Una forma
de aproximarnos a la música que se hacía en el pasado es analizar en las obras
literarias de una determinada época las referencias acerca de los usos y
costumbres al respecto. Si realizamos este ejercicio con la novela Tirant lo Blanc, escrita por el
valenciano Joanot Martorell, podemos encontrar pistas acerca de los
instrumentos que sonaban en la Corona de Aragón a finales del siglo XV, como ha
hecho la profesora Maricarmen Gómez Muntané de la Universidad de Barcelona (El papel de la música en Tirant lo Blanc,
2010). La primera edición del Tirant
vio la luz en Valencia en 1490, y la traducción al castellano fue publicada en
1511, en Valladolid.
Podría
parecer que el género de literatura fantástica no es el más adecuado para
reflejar el momento en el que fue escrito. El efecto, la novela cuenta las
andanzas del caballero Tirante el Blanco, y, en este sentido, se podría asociar
con la tradición de la novela de caballería española -heredera de la denominada
Materia de Bretaña que relata las
hazañas de los caballeros de la Tabla Redonda del rey Arturo-, cuyo paradigma
es el Amadís de Gaula. Sin embargo,
el Tirant marca una diferencia con el
género.
De acuerdo
con el filólogo Martín de Riquer, el libro de Martorell es una nueva modalidad
de novela, cuyo origen sitúa entre 1430 y 1460, y que se diferencia de la
novela de caballerías al uso en que rehúye la inverosimilitud de esta: la
acción transcurre en lugares perfectamente identificados, no en reinos
inventados, y los personajes que aparecen son el reflejo de los caballeros
andantes que pululaban por toda Europa a finales del siglo XV.
Frente a
la fantasía desbordada de textos como el Amadís,
los autores de las novelas de este nuevo género -que Riquer bautiza como novelas caballerescas- se esfuerzan por situar la acción en
lugares concretos y perfectamente identificables, y por relacionar en ocasiones
a sus personajes de ficción con nombres o linajes que sonaban reales en su
época.
Tanto es
así que, en el famoso escrutinio que hacen el cura y el barbero de la
biblioteca de don Quijote, uno de los pocos volúmenes que salvan de la quema es
precisamente el Tirant, concretamente
porque muestra un nivel de realismo que nada tiene que ver con las novelas de
caballerías. Así lo expresa el párroco:
Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este
el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus
camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los
demás libros deste género carecen.
Por todo
lo anterior, la tarea de identificar las alusiones a la música o a instrumentos
musicales que aparecen en el texto de Martorell puede contribuir a conocer de
qué manera se hacía música a finales de la Edad Media española.
No
obstante, como indica Gómez Muntané, Joanot Martorell no parece muy interesado
en la música -o por lo menos, no tanto como en hechos militares y batallas-, y
mantiene las referencias al respecto dentro de los lugares más comunes y
extendidos, sin matizar sobre las particularidades locales en cuanto a
instrumentos y sonidos, a pesar que Tirant se mueve por regiones tan dispares
culturalmente como el Imperio Griego, Rodas, Sicilia, Inglaterra o Francia. No
aporta nada más de lo que todo el mundo sabía en su época, si bien ello ya nos
ilustra algo sobre la música del momento.
Dado el
contenido predominantemente belicoso de la trama, parece lógico que cobren
especial protagonismo en el libro los instrumentos de uso militar, entre los
que destacan las distintas variantes de la trompeta, utilizadas tanto con fines
heráldicos como medio para transmitir órdenes de batalla. En este sentido, destaca la trompeta recta de
metal, también conocida como añafil (del árabe naffir o al-naffir), muy
presente en la iconografía medieval. Según cuenta el lutier y músico Jota
Martínez (Instrumentos musicales de la
tradición española, 2017), los árabes lo introducen en Europa en el siglo
X, especialmente a través de la Península Ibérica, y las Cruzadas completaron
su difusión por occidente. En el siglo XV el instrumento comienza a caer en
desuso y su nombre es absorbido por la trompa y la trompeta.
En el
texto de Tirant, con frecuencia se
habla por separado de la trompeta y el añafil:
Prestamente hizo sonar las trompetas y los añafiles,
izaron las velas y fueron al norte de la isla donde pensaba reunirse con toda
su gente. (Capítulo IX. En la isla de Rodas).
En otras
partes se sugiere que la trompeta corresponde al bando cristiano y el añafil al
árabe:
Una vez cerca, empezaron a hacer sonar las trompetas y
los añafiles y los gritos de ambas partes fueron tan grandes que parecía que
cielo y tierra se fueran a fundir.
(Capítulo XXXI. Tirante acaba la conquista de Berbería y se prepara para
liberar el Imperio Griego).
En otra
ocasión, a los dos instrumentos se les suma la bocina, que Jota Martínez
identifica en su libro con el cuerno, aerófono que originalmente solo producía
un sonido fundamental y algunas notas armónicas, pero que a partir del siglo X algunos incorporan una boquilla e incluso
tres o cuatro agujeros para su digitación:
También ordenó a todos los patrones cómo tenían que
atacar a la escuadra de los moros, y les dijo que produjesen un gran estallido
de trompetas, añafiles y bocinas… (Capítulo
XXXII. Tirante parte hacia Constantinopla).
También
aparece mencionado el clarín, que, de acuerdo con Miguel Querol (La música en la obra de Cervantes, 2005), no era más que una
trompeta tocada en el registro agudo:
Cuando el almirante vio venir a Tirante, hizo tocar
trompetas, añafiles y clarines y con muchos y fuertes gritos saludaron al
capitán. (Capítulo XXXIII. Por fin Tirante
consigue lo que tanto deseaba).
Tirant lo Blanc también
describe el uso de instrumentos fuera del terreno bélico, por ejemplo, en la boda
de la emperatriz. Aquí aparece otro aerófono, la chirimía, que en otros lugares
del texto es aludido por su nombre actual, que es dulzaina. Se trata de un
instrumento de madera de sección cónica y doble lengüeta. Era característico de
los ministriles que tocaban en eventos públicos, en los que el pronunciado y
agudo sonido que emite se eleva sobre el bullicio. También aparece la percusión
en la figura del tamboril:
Hecho el oficio, volvieron al palacio con el mismo orden,
acompañados de trompetas, clarines, añafiles, tamboriles, chirimías y tantos
otros instrumentos que no se podrían poner por escrito. (Capítulo XXXVI. Las consecuencias de las súbitas
muertes).
Es
mencionada en un capítulo también la museta o gaita medieval, sumándose a los
instrumentos más estruendosos en plena celebración de una boda:
La música estaba repartida en distintas secciones por las
ventanas de las grandes salas: había trompetas, añafiles, clarines, tamboriles,
dulzainas, musetas y tambores que hacían tanto ruido y magnificencia que no
permitían que nadie estuviese triste. (Capítulo
XXXIII. Por fin Tirante consigue lo que tanto deseaba).
Igualmente,
la obra muestra los instrumentos que amenizaban el ocio cortesano y que ponían
música a la danza. Cordófonos, como las vihuelas, los laúdes y las arpas, y
también las flautas. Curiosamente, aunque tienen una sonoridad parecida, la
vihuela aquí es destinada a acompañar el canto, mientras que el laúd, que en
España tuvo poca presencia en el Renacimiento, hace lo propio con la danza, a
pesar de que constituyó el instrumento de cámara por excelencia en Europa
-junto con el arpa- desde el siglo XV. Por el lado de la percusión, aparecen
los címbalos o platillos:
En las habitaciones y recámaras había címbalos, flautas y
medias vihuelas concordadas con voces humanas que parecían angelicales. Y en
las grandes salas, laúdes, arpas y otros instrumentos daban sentimiento y
mesura a las danzas que graciosamente bailaban las damas y los cortesanos. (Capítulo XXXIII. Por fin Tirante consigue lo que tanto
deseaba).