miércoles, 27 de enero de 2016

El célebre duelo romano entre Haendel y Scarlatti

Aquella Italia de principios del siglo XVIII debía ser un lugar maravilloso para los músicos y los amantes de la música. Por allí pasaron nombres que luego han figurado con letras grandes entre los grandes compositores de todos los tiempos, como Haendel y Scarlatti, que coincidieron y enfrentaron su arte en un duelo celebrado en Roma en 1707.

Sin embargo, sus caminos ya se habían cruzado previamente, cuentan, en una fiesta de disfraces que tuvo lugar en Venecia algunos años antes. Parece ser que Haendel tocaba el clave oculto tras una máscara y Domenico Scarlatti al escucharlo interpretar exclamó que “no podía ser otro que el famoso sajón, o el diablo”.

Lo cierto es que Georg Friedrich Haendel llevaba en Italia desde 1706 a donde había llegado procedente de su Alemania natal, recorriendo las capitales de la música de la época: Florencia, Nápoles, Roma y Venecia. Su talento le llevó a codearse con los compositores más granados del momento, como Alessandro Scarlatti y su hijo Domenico, Pasquini, Corelli, Marcello, Lotti, Gasparini o Steffani. En Roma fue aceptado en el selecto y exclusivo grupo de la Arcadia, un círculo intelectual dedicado a la literatura pastoril y naturalista en el que Haendel dio rienda suelta a la composición de cantatas. De hecho, Manfred Bukofzer (Music in the Baroque Era, 1947) fecha la composición de sus más de cien cantatas en esos años que pasó en Italia.

Por su parte, el napolitano Domenico Scarlatti ejerció de organista en la capilla del virrey, cuyo maestro era su padre Alessandro, pero tras la Guerra de Sucesión española y el advenimiento de los Borbones el progenitor perdió su puesto y ambos partieron hacia Roma. Tras un periodo de viajes por Italia, Domenico vuelve a la Ciudad Eterna y pasa a ocupar los cargos de director de la Cappella Giulia en San Pedro y maestro de capilla del embajador portugués en Roma.

El duelo al que aludimos tuvo lugar en 1707, cuando tanto Haendel como Scarlatti contaban con veintidós años de edad (por cierto, Bach también nació en 1685: un año fructífero para la música). Se trató de un concurso de teclado organizado por el cardenal Ottoboni aprovechando que el alemán pasaba unos días en Roma. No sabemos qué interpretaron en aquella ocasión, pero la tradición cuenta que mientras que Scarlatti se proclamó vencedor con el clave, Haendel lo hizo con el órgano, o sea que podemos hablar de que quedaron en una suerte de empate.

Manfred Bukofzer afirma que algunos escritores han utilizado la ocasión para defender la superioridad teutona sobre la italiana en el plano musical, pero que le parece dudoso, primero porque en ese momento ninguno de los dos había compuesto para tecla, y segundo, porque en lo referente a la música de órgano, precisamente Haendel estaba asimilando la formas italianas y evitando las germanas (“Handel tried to assimilate Italian features and avoided German characteristics”).

Sobre el virtuosismo de Domenico Scarlatti al teclado tenemos un testimonio recogido por el historiador Charles Burney del clavecinista irlandés Thomas Roseingrave (1690-1766), que acertó a escucharle interpretar en una casa nobiliaria veneciana. Roseingrave le describe como un hombre joven con peluca que permanece callado en un rincón, pero que cuando se sienta ante el teclado parecía que “mil diablos estaban al instrumento; nunca antes había escuchado semejantes pasajes de ejecución y efectos.” Thomas Roseingrave se sintió tan humillado por la impresionante técnica de Domenico que confiesa que estuvo un mes sin acercarse al instrumento.

El primer biógrafo de Haendel John Mainwaring establece una colorida descripción de los estilos de ambos compositores:

“Aunque no hay dos personas que hayan alcanzado nunca tal perfección en sus respectivos instrumentos, resulta sorprendente que había una total diferencia en sus formas. La excelencia característica de Scarlatti parece haber consistido en una cierta elegancia y delicadeza de expresión. Haendel muestra una brillantez y dominio del dedo poco común: pero lo que le distinguió de todos los intérpretes que ostentaban las mismas cualidades que él fue la alucinante plenitud, fuerza y energía que añadía a ellas.”

lunes, 18 de enero de 2016

Reconstruyendo instrumentos históricos: devolverle la voz a la piedra

Se acaba de estrenar en la red el mini documental Reconstruyendo instrumentos históricos, en el que los músicos Emilio Villalba y Sara Marina, junto al lutier Asier de Benito, nos introducen en el apasionante mundo de la construcción e interpretación de instrumentos de música históricos.

Para los que no estén familiarizados con la actividad de la pareja Villalba-Marina, contar que llevan por distintos escenarios –a menudo bellísimos enclaves históricos-, un espectáculo basado en instrumentos medievales en el que, además de interpretar piezas de la época, explican al público el origen y el funcionamiento de cada uno de una forma amena y didáctica. Se trata de una puesta en escena muy atractiva en la que Emilio y Sara tocan y ofrecen explicaciones con todo su “ajuar” de instrumentos curiosos desplegado a sus pies.

De esta forma, en las actuaciones del dúo vemos aparecer organettos, violas da gamba, vihuelas de péñola, cítolas, salterios, ouds árabes y un sin fin de piezas que atraen  la curiosidad de todo aquel que se acerca independientemente de que sea aficionado o no a la música antigua.

Y ahora han querido compartir con nosotros una reflexión sobre la construcción de instrumentos históricos a través de un clip documental de cinco minutos en los que combinan imágenes de actuaciones e interpretaciones en solitario con declaraciones y opiniones. En el vídeo juega un papel protagonista el lutier vasco Asier de Benito que regularmente fabrica los instrumentos que lleva Emilio Villalba en su espectáculo.

Desde su taller de violero, Asier explica cómo los instrumentos históricos nos resultan tan atractivos por lo novedoso pues no estamos acostumbrados a verlos y escucharlos. El proceso para “resucitar” instrumentos musicales del pasado consiste en copiar los que se encuentran en los museos o bien en la iconografía medieval. De una forma harto poética, Asier de Benito define su trabajo como “devolver la voz a una imagen” que puede estar en una piedra, en un retablo o en un tapiz.

Gracias a la abundancia de instrumentos de que disponen Emilio Villalba y Sara Marina pueden darle a cada pieza interpretada una sonoridad y un carácter propio. 

Más información sobre Emilio Villalba y Sara Marina: www.emiliovillalba.com
Más información sobre Asier de Benito: www.asierdebenito.com


lunes, 11 de enero de 2016

Pieter-Jan Belder y el “The Fitzwilliam Virginal Book"

Los aficionados a la música inglesa del Renacimiento tardío están de enhorabuena: el músico holandés Pieter-Jan Belder ha inaugurado este 2016 sacando al mercado el cuarto volumen de grabaciones de la magna obra para tecla The Fitzwilliam Virginal Book, probablemente la más importante recopilación de música laica instrumental británica de la época.

La epopeya de pasar a pistas digitales los dos extensos volúmenes que integran el libro ha sido emprendida por el sello de Leeuwarden Brilliant que está especializado en realizar grabaciones enciclopédicas de música clásica a precios muy asequibles. El poner en manos de Belder el registro de las 297 piezas que componen el Fitzwilliam es probablemente el proyecto más ambicioso que han acometido nunca y uno de las más grandes en lo que a música renacentista se refiere.

La importancia de esta obra, que debe su nombre a su primer dueño Lord Fitzwilliam, radica en que expone la madurez de la música para tecla inglesa incluyendo composiciones de los más famosos músicos del momento, como Byrd o Dowland. La fecha de publicación se sitúa entre 1608 y 1618 y supone de algún modo la culminación de la serie de libros de música que le precedieron, como The Mulliner Book (1545),  My Ladye Nevell’s Booke (1591) y Benjamin Cosyn’s Book (1601).

El virginal es un instrumento de tecla que se diferencia del clave en que tiene la caja rectangular, si bien como apunta José Carlos Cabello (Diccionario de instrumentos de la Edad Media y el Renacimiento, 2002), en países como Inglaterra “el término virginal se usa tanto como genérico para todo tipo de instrumentos de teclado con cuerdas como para un tipo de instrumento en el que las cuerdas, simples, están dispuestas en paralelo al teclado, dentro de una caja rectangular”.

Entre los compositores presentes en  The Fitzwilliam Virginal Book aparecen los nombres más granados del momento, como William Byrd, Thomas Morley, John Bull, Orlando Gibbons, John Mundy o Thomas Tallys, entre muchos otros, además del gran laudista John Dowland, cuyas famosas Lachrimae figuran a través de adaptaciones para teclado de Byrd, Morley y Giles Farnaby.

Pieter-Jan Belder es un intérprete de diversos instrumentos de tecla (órgano, pianoforte y clave) y director musical. Su obra más conocida gira en torno a Bach y Scarlatti, aunque cubre el espectro más amplio del Barroco y del primer Clasicismo, con figuras como Handel, Corelli, Frescobaldi, Purcell, Telemann, Sweelinck y Mozart. Además dirige al grupo de cámara Musica Amphion cuya larga trayectoria tiene su origen en 1993.

Belder ha colaborado con el sello Brilliant  en el desarrollo de grandes proyectos, entre los que se cuentan la grabación de todas las sonatas de Scarlatti, la de todas las piezas para tecla de Bach, o el que nos ocupa, The Fitzwilliam Virginal Book, del que hasta el momento ha lanzado cuatro volúmenes.

Haciendo un sencillo cálculo, de las 297 piezas que incluye el Fitzwilliam Pieter-Jan Belder ha grabado unas 134, con lo que aún le quedan varios volúmenes por lanzar, suponemos, para completar el total. La primera entrega vio la luz en 2012 e incluía composiciones de William Byrd, Thomas Morley, John Bull, Orlando Gibbons, Giles Farnaby, Peter Philips y Thomas Tomkins. Le siguió una segunda dedicada de forma monográfica a Byrd, que es el autor de mayor presencia en el libro. El tercer disco salió en 2014 y contiene exclusivamente obras de Peter Philips y Jan Pieterszoon Sweelinck. Finalmente, este año ha llegado hasta nosotros el volumen cuatro centrado en John Bull y Giles Farnaby.

John Bull, que tiene hasta 44 composiciones suyas incluidas en el Fitzwilliam, fue un gran virtuoso y utilizaba a menudo el popular método de las variaciones, es decir, composiciones que guardan el mismo patrón armónico que una que les da origen cambiando el tempo y el patrón melódico. En este volumen 4 aparecen algunas de ellas, así como interpretaciones de danzas, -pavanas y gallardas-, y fantasías.

Por su parte, la obra de Giles Farnaby es de lo más interesante de todo el contenido del libro para el musicólogo Howard Orsmond Anderton (Early English Music, 1920), que la describe como “sus encantadoras pequeñas piezas exponentes de una rica vida y espíritu que le sitúan, en lo referente a calidad artística esencial, por encima de muchos otros músicos pretenciosos”.

The Fitzwilliam Virginal Book es una obra fundamental para adentrarse en el género instrumental de uno de los periodos más floridos de la música inglesa. 


miércoles, 6 de enero de 2016

El recorrido de la emancipación de la música instrumental inglesa

La música instrumental nace con un complejo de “segundona”, siempre ejerciendo labores de apoyo o cumpliendo fines específicos. No obstante, con el tiempo va adquiriendo una entidad propia y pasa de ser un vehículo a constituir un fin en sí misma. Howard Orsmond Anderton establece un doble origen de la música instrumental (Early English Music, 1920):

  • Instrumentos que acompañan a la voz (órganos, virginales, violas...) y que interpretan partes sin ésta sustituyéndola (de hecho, en el madrigal es común que algún instrumento, como el laúd, asuma alguna de las voces que intervienen en la pieza). Con el tiempo se empieza a componer música exclusivamente para instrumentos.
  • Instrumentos que acompañan a la danza, aunque sean meramente rítmicos, han existido en todas las épocas. Como en el caso anterior, en ocasiones la música de danza llega a divorciarse del baile en sí y adquiere una personalidad propia cuyo único fin es ser escuchada.

En este breve texto nos proponemos rastrear las primeras manifestaciones de música instrumental inglesa de la mano de Orsmond a través de los principales libros que han llegado hasta nosotros. Y como precursor del género señala al músico Hugh Aston, del que se dice que vivió entre los reinados de Enrique VII y Enrique VIII (cuya fama flocreció entre 1500 y 1520), y que nos ha legado dos misas de cinco y seis partes respectivamente. Sin embargo, el interés de su obra para el tema que nos ocupa es una danza que se conserva en el Museo Británico y que le es atribuida: un Hornpipe para el virginal, que era un tipo de pequeño instrumento de tecla muy popular entre la sociedad británica. La estructura y complejidad creciente de la pieza la convierte en un antecedente directo de las danzas que integran los libros posteriores de música instrumental.

Si saltamos hasta el año aproximado de 1545 llegamos a la obra The Mulliner Book, una recopilación de temas vocales adaptados para órgano o virginal realizada por Thomas Mulliner, que fue Maestro de Coro de San Pablo. Incluye ciento diecisiete piezas que constituyen un magnífico ejemplo del desarrollo de la música instrumental derivada de la vocal.

En 1591 nos llega el siguiente libro de importancia, My Ladye Nevell's Booke, que en su última página lleva la siguiente nota sobre su autoría y fecha:

"Finished and ended the leventh of September in the yeare of our Lord God, 1591, and in the 33 yeare of the raigne of our sofferaine ladie Elizabeth by the grace of God queene of Englande, &c. By me, Jo. Baldwine of Windsor, Laudes Deo."

Dentro de la obra también se describe que ésta fue presentada ante la reina Isabel por Lord Edward Abergavenny. Se trata de un manuscrito compuesto íntegramente por música instrumental para virginal de William Byrd.

Alrededor de diez años más tarde se publica Benjamin Cosyn's Book, cuyo recopilador y editor se dice que se ganaba la vida enseñando a tocar el clavicordio y que fue organista de Dulwich College entre 1622 y 1624 y el primer organista de Charterhouse, ocupando dicho cargo entre 1623 y 1643. Gran parte de las lecciones de tecla que incluye el libro son obra del propio Cosyn, aunque también incluye piezas de otros músicos de la época, como el mismísimo Byrd, presente en dos temas, Orlando Gibbons, que firma en torno a veinticinco del total, o John Bull, una de las “estrellas” musicales de la época, que está representado por veintinueve creaciones. El tratado de Benjamin Cosyn es especialmente valioso por carácter pedagógico -parece ser que lo escribió para apoyar sus propias lecciones de música-, que nos ilustra sobre qué se enseñaba en la época y cómo se hacía.

Sin duda la obra más importante de este género dedicado a la música instrumental británica es The Fitzwilliam Virginal Book, publicado entre 1608 y 1618, durante el principio del reinado de Jacobo I, uno de los periodos más brillantes de la creación musical inglesa. El nombre de la compilación se debe a que perteneció a Lord  Fitzwilliam e incluso se ha especulado con que pudo ser el libro de cabecera para el virginal de la propia reina Isabel I, pero este particular no ha podido ser demostrado, si bien se admite que la monarca pudo haber sido una intérprete solvente de este instrumento. El Fitzwilliam nos muestra el apogeo de la música para clavicordio y virginal a través de las doscientas noventa y siete piezas que incluye en su índice. Entre los autores aparecen los nombres más granados del momento, como William Byrd, Thomas Morley, John Bull, Orlando Gibbons, John Mundy, o Thomas Tallys, entre muchos otros, además del gran laudista John Dowland, cuyas famosas Lachrimae están presentes a través de adaptaciones de Byrd, Morley y Giles Farnaby.


A la vez que estaba en marcha la recopilación The Fitzwilliam Virginal Book vio la luz entre los años 1609 y 1610 la obra de Orlando Gibbons Fantasias of Three Parts for  Viols. Se trata de un libro fundamental en el proceso de emancipación de la música instrumental respecto a los patrones vocales, que ya presenta piezas para viola independientes y coherentes en sí mismas.

En 1611 se publica Parthenia,  una recopilación de música para virginal compuesta por obras de William Byrd, John Bull y el propio Orlando Gibbons, y algo más adelante, en 1624, el denominado Will Forster's Book, integrado por setenta y ocho temas entre los que no falta la firma de Byrd, Bull o Thomas Morley, entre otros.

El libro que cierra el ciclo de las obras para virginal es Elizabeth Rogers' Book, fechado en 1656. Parece ser que es un libro recopilado por la dama que le dona su nombre para su uso personal. De acuerdo con Howard Orsmond Anderton, las piezas no son tan complejas de ejecutar como las de Fitzwilliam y se pueden corresponder con un nivel medio de dominio del virginal, como el que se le supone a esta joven. Si bien la calidad del contenido no está a la altura de los títulos precedentes aquí comentados, la compilación de Elizabeth Rogers tiene un valor como testimonio de historia doméstica de los gustos y el sentir de una joven británica del siglo XVII.