Todo esto viene a cuento porque iniciativas como la que ha llevado a cabo Forma Antiqua, grabar y difundir la obra del violinista Vicente Baset, resultan tan necesarias como urgentes para reconstruir el legado musical de nuestro país, que por razones diversas ha quedado escondido y olvidado entre los pliegues de la historia.
Baset fue un compositor e intérprete valenciano que desarrolló gran parte de su carrera en el Madrid de mediados del siglo XVIII, una ciudad que mostraba entonces una gran efervescencia musical con´el florecimiento de los teatros municipales y la progresiva profesionalización de los instrumentistas, que dejaban de ser itinerantes para pasar a incorporarse como personal fijo de las compañías.
De hecho, a finales de las década de los cuarenta su nombre aparece en el “reglamento de sueldos” de 1748 -recogido por Farinelli en su obra Fiestas reales en el reinado de Fernando VI- como uno de los dieciséis violinistas de la orquesta del Real Coliseo del Buen Retiro, junto con otros destacados de la época, como Daniel Terri, Pablo Facco, Antonio Marquesini, José Bofati, Juan Busquet o Juan Ledesma.
El disco que presentan los hermanos Zapico lleva el nombre de Baset, y recoge las once sinfonías que compuso. La iniciativa -una empresa sin duda ambiciosa- ha podido ser llevada a cabo gracias a una beca "Leonardo" para Investigadores y Creadores Culturales de la Fundación BBVA. Desde 2016, el director Aarón Zapico trabaja en directo este repertorio, y lo ha sometido a distintos contextos, desde la interpretación con una formación minimalista hasta ponerlo en manos de una orquesta sinfónica. La obra de Vicente Baset enfrenta con éxito todos los planteamientos y montajes, de forma que en 2019 pone en marcha la grabación, con el fin de sacar a la luz y difundir la riqueza de estas partituras, que, en palabras del propio Aarón Zapico, “saben a Nebra y Domenico Scarlatti pero también a Telemann o Vivaldi”.
Con fecha reciente Ars Hispana confirmó, a través del acta de bautismo, que Vicente Baset nació en Valencia el 18 de abril de 1719, y que fue bautizado en la parroquia de San Esteban de dicha ciudad el día siguiente. Hijo del labrador Tomás Baset y de Juana Bautista Aixa, su vocación musical pudo llegarle a través del marido de su hermana, Pedro Antonelli, violinista profesional, y probablemente el primer maestro del instrumento del pequeño Vicente.
No se conocen excesivos detalles de su vida, pero prueba de la destreza que llega a desarrollar es que a mediados de siglo forma parte de la élite de músicos que constituía la orquesta del Real Coliseo del Buen Retiro. A finales de la década de los cincuenta entra a formar parte de la compañía de María Hidalgo como primer violín, donde probablemente acabó su carrera. Sugiere Zapico en las notas que acompañan al disco que, a juzgar por lo generoso que fue el violinista con la Hidalgo en su testamento, probablemente les unió algo más que los meros compromisos contractuales. Quién sabe…
Vicente Baset vivió en una villa y corte con una vida musical muy intensa, hasta el punto que Aarón Zapico ha llegado a comparar la época en torno a 1750 con el ya mítico Madrid de la Movida de los años 80. Y era también el escenario de la expansión y evolución de la música para violín -o que incluía a este instrumento-, tanto en el marco de la Iglesia, como en la cámara, el teatro y la danza. Ana Lombardía, en su tesis Violin music in the mid-18th century Madrid: contexts, genres, style, plantea cómo a partir de 1740, a las figuras de violín de capilla, violín de baile y violín escénico, se le suman el violín de cámara y el maestro de violín. Poco a poco, el intérprete del instrumento va ampliando los ámbitos en los que participa, y, de hecho, desde comienzos de la década de los años 1750, el violín abandona la exclusividad aristocrática y comienza a popularizarse entre las clases medias, como demuestra el tratado de autoaprendizaje de Pablo MInguet, publicado en 1752.
Todo lo anterior lleva a la conclusión de que Madrid era un lugar donde había oportunidades profesionales para los violinistas europeos, al igual que en otras capitales como Roma o París, si bien la actividad musical era algo menor, dado que no se celebraban todavía conciertos públicos y que la edición de música impresa era escasa. De hecho, refiere Lombardía, esta última se reducía al ámbito religioso, de cámara y de danza.
Durante el reinado de Fernando VI, entre 1746 a 1759, proliferaron las academias de música de cámara en la corte, pero también en las residencias aristocráticas. En el ámbito de la realeza, Farinelli y María Bárbara de Bragança poseían bibliotecas que contenían obras para violín. Igualmente, entre la nobleza destacaban personajes que coleccionaban este tipo de piezas -encargándo se creación a compositores del momento- como el duque de Huecar/Alba o el barón Carl Leuhusen, quien fuera secretario del embajador de Suecia en España entre 1752 y 1755. Precisamente, la biblioteca de este noble sueco ha preservado para la posteridad las sinfonías de Baset objeto de este disco.
Ana Lombardía -quien defiende en su tesis que la producción de composiciones para violín en el Madrid de mediados del XVIII era muy superior a la reconocida tradicionalmente por la musicología- habla de un boom de demanda por parte de las casas nobles, lo que hace que entre 1740 y 1776 recalasen en la villa y corte hasta veinte virtuosos de las cuerdas para ofrecer sus composiciones, gente como Francesco Corselli, Domenico Porretti, Mauro D´Alay, Francesco Montali, Mathias Boshoff, Christiano Reynaldi, Gaetano Brunetti o el mismísimo Luigi Boccherini.
Son las piezas de Vicente Baset grabadas en este CD un fiel ejemplo del tipo de composiciones de la España de ese momento. En el caso del compositor valenciano, Aarón Zapico destaca la influencia de su experiencia como músico de escena que se detecta en las sinfonías, que, a pesar de mantener una estructura formal alternando movimientos rápidos y lentos, presentan rasgos muy teatrales, como “la innegable habilidad de condensar en pocos compases una sólida idea perfectamente desarrollada rítmica y melódicamente” o “una capacidad perenne para el giro inesperado”.
Se trata de piezas que mantienen intacta su frescura y capacidad para provocar un abanico de sensaciones, que poco tienen que envidiar a las creaciones de los grandes nombres extranjeros que operaban en aquel Madrid dieciochesco.