La veneciana Bárbara Strozzi es sin duda una de las figuras más interesantes del Barroco italiano. Compositora de renombre, reconocida en su propia época en un mundo de hegemonía masculina como lo era la música, consiguió destacar guiada por su propia ambición y brillar con luz propia, gracias a la sensibilidad y expresividad emocional que supo imprimir en su obra.
Su intensa actividad creativa dio como fruto hasta ocho libros de música, una cifra que la sitúa entre los compositores más prolíficos de su momento, y su obra rebasó las fronteras de Italia, llegando a ser conocida en el resto de Europa y siendo incluida en algunas de las principales antologías musicales de la época.
Rachel Rubin (Barbara Strozzi’s Feminine Influence on the Cantata in 17th-Century Venice, 2017) destaca con énfasis la relevancia de esta figura en la evolución de la música del Barroco:
“Ella dejó un impacto duradero en compositores y músicos, especialmente en mujeres, de las generaciones que siguieron, recibiendo el distinguido mérito de ser una de las primeras compositoras seglares de Europa occidental.”
De entre las más de cien piezas que componen los volúmenes que publicó entre 1644 y 1664, destacan en número las arias, las ariettas y, especialmente, las cantatas profanas, género cuyo desarrollo y evolución Strozzi impulsó en Venecia de tal manera, que hay hasta quien la identifica como una de las creadoras del mismo.
Manfred Bukofzer (Music in the Baroque Era, 1947) define la cantata de la escuela veneciana como una composición vocal en la forma de variaciones estróficas sobre un bajo recurrente. Por su parte, George P. Upton (The Standard Cantatas, 1887) habla de un recitativo, en su forma más primitiva, que rápidamente evoluciona en una mezcla de recitativo y melodía para una sola voz.
El origen de la cantata no parece demasiado claro, aunque es seguro que nació en Italia. Uno de sus inventores podría haber sido el cantor de la capilla papal Giovanni Domenico Poliaschi Romano, de quien se cuenta que ya escribió una pieza de este género en fecha tan temprana como 1618.
Otro candidato a padre del género es Carissimi, maestro de capilla de la romana iglesia de san Apolinar, que perfeccionó el estilo recitativo y le añadió acompañamiento de instrumentos de cuerda.
Sin embargo, hay quien postula que fue la propia Barbara Strozzi la inventora de la cantata. John Hawkins, en su clásico A General History of the Science and Practice of Music (1776), sitúa el alumbramiento de este formato musical en 1653, año en que la veneciana publica su Cantate, Ariette e Duetti, libro en el que la misma autora advierte que ha creado este tipo de pieza como un experimento.
Pero Charles Burney, el conocido musicólogo viajero que recorrió Italia y Francia investigando, desestimó la candidatura de Strozzi. Él afirmaba haber encontrado el término cantata en el poema lírico Musiche varie a voce sola de Benedetto Ferrari da Reggio, que fue impreso en Venecia en 1638, es decir, quince años antes que el libro de la compositora.
Las piezas de Barbara Strozzi etiquetadas como cantata son obras de notable extensión y muy variadas, puesto que incluyen distintas secciones y una mezcla de estilos vocales. Por el contrario, las conocidas como arias son mucho más breves y a menudo estróficas o con un estribillo.
Puede que Strozzi no inventase la cantata, pero tiene en su haber el haber publicado en sus libros este tipo música, en un momento en que la mayoría de las cantatas solo se conservaban en manuscritos, como indica John Walter Hill (La música barroca, 2005).
¿Cómo llegó Barbara Strozzi ha sobresalir de tal manera en una escena cultural mayormente dominada por hombres? Sin duda, gracias a la educación y al apoyo que le suministró su padrastro -al que algunos identifican con su verdadero padre natural-, Giulio Strozzi.
Este noble florentino, poeta y libretista de ópera, fue una de las figuras relevantes de la vida intelectual veneciana de aquella primera mitad del siglo XVII. Profesionalmente, colaboró con nombres de lo más granado de la música de la época: Monteverdi, Francesco Cavalli, Francesco Manelli y Francesco Sacrati. Además, fue miembro de la Accademia degli Incogniti, una de tantas asociaciones de pensadores y artistas destinadas al debate, y fundó él mismo la Accademia degli Unisoni, de la que fue miembro Barbara.
Giulio Strozzi se ocupó de que su hija recibiese la mejor formación musical a la que se podía aspirar en la Venecia, que no era otra que estudiar canto con el gran Cavalli, el mayor y mejor compositor de ópera del momento y uno de los responsables de su florecimiento como espectáculo de masas, fuera de los palacios.
Una vez que Barbara alcanzó un grado notable de interpretación vocal e instrumental, su padre la empujó a actuar en público, en las reuniones de la Accademia degli Unisoni, algo inusual en el siglo XVII. Como explica Rachel Rubin, en esa época las mujeres podían aprender a cantar y a tocar, pero no podían hacerlo ante otros. Este hecho le lleva a concluir que Giulio Strozzi tenía “una visión progresista de la mujer y de su papel en la sociedad en general”.
Las primeras composiciones de Barbara Strozzi están construidas sobre textos de Giulio, pero progresivamente ella empezó a crear los suyos propios, desarrollando un estilo personal. La cantata centró su interés, a pesar de que en la primera mitad del siglo XVII había sido desplazada en el gusto popular por la ópera que nacía. No sería hasta mucho más tarde en que alcanzaría todo su esplendor como género.
Las letras de Strozzi son poemas de amor de corte marinista, es decir, influidos por la obra de Giambattista Marino (1569-1625), que hacen gala de gran elegancia e ingenio. Sus cantatas contienen una especie de estribillo, secciones de recitativo, arioso y aria, y también largas partes melismáticas. Su destreza como vocalista le llevó a destacar la voz de soprano en su obra, otorgándole un gran protagonismo, y de esta forma, interpretar ella misma sus propias composiciones en las reuniones sociales que frecuentaba.
A pesar del apoyo de su padre, Barbara Strozzi triunfó gracias a su inmenso talento y a la seguridad con la que dirigió su carrera. A pesar de lo que aportó al género de la cantata, quizá su mayor logro fue constituir un precedente para las mujeres compositoras, al publicar su obra y conseguir abrirse un nicho profesional personal.