Commediante
Cantarinola Armonica, Puttana es la florida descripción que hace el cronista
Innocenzo Fuidoro de la cantante Giulia de Caro en sus Giornali di Napoli de 1671. Se trata sin duda de una mujer singular
que se forjó una carrera en el mundo de la música escénica napolitana del siglo
XVII, alcanzando las más altas cotas, tanto como intérprete como en su papel de
gestora del Teatro de San Bartolomeo,
una de las principales sedes operísticas de la ciudad. Para ello combinó con
extrema habilidad su talento artístico con los favores sexuales que otorgó a lo
largo de su vida a personajes poderosos e influyentes. Como indica Laura Jean
Martell (L’attrice come immagine
pubblica: le strategie di tre attrici del XVI e XVII secolo, 2016), la De Caro abrazó su imagen de mujer
sexualmente activa, una característica que explotó para alcanzar la cúspide de
su carrera como cantante y "mujer de negocios".
No obstante, la explotación de su sexualidad no
implica que careciese de talento y visión de negocio. Se podría decir que fue
un complemento tanto para su brillante carrera artística como cantante en casas
aristocráticas, en el palacio real y en el teatro público, como para su
innegable capacidad empresarial, que le llevó a importar en Nápoles la ópera
comercial que había despegado con éxito en Venecia.
La estrategia vital de Caro viene marcada
profundamente por su adolescencia en la que se ve abocada a ejercer la
prostitución en su Foggia natal, y por el abandono que sufre por parte de su
primer marido, factor que le impide llevar una vida respetable como esposa y
madre de familia. De esta forma, cimentó su ascenso social a través de una
doble vía: utilizando su fama como cantante para granjearse amantes poderosos
que le permitiesen abandonar la vida de burdel, y, por otro lado, explotar sus
amoríos para impulsar su carrera artística. Esta táctica cumplió con creces los
objetivos perseguidos.
Giulia de Caro nació en la localidad costera de
Vieste en la provincia de Foggia en Apulia en 1646. Su padre era cocinero y
regentaba una taberna, y la hija fue prostituida desde la adolescencia, tanto
en el negocio del progenitor como en otros establecimientos del ramo. Parece
ser que la explotación sexual de mujeres jóvenes en las tabernas era una
práctica muy extendida, y, de hecho, existía una ordenanza de 1470 en Nápoles
que prohibía a los posaderos tener más de una sirvienta a la vez para evitar la
trata de personas. A pesar de ello, en la época en que vivió de Caro este tipo
de abuso y maltrato hacia las mujeres era moneda corriente en los tugurios y
locales de mala nota.
Precisamente en una taberna conoció Giulia a su
primer marido, el saltimbanqui y titiritero romano Carlo Gianelli, conocido con
el nombre artístico de Cappeldoro. La
pareja contrajo matrimonio en Nápoles en 1665.
En Nápoles Gianelli entró a trabajar con Giuseppe
Capano, un curandero vendedor de pociones y charlatán que ofrecía sus servicios
en la Piazza del Castello, en la época un barrio de mala nota asociado a la
prostitución y a la delincuencia. El cometido de la pareja consistía en atraer
clientes a Capano a través de las habilidades teatrales que ponían en escena en
las calles. Pero la actividad no generaba los suficientes rendimientos para
vivir y Carlo abandonó a Giulia, quien tuvo que retomar la venta de favores
sexuales para poder sobrevivir.
En este momento Giulia de Caro comenzó a cantar
en público en las calles del barrio napolitano de Pignasecca, espcializándose
en canciones picarescas de alto contenido erótico, como La Sfacciata o La Varchetta.
Su popularidad en la ciudad fue en aumento en muy poco tiempo, convirtiéndose con
el tiempo en la amante varios aristócratas de la corte.
La inteligencia y visión de negocio de la De Caro
se hace patente cuando la cantante detecta el potencial que presenta el
entonces jóven género de la ópera, que florece fuera de los palacios, llegando
a todos los públicos en los teatros venecianos. Comprende entonces que refinar
su estilo de canto y de interpretación puede suponer una oportunidad para
llegar a otros públicos más selectos, y con ello mejorar su nivel de vida. Dejó
Nápoles y se instaló en Roma para mejorar su capacidad musical, pues esa ciudad
constituía un lugar obligado de peregrinación para músicos y artistas deseosos
de aprender.
Bien es verdad que hubo otra razón de peso que
determinó su salida de Nápoles. Entre los nobles que perdieron la cabeza por
los favores de Giulia se encontraba el Duchino della Regina, sobrino del regente
Gian Giacomo Galeotta. La relación desagradó de tal manera al tío que decidió
encerrar a la De Caro en un convento para ponerle fin. Solo cuando ella juró no
volver a ver a su amante fue liberada de su cautiverio y expulsada de la
ciudad.
En su experiencia romana entró en contacto con la
música escénica a través de las compañías ambulantes de comedia. Su regreso a
Nápoles se produce como miembro de uno de estos grupos, Febi Harmonici, y tiene
lugar en 1669. De hecho, es recibida en la ciudad como cantante de ópera y no
como cantante callejera de música picaresca. El pulido de su persona incluyó,
aparte de mejorar su técnica interpretativa, perder en Roma el acento
provinciano de Foggia, lo que le dio un aire más señorial.
El experto Paologiovanni Maione (Giulia de Caro: from whore to impresario. On
cantarine and theatre in Naples in the second half of the seventeenth century)
fija 1671 como el año del debut de Giulia de Caro sobre el escenario del Teatro
de San Bartolomeo, con la obra L’Annibale
in Capua de Pietro Andrea Ziani. Precisamente, el teatro lo regentaba en
ese momento otra mujer empresaria –como más tarde lo sería De Caro-, Cecilia
Siri Chigi.
Gracias al mecenazgo de sus nobles amantes, la
cantante se instaló en el Palazzo dei Nacarelli, situado en el exclusivo barrio
de Mergellina, en cuyas calles las cortesanas salían a pasear sus mejores galas
en un alarde de ostentación. Giulia asumió a la perfección el papel de gran
dama y se convirtió en un personaje público de moda de la alta sociedad napolitana.
Esta proyección púbica de su imagen como mujer
fatal, atractiva y seductora, formó parte de la estrategia empresarial
destinada a llenar el Teatro de San Bartolomeo. De alguna forma, el exhibirse
por Mergellina ricamente vestida y provocativa constituía un poderoso reclamo
para que los nobles y caballeros acudiesen a verla actuar sobre las tablas. De
Caro entendió a la perfección el funcionamiento del teatro comercial, que en
esa época despegaba, cuyo modelo de negocio ya no dependía del mecenazgo de los
poderosos, sino de la venta de entradas que maximizasen el beneficio cada noche
de representación. Como afirma la antes citada Laura Jean Martell en su tesis
sobre la diva, la publicidad en sentido
amplio era necesaria para la supervivencia del teatro.
La carrera como cantante de Giulia de Caro es
breve, apenas abarca los siete años que discurren entre 1669 y 1676. Durante
ese periodo intervino en dieciséis obras.
Por otro lado, gestionó el Teatro de San
Bartolomeo entre 1673 y 1675, haciendo gala de una aguda visión comercial.
Fichó para la escena napolitana a grandes figuras de la época, como el músico Pietro
Andrea Ziani y la cantante Caterina Porri. También encargó libretos y
partituras a creadores de renombre como Andrea Perrucci y Francesco Porri. Como
ella misma dejó escrito en la dedicatoria del libreto de Marcello in Siracusa:
A pesar de las
dificultades de esta empresa […] mis continuos trabajos son dignos de
celebración, puesto que he reunido con encomiables esfuerzos a todas las Caliopes
y Orfeos que han estado sorprendiendo a Italia así como al mundo.
No le faltaba razón a esta extraordinaria mujer,
cuya capacidad de gestión es más que evidente, y que además supo amasar una
importante fortuna personal a través del préstamo y de diversas inversiones
acertadas.
Su carrera escénica se vio truncada por un nuevo
escándalo amoroso, cuando siendo amante del virrey, Antonio Pedro Sancho Dávila
y Osorio, el marqués de Astorga, entabló una relación con el sobrino de este,
Domenico di Gusman. El virrey intentó desterrarla, pero su posición ahora era
la de una gran dama y Giulia no consintió abandonar de nuevo Nápoles con
deshonra. Partió de la ciudad dejando claro que iba a realizar, voluntariamente,
una peregrinación por Bari, Roma, Venecia y otros lugares.
No fue la última vez en su vida en que tuvo
problemas de este tipo. Su suerte siempre estuvo ligada a las manías y los
celos de sus poderosos amantes. A pesar de la dependencia del mundo masculino,
esta extraordinaria mujer dejó bien clara su capacidad para triunfar por
meritos propios, tanto en las artes como en los negocios.
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