que ha sido definida por algunos como sociedad de la positividad tóxica. Se trata, en palabras de la psiquiatra Berta Pinilla Santos, de “un positivismo excesivo, rígido, que no sabe adaptarse a la realidad del momento y que no reconoce todo el espectro emocional de las personas”. Una positividad que puede hacernos superar cualquier situación, “una especie de pensamiento mágico y malicioso de omnipotencia en el que los problemas o malestares tienen que desaparecer y si esto no ocurre, se interpretará como un fracaso”. Pero, frente este planteamiento basado en un optimismo excesivo de los tiempos actuales, en el pasado se llegó a valorar la tristeza como un elemento de necesaria presencia en la personalidad humana, tanto como potencial del espíritu creativo, como un aspecto de la experiencia mística.

Precisamente, el nuevo disco del conjunto valenciano Capella de Ministrers, A Circle in the Water, reivindica la melancolía desde la perspectiva de la música británica compuesta a caballo entre los siglos XVI y XVII. Los temas incluidos en él forman parte de la banda sonora de la película El cercle en l'aigua, dirigida por Vicent Monsonís, que está basada en la obra de teatro La Estancia de Chema Cardeña.

Para llevar a cabo este proyecto, el director de Capella de Ministrers, Carles Magraner, ha contado con la soprano Delia Agúndez y con Robert Cases interpretando los instrumentos de cuerda pulsada que suenan en las pistas. Agúndez es una de las grandes voces femeninas actuales del repertorio renacentista y barroco en nuestro país, con una notable especialización en la música inglesa, como demostró en su grabación de 2015 The Purcells, en torno a la obra de Henry y la de su hermano Daniel. Actualmente pertenece al ensemble Aquel Trovar, con el que ha lanzado tres trabajos discográficos Canciones de la vieja Europa, De Santa María y Cantar Sola, voces de mujer en el Cancionero Musical de Palacio.

Por su parte, Robert Cases ha centrado su actividad profesional en la docencia y es profesor de bajo continuo en la Universidad de Extremadura. En el disco  toca el laúd renacentista y la tiorba.

Aparte de varios temas anónimos de la época que refleja esta obra, el repertorio está centrado en las figuras de William Corkine,el capitán Tobias Hume, y, como no, el paradigma de la melancolía, el grandísimo John Dowland.

El eje que inspira esta iniciativa es el libro de Robert Burton de 1621 The Anatomy of Melancholy, en el que aparece la melancolía, por vez primera, como aspecto fundamental de la experiencia mística. Pero el tema viene de antes. La teoría de los cuatro humores, muy en boga entre los intelectuales medievales, establecía que el ser humano está influido por cuatro elementos asociados a las fases de la vida:

1. La cólera, equivalente al verano, el mediodía y la edad viril.
2. La flema, relacionada con el invierno, la noche y la ancianidad.
3. La sangre, asociada a la primavera, la mañana y la juventud.
4. La melancolía, que representaba el otoño, el atardecer y la edad madura.

Sin embargo, el nigromante renacentista, Cornelius Agrippa de Nettesheim, en su obra De Occulta Philosophia, defiende que el ser humano recibe de lo alto sus mayores dotes espirituales e intelectuales, bien a través del sueño, bien por medio del “furor melancholicus”, que es inducido por el titán Saturno. De esta forma ya establece una relación directa entre la tristeza y el intelecto.

El pensador neoplatónico Marcilio Ficino, que vivió en la Florencia de los Medici, citaba al mismísimo Aristóteles para defender las virtudes del ser melancólico: “todos los hombres verdaderamente sobresalientes, ya sea que se hayan distinguido en la filosofía, en la política, en la poesía o en las artes, son melancólicos”.



A Circle in the Water ha querido analizar y reflejar la melancolía británica de este periodo, algo a lo que se asocia directamente con las piezas del compositor y laudista John Dowland. Muchos autores identifican al músico con el espíritu inglés de la época, hasta el punto que el experto Anthony Rooley postula que “es lo inglés de la música de Dowland lo que impacta más fuertemente”.

Ya fuera por moda o por estética, la música y la literatura inglesa se llena de cantos de dolor desconsolado por obra de la indiferencia femenina, la principal fuente de sufrimiento para el amante no correspondido. John Dowland ya se hace eco de ese sentir melancólico en su Book of Songs de 1597, considerada la primera publicación de madrigales ingleses, al incluir en él la siguiente cita de Ovidio: “Nec prosunt domino, quae prosunt omnibus, artes (Las artes que ayudan a toda la humanidad no pueden ayudar a su señor)”. Asimismo, el propio músico firma sus misivas con el juego de palabras “semper Dowland, semper doles”.

En su segundo libro de composiciones de 1600 introduce el motivo de las lágrimas (Lacrimae) que le identifica ya como su sello de marca, especialmente a través del aire Flow My Tears (Fluyen Mis Lágrimas). Lacrimae era la expresión estándar del dolor en la Europa de la época, y a partir de su adopción por John Dowland se populariza en Inglaterra en la poesía, el teatro, etc. Precisamente, se trata de una de las piezas que Delia Agúndez interpreta en el disco, además de otras quizá no tan conocidas del autor, como Can She Excuse my Wrongs o Go, Crystal Tears, entre otras.

John Dowland fue el máximo representante de la escuela de laudistas británicos de finales del siglo XVI, un instrumento, el laúd, que en el siglo siguiente resultó eclipsado por la popularidad que alcanzó la viola da gamba, tanto como acompañante del canto, como en la interpretación de la música instrumental. Y, aquí, entran los otros dos protagonistas de este disco: Tobias Hume y William Corkine,

Ya en 1605, con el siglo recién inaugurado, el capitán Tobias Hume  profetizó en sus Musicall Humours que “Gambo Violl shall with ease yeelde full various and as devicefull Musicke as the Lute”. Es decir, que la viola llegaría a ser tan versátil y fértil en sonido como el laúd. Y no se equivocaba.

Hume fue militar y sirvió como mercenario, con el grado de capitán, en el ejército del rey de Suecia, para posteriormente engrosar las filas del zar de Rusia en numerosas batallas. De hecho, consideraba su pasión por la música como la única parte afeminada de su persona, tal y como lo expresa en uno de sus escritos: “as my Education hath beene, Armes, the onely effeminate part of me, hath beene Musicke”. La obra de Tobias Hume se concentra en dos libros, el citado Musicall Humours, y Poeticall Musicke, publicado en 1607. Las tres piezas suyas que incluye el disco hacen gala del mismo sentimiento de tristeza, baste anotar los títulos de dos de ellos: Lamentations y What Greater Griefe.

Finalmente, y a pesar de que su memoria ha llegado eclipsada por los violagambistas Alfonso Ferrabosco II y por el propio capitán Hume, William Corkine fue el único de los tres compositores que vio publicados sus conjuntos de variaciones para viola de canciones y melodías famosas en la época. Sus creaciones que han llegado hasta nosotros se dividen entre los libros Ayres to Sing and Play to the Lute and Basse Violl (1610) y The Second Book of Ayres (1612).

A Circle in the Water nos transporta en el tiempo a ese sentimiento, a menudo desolador. que transmiten los sones de la Inglaterra de principios del siglo XVII, pero, por otro lado, con su sobria belleza -tallada de forma minimalista con la voz, la viola y la cuerda pulsada- nos recuerda que la melancolía es una opción igualmente válida para enfrentar la vida que el optimismo descerebrado del que hacemos gala en estos tiempos inciertos.

domingo, 24 de noviembre de 2019

El baile perdido, la difícil tarea de reconstruir la Historia


A menudo hemos destacado en estas páginas el carácter de arqueología que tiene la interpretación de música antigua. En muchos casos se trata de piezas tan lejos de nuestra época en el pasado que nos han llegado parcialmente documentadas, o con unas referencias mínimas, acerca de cómo se tocaban y de cómo podrían sonar en el momento en el que fueron compuestas. El último trabajo discográfico de La Galanía, El baile perdido. Danzas del siglo XVII, es un buen ejemplo de esto, pues ha conseguido devolvernos el sonido de aquellos bailes lascivos y libertinos de la España del siglo XVII. Como afirma la soprano Raquel Andueza en las siempre interesantes notas personales que incluye en todos los discos del conjunto, estábamos rescatando melodías olvidadas para hacerlas viajar desde su tiempo al presente. Estábamos, en definitiva, reconstruyendo la Historia.

Pero en este viaje La Galanía ha contado con un miembro extraordinario en la sombra como es el musicólogo Álvaro Torrente, quien, gracias a una beca de la Fundación BBVA, puso en marcha esta iniciativa basada en la reconstrucción de los doce bailes que incluye el CD, careciendo por completo de las partituras de los mismos, y solamente disponiendo -en el mejor de los casos- de vagas referencias sobre la interpretación que a veces acompañan a los textos.

Precisamente, Torrente destaca la importancia para la música occidental del baile barroco español en uno de los artículos que firma dentro de la monumental Historia de la música en España e Hispanoamérica (Tonos, bailes y guitarras: la música en los ámbitos privados, Tomo 3). Formatos como la zarabanda, la folía, la chacona y el pasacalle (que él no identifica exactamente como un baile) aparecen con fuerza en la música europea, no solo como música de danza, sino también dentro del género instrumental.

Una primera puntualización necesaria es que en la España del siglo XVII el baile y la danza eran concebidas como dos cosas bien distintas. La danza estaba asociada a la nobleza y a la elegancia, mientras que el baile era propio del pueblo llano y entrañaba no poca chabacanería en sus formas. La danza se basaba en movimientos contenidos y pausados de los pies, mientras que en el baile se movían pies y manos, a menudo de forma desenfrenada.

Sebastián de Covarrubias plasma los dos términos por separado en su obra Tesoro de la lengua castellana o española de 1611. Para el clérigo toledano el baile no es en su naturaleza malo, ni prohibido y comenta que se utiliza para entrar en calor en algunos lugares, si bien avisa que están reprobados los bailes descompuestos y lascivos. En cualquier caso, ya introduce el juicio moral -con su carga misógina incluida- cuando afirma que la mujer es más dada a dejarse llevar por el baile, que a su juicio es la inconstancia en su cuerpo y en todos sus miembros, y le atribuye un origen diabólico a través del refrán a la mujer bailar y al asno rebuznar, el Diablo se lo debió mostrar.

El sacerdote y poeta Rodrigo Caro también separa con claridad ambos conceptos en su libro sobre folclore Días geniales o lúdicros de 1626: mas volviendo á nuestro baile, digo que la diferencia entre la danza y él, es que en la danza las gesticulaciones y meneos son honestos y varoniles, y en el baile son lascivos y descompuestos. Además, asocia el origen del baile y su carácter “lascivo” y “deshonesto” al culto dionisíaco: estas danzas ó bailes lascivos y deshonestos eran también pirrhicos por la presteza y agilidad de su movimiento, y usaban de él en las fiestas de Baco, fundador de nuestra vecina Lebrija.

No es de extrañar que estos bailes cantados -aquellos que combinan poesía, música y movimientos- fueran prohibidos y su práctica perseguida, lo que justifica en gran medida que las partituras en las que se articulaba su melodía no haya llegado hasta nosotros. Resultaba arriesgado dejarlas por escrito y, en cualquier caso, su relativa sencillez y amplia popularidad lo hacían innecesario.

El baile perdido reúne varias de las modalidades de las muchas que se bailaban entre los siglos XVI y XVII, como la folía, el canario, zarabanda, chacona, seguidillas, jácara, guineo, polvillo, ay ay ay, gascona, secutor de la vara y zangarilleja. La Galanía vuelve a traer a nuestros oídos los sones eróticos con los que disfrutaban de su ocio nuestros antepasados de aquella España imperial que se deslizaba irremediablemente hacia la crisis.



Álvaro Torrente describe el proceso seguido para llevar a cabo esta tarea de arqueología musical: el punto de partida -la materia prima- es el poema de cada uno de los bailes, que dan una idea del carácter de la pieza y que incluso llegan a aportar su patrón rítmico a través de la métrica específica en la que están armados (longitud de los versos y acentos). Igualmente, la existencia o ausencia de estribillo y sus características son un elemento que define cada baile. Para algunas de las formas de baile más conocidas la armonía está documentada en diversas fuentes, como pueden ser la chacona, la jácara o la zarabanda. En el resto de los casos ha habido que recurrir a la escasa información musical que acompaña al texto, como puede ser la indicación de los acordes.

A pesar de su origen popular y barriobajero de los poemas, muchos de los textos que nos llegado hasta nosotros son versiones cultas de los mismos. Aun así, entre las metáforas elevadas y las formas más cultas se abren paso la picaresca y los motivos picantes, como en la zarabanda La batalla del amor:

El puñal de aquel encuentro
se lo metió hasta el centro
y ella, que lo sintió dentro
con herida tan suave,
dice: “¡Ay, cómo me sabe
un poquito antes que acabe!”

En otros casos, como en Secutor de la vara, las alusiones sexuales no son tan veladas, sino más bien todo lo contrario:

Secutor de la Vara
dice a su mujer:
“¡Échate en la cama,
que te quiero joder!”

El baile perdido es el sexto trabajo discográfico publicado por el sello discográfico de La Galanía,  Anima e Corpo, después de Yo soy la locura 1 y 2 sobre música barroca españpla, los dedicados a la ópera veneciana, Alma mia (sobre obras de Antonio Cesti) y Miracolo D´Amore (arias y dúos de óperas de Francesco Cavalli) y Pegaso, un conjunto de salmos y motetes de Tarquinio Merula.

La Galanía fue fundada por la soprano Raquel Andueza y el tiorbista Jesús Fernández Baena en 2010. El presente trabajo ha contado además con los músicos Pablo Prieto (violín), Manuel Vilas (arpa doppia), David Mayoral (percusión) y Pierre Pitzl (guitarra barroca).

sábado, 2 de noviembre de 2019

Rodrigo Rodríguez interpreta el shakuhachi en el templo filipino Ma-Cho, La Gema del Taoísmo


Hoy traemos un nuevo vídeo del intérprete de shakuhachi Rodrigo Rodríguez grabado en el templo Ma-cho de San Fernando, La Unión, Filipinas. Es costumbre de este músico el actuar en escenarios de gran calidad histórica y arquitectónica, donde la ancestral flauta japonesa parece formar parte de este entorno épico y mitológico, que parece salido de una película.

El templo Ma-Cho es un templo taoísta dedicado a la diosa del mar, Mazu. Según la leyenda, Mazu era una niña con el nombre de Lin Mo que solo vivió hasta los veintiocho años y que vivo durante la dinastía Sung del Norte, que ostentó el poder en China desde el año 960 hasta el 1127 d.C. La leyenda cuenta que Lin Mo era compasiva y que podía hacer milagros con sus poderes. Murió a una edad temprana porque sacrificó su vida para salvar a los que estaban en las aguas turbulentas del mar.

La pieza que interpreta es Natsu Yama Uta (La canción de la montaña estival), una canción tradicional japonesa que normalmente se toca con la flauta de bambú shakuhachi acompañada del canto, aunque en esta ocasión Rodríguez realiza una versión exclusivamente instrumental.



La flauta shakuhachi es quizá el instrumento más sencillo que existe fuera de los de percusión.

Sin llaves, ni lengüeta, como otros instrumentos de viento occidentales, está construida de bambú madake (más duro y resistente que el vulgar) y, a pesar de lo simple de su estructura, es capaz de emitir un completo y complejo abanico melódico que abarca sonidos cautivadores cargados de misterio y embrujo.

Está construida de una sola pieza, a diferencia de otras flautas orientales, y consta de cinco agujeros.

El origen de este instrumento hay que buscarlo en China y no es hasta el siglo VIII en que es introducido en Japón.

La música de shakuhachi ha estado siempre asociada con la espiritualidad y con el budismo zen, en concreto, con los monjes komuso, una secta fundada en Japón en el siglo XIII.

Rodrigo Rodríguez es un maestro de talla internacional en la interpretación de este instrumento, así como en las tradiciones asociadas a él. Argentino de nacimiento, ha estudiado en Japón música clásica y tradicional bajo los linajes de Katsuya Yokoyama en «The International Shakuhachi Kenshu-kan School» a cargo del Maestro Kakizakai Kaoru.

lunes, 7 de octubre de 2019

¿Aparece retratado el maestro violagambista Diego Ortiz en un cuadro de Veronés?


Una de las pinturas más famosas del pintor manierista Paolo Caliari, más conocido como Veronés, incluye en el primer plano visual un consort de violas de gamba. Se trata de Las bodas de Caná, un óleo imponente de casi diez metros de largo y siete de alto que representa el conocido episodio del Nuevo Testamento en el que Jesucristo obra el milagro de transformar el agua en vino durante la celebración de un desposorio en Galilea. El autor quiso homenajear a sus colegas de la escuela manierista veneciana y les situó en un lugar destacado de la composición, ataviados como músicos tocando sus instrumentos.

Tradicionalmente, han sido identificados en el lienzo los rostros de Tiziano, Tintoretto, Jacopo Bassano y el propio autorretrato de Paolo Veronese. Sin embargo, hay una quinta figura en el grupo, un enigmático hombre con barba que parece estar susurrando algo al oído de Veronés. Pues bien, un reciente estudio sostiene que el desconocido no es otro que el músico español Diego Ortiz.

Las bodas de Caná -actualmente expuesto en el Museo del Louvre- fue pintado por Veronés en 1563, por encargo del monasterio benedictino de San Giorgio Maggiore en Venecia. Sus colosales proporciones encierran la escena del episodio de los Evangelios en el que Cristo y se madre asisten como invitados a una boda en Caná y en un momento dado del banquete se acaba el vino. Jesús, a petición de la Virgen, convierte el agua en el preciado caldo consiguiendo que la fiesta continúe.

El óleo está poblado de numerosos personajes que rodean a María y a su hijo, sentados a la mesa en el centro mismo de la composición. Todo ocurre en un patio abierto rodeado de arquitectura renacentista -con columnas de orden dórico y corintio-, en el que las figuras humanas visten a la moda de la época, mezclando ropajes orientales con otros occidentales. En este sentido, Veronés plasmó la historia bíblica como una gran fiesta veneciana de las que se tenían lugar en su momento. Parece ser que gran parte de los caracteres retratados en la obra corresponden a grandes personalidades europeas contemporáneas al autor.

El contrato por el cual le fue encargada a Paolo Caliari esta pintura especificaba, en concreto, que debía incluir el máximo número posible de personajes y, además, que en su ejecución tendría que utilizar colores y pigmentos de gran calidad. Ninguna de las figuras representadas está hablando, pues el óleo estaba destinado a decorar el refectorio del monasterio benedictino, cuya regla impone el silencio durante la comida.

A pesar de que Jesucristo y la Virgen están situados en el centro de la composición, el primer plano de la misma, justo delante de ellos, lo ocupan el grupo de músicos encargados de amenizar la velada. Se trata de un conjunto de violas da gamba, como los que había en la segunda mitad del siglo XVI y, especialmente, en el XVII, en el que podemos encontrar la viola bajo o violone, de forma similar a un contrabajo moderno (la que porta el músico de la derecha), la viola soprano que asemeja un violín, y dos violas tenor que portan los dos músicos de la izquierda. Además, aparecen en el cuadro dos instrumentos de viento: algo que parece una flauta, pero que debe ser un cornetto sin curvatura, y, en segundo plano, lo que parece el extremo de un sacabuche o trombón de varas.  



Retratando a este conjunto de intérpretes, Paolo Veronese quiso plasmar en el lienzo al conjunto de pintores manieristas de Venecia. De esta forma, en la extrema derecha tenemos a Tiziano tocando el violone, y, junto a él, a Tintoretto con la pequeña soprano. Más a la izquierda, Jacopo Bassano sopla el cornetto, y, su lado, encontramos a los dos violagambistas tenores, siendo el que se encuentra en primer plano el propio artista. El problema surge con el segundo, el que parece susurrarle algo desde atrás. No existe acuerdo acerca de la identidad de este desconocido personaje , aunque hace un par de años surgió una teoría que postula que se trata del músico español Diego Ortiz, que fue maestro de la capilla del virrey de Nápoles desde 1558.

Esta interpretación del cuadro es defendida en el estudio Il Veronese y Giorgione en concierto: Diego Ortiz en Venecia por los profesores Manuel Lafarga, Teresa Cháfer, Natividad Navalón y el músico e investigador Javier Alejano (Lafarga, Manuel; Cháfer, Teresa; Navalón, Navidad and Alejano. Javier (2017). Il Veronese and Giorgione in Concerto: Diego Ortiz in Venice/El Veronés y Giorgione en concierto: Diego Ortiz en Venecia (bilingual edition, English translation by Christian Michel). Cullera VLC: Lafarga & Sanz Ediciones. ISBN 978-84-09-07020-6. http://www.theweddingatcana.org/files/Lafarga-et-al---Veronese,-Giorgione-and-Ortiz.pdf). Una de las primeras conclusiones del trabajo es que todos los pintores que aparecen en el cuadro tienen una cosa en común, un anillo de oro en uno de los dedos, algo de lo que el desconocido carece. Todo parece indicar que se trata de alguien que no pertenece al mismo grupo de artistas.

Un estudio con rayos x realizado al óleo en 1992 reveló que la misteriosa figura no estaba allí en las primeras versiones del lienzo, y que fue incluido con posterioridad, pero antes de estar acabada la versión definitiva. Los investigadores defienden que esta figura añadida es la Diego Ortiz, y que sustituyó a una previa del pintor Giorgione, una gran influencia para la escuela manierista.

Ortiz es una de las grandes figuras de la música europea del siglo XVI, cuya versatilidad como autor y ejecutor de piezas de distintos campos, y para distintos instrumentos, constituye el aval de su grandeza. Unas fuentes le describen escuetamente como compositor; otras le destacan como organista, aquellas le definen como polifonista, y finalmente, algunas le tachan de violero, es decir, de intérprete y compositor para viola da gamba o vihuela de arco. Lo cierto es que el hecho de que prácticamente toda su obra fuera editada en Italia nos hace creer que vivió la mayor parte de su vida fuera de España.

En 1553 publica en la ciudad del Vesubio su Tratado de glosas sobre cláusulas y otros géneros de puntos en la música de violones nuevamente puestos en luz, que se convierte en obra de referencia en cuanto al método de tocar la viola da gamba. No es de extrañar que en Italia fuese considerado un maestro sobre este arte.

Por otro lado, la polimatía característica del espíritu del Renacimiento explica que estos pintores sintieran verdadero interés por la música, además de por su propia profesión en las artes plásticas. Tiziano recibió un órgano como pago por uno de sus trabajos, y tanto Tintoretto como Veronés eran músicos aficionados, con mayor o menor grado de destreza. Hasta Giorgione cantaba y tocaba el laúd a las mil maravillas, se cuenta. Todo ello justificaría la admiración de Paolo Veronese por Ortiz, al considerarlo un maestro en su campo, y podría explicar su inclusión en esta monumental obra.

De hecho el estudio en cuestión compara el rostro de Diego Ortiz que aparece grabado en la portada del Tratado de glosas con el del violero anónimo del cuadro. Las concordancias entre ambos son notables, como se puede comprobar. El personaje barbudo rompe la regla benedictina del silencio que impera en el cuadro, y parece estar dándole instrucciones a Veronés al oído, quizá sobre la técnica de interpretación de la viola.


Como destacan los autores del trabajo, todos los músicos que aparecen en el óleo están con la mirada  baja, leyendo cifra de varios cuadernos repartidos en la mesa, excepto el violagambista anónimo, que parece ejercer de profesor o instructor del resto.

Otro argumento aportado en defensa de esta tesis es que Ortiz publicó en Venecia su segundo libro, Musices liber primus, un año y medio después de la finalización del cuadro, lo que hace suponer que, ya que estaba en la Serenísima en la misma época, pudo haber ejercido como modelo en persona para Veronés.

Y un último dato: la técnica de ejecución de la viola da gamba desde el siglo XVII parte de sujetar el instrumento hacia abajo entre las piernas. Diego Ortiz en su tratado defiende el tocarla de forma horizontal, como las guitarras, que es como se tocaba la vihuela de arco española. Tanto Veronés como el extraño la tocan así en el cuadro.

domingo, 29 de septiembre de 2019

La temporada 2019-2020 de El Canto de Polifemo


El próximo sábado 5 de octubre se inicia la nueva temporada del ciclo de recitales de El Canto de Polifemo, una cita ya tradicional para los amantes de la música antigua madrileños.

El Canto de Polifemo es una comunidad musical para el encuentro de nuevos proyectos musicales, sus intérpretes y creadores.

Los recitales se celebran en la iglesia de las Mercedarias de Góngora (c/ Luis de Góngora, 5), que está situada muy cerca de la céntrica plaza de Chueca.

Este ciclo se concibe como un foro de intercambio cultural entre la programación independiente y un público gustoso de escuchar nuevas propuestas próximas y acogedoras…

El ciclo 2019-2020 nos trae los siguientes eventos musicales:

5 de octubre de 2019

Solistas de la Camerata Antonio Soler
Franz Joseph Haydn
Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz (1787)

14 de diciembre de 2019

Camerata Imperial de las Españas
Dennos lecencia señores: Navidad en las Españas (siglos XVII y XVIII)

7 de marzo de 2020

Paloma Gutiérrez del Arroyo (canto) y Manuel Vilas (arpa medieval)
Canciones de trovador, Bernart de Ventadorn (1147-1170)

25 de abril de 2020

Gradualia
Estevao Lopes Morago (1575-1630)
Officium Defunctorum

9 de mayo de 2020

A5 Vocal Ensemble
Johann Hermann Schein (1586-1630)
Israelbrunnleinn (1623)

30 de mayo

David del Puerto (compositor)
Paco Quirce (textos)
Cantos de Quirce. Libro segundo

13 de junio de 2020

Elia Casanova (soprano) y Alfred Fernández (laúd renacentista)
Per dolor me bagno il viso. Leonardo da Vinci
Música de Tromboncino, Cara, Capirola, Spinacino, Enzina y Josquin