viernes, 22 de marzo de 2024

La flautista del cuadro




Adriana: Her Portrait, Her Life, Her Music

Erik Bosgraaf y Ensemble Cordevento

Brilliant Classics

 

La narrativa -el storytelling que dicen los anglosajones- es muy importante. No hay nada mejor que una buena historia, y el disco que traemos hoy la tiene detrás. La estampa misteriosa y atractiva de una joven que aparece retratada en una pintura holandesa del siglo XVII y la dedicatoria en un libro de música conducen, como si de una intriga detectivesca se tratara, hacia la figura de la flautista Adriana vanden Bergh, una brillante intérprete celebrada en su época por la sociedad de Amsterdam, que resultó injustamente olvidada por la posteridad. Adriana: Her Portrait, Her Life, Her Music es un libro y un disco. El primero contiene en sus páginas el resultado de la investigación llevada a cabo por el historiador Thiemo Wind para reconstruir la vida y el arte de tan singular mujer; el segundo es una recopilación de la música que pudo haber interpretado Adriana, seleccionada y grabada por el flautista Erik Bosgraaf junto con Ensemble Cordevento.

Comencemos la historia por el principio. En 2006 el musicólogo Thiemo Wind presentó su tesis doctoral tras quince años de investigación dedicada al repertorio holandés solista para flauta dulce en la Edad de Oro. Como él mismo reconoce, en las 698 páginas de la obra pocas preguntas quedaban sin respuesta, pero había una que le obsesionaba especialmente: la identidad de Adriana vanden Bergh. Wind había llegado a este nombre a través de una de las principales colecciones de música para flauta del momento, Der Fluyten Lust-hof (El jardín de las delicias de la flauta), una obra de Jacob van Eyck compuesta por doce volúmenes de música para este instrumento. El libro fue publicado en Amsterdam por Paulus Matthijsz, y tuvo varias ediciones. En una de ellas, fechada en 1644, Matthijsz incluye una dedicatoria que contiene un poema de cuatro versos, en la que identifica a una tal Adriana vanden Bergh con Euterpe, la Musa de Música, y se maravilla de que una chica tan joven lleve los laureles del Parnaso. Podemos estar seguros de que se trataba de una flautista extraordinaria para recibir tales elogios.

El siguiente paso de Thiemo Wind consistió en consultar las actas notariales de mediados del siglo XVII, y en ellas descubre el testamento de Jan vanden Berch, tío de nuestra protagonista; de aquí consigue asociar a la mujer anónima que aparece en el cuadro de Jacob Adriaensz Backer Retrato de una mujer como la musa Euterpe (1650) con Adriana. El retrato presenta a una joven, casi una niña (Adriana debía tener unos trece años cuando fue pintado), acompañada de tres flautas dulces. Parece que nuestra heroína ya tenía cara.

Poco a poco, Wind pudo reconstruir la vida de Adriana, que fue bastante desgraciada, empezando porque se casó con la persona equivocada. Sus padres tenían que acudir al notario en todo momento porque no se podía confiar en su marido, el comerciante Jan Verstegen. Éste sembró discordia en la familia y demostró claramente que lo que realmente perseguía era el capital de su rico suegro, el abogado Gerard vanden Bergh. En un momento, Adriana incluso fue desheredada por su padre.

No hay indicios de que el talento musical de Adriana se haya desarrollado más allá de su adolescencia. Durante los primeros años de su matrimonio, su principal preocupación fue quedar embarazada y tener hijos, seis en cinco años y dos meses. En 1658 su marido llevó el patrimonio familiar a la quiebra.

La parte musical de esta iniciativa es una selección de piezas que podría haber tocado Adriana vanden Bergh en su momento. Para ello, Erik Bosgraaf ha seleccionado hasta 31 temas, incluyendo compositores italianos y holandeses. Gracias a la dedicatoria del editor Paulus Matthijsz, sabemos que Adriana interpretaba sonatas a trío de Marco Uccellini, Tarquinio Merula y Giovanni Battista Buonamente, mientras que en el retrato de Backer aparece una edición de obras del violinista Salamona Rossi. Además de estos cuatro nombres, el disco se completa con composiciones de los autores holandeses del momento, como Jacob Van Eyck, Paulus Matthijsz, Cornelis Jansz Helmbreecker, Johann Schop, Pieter de Vois,  Constantijn Huygens, Nicolaes a Kempis, Cornelis Thymanszoon Padbrué, Christiaen Herwich y Jan Pieterszoon Sweelinck.

Estamos ante la apasionante historia de una búsqueda en el tiempo, que tiene como resultado una magnífica representación del talento que hubo desplegado en el siglo XVII en torno al discreto encanto de la flauta dulce barroca.

jueves, 7 de marzo de 2024

El punk no ha muerto, ni tampoco el baile barroco

 


Back to Follia!

Concerto 1700

 

¿Qué tienen que ver canciones como Career Opportunities de The Clash o Holidays in the Sun de Sex Pistols con danzas barrocas como la chacona, la españoleta o la chacona? Aparentemente nada, pero el violinista Daniel Pinteño en su nuevo trabajo discográfico con Concerto 1700 sugiere una conexión entre el espíritu transgresor que envuelve estos dos géneros en sus respectivas épocas, hasta el punto que el diseño gráfico de Back to Follia! se aleja del tono formal y grave que suele caracterizar las portadas de los discos de música antigua, acercándose con descaro, en su uso del collage en la tipografía, a estándares del punk rock, como el mítico Never Mind the Bollocks de los mentados Pistols.

 Desde esta perspectiva, Pinteño recupera en los temas que integran el disco la libertad del intérprete de aquella época procedente de entornos populares en la ejecución de las danzas, algo que le permitía desarrollar una pieza completamente nueva, partiendo de meros bocetos armónicos basados en poco más que una decena de compases. Precisamente, esta tendencia a apartarse de la rigidez impuesta por la técnica y el canon de estilo es lo que emparenta a aquellos músicos de las calles y tabernas de la España de los siglos XVII y XVIII con el rupturismo en el rock de 1977. El músico punk huía del virtuosismo formal y sustituía su falta de conocimientos técnicos por la creatividad, el vitalismo y la inmediatez de la obra. El lema que les guiaba era hazlo tú mismo: todo el mundo puede tocar música, aunque solamente se sepa tres acordes a la guitarra.

El malagueño Daniel Pinteño es el director artístico y fundador de la agrupación historicista Concerto 1700. Profesionalmente ha orientado sus esfuerzos a la interpretación del repertorio comprendido entre el nacimiento de la música para violín del siglo XVII hasta el lenguaje romántico de mediados del XIX con criterios históricos. Desde su formación, el ensemble ha buscado revivir la obra de autores españoles menos conocidos o repertorios menos interpretados. Así, tiene en su acervo un rica e interesante colección de grabaciones, entre las que se pueden señalar la dedicada a las cantadas de José de Torres, los tríos para cuerda de José Castel o las cantatas sacras de Antonio de Literes. Su disco más reciente, Amorosi Accenti, que vio la luz el año pasado, aborda la música vocal compuesta por Domenico Scarlatti, autor que, a diferencia de su padre Alessandro, ha sido siempre más recordado por sus creaciones instrumentales para tecla. También a principios de 2023, el conjunto puso en escena en formato concierto la ópera de Antonio de Literes Acis y Galatea, presentada en el Auditorio Nacional de Madrid en febrero.

En esta ocasión, el violín de Pinteño ha sido acompañado por Pablo Zapico (guitarra barroca), Ismael Campanero (contrabajo y violone) y Pere Olivé (percusión). Además, el disco cuenta con la aparición especial en uno de los temas del tenor Víctor Sordo, quien junto con Sonia Gancedo ha sido el responsable de la producción técnica de la grabación.

Los bailes y danzas del Siglo de Oro han despertado el interés de los profesionales actuales dedicados a la música antigua, de forma que en los últimos años han salido al mercado varios discos dedicados a este género, como son, entre otros, El baile perdido (2019) de Raquel Andueza y La Galanía, Sopra La Spagna (2022) o, más recientemente, Plebeyos bailes (2023) de La Tendresa. Probablemente, lo que justifica el que este tipo de música esté recibiendo tanta atención es precisamente lo poco que se sabe acerca de ella, dado que, como subraya Ana Lombardía, que firma las notas que acompañan al disco, generalmente se enseñaba y aprendía de forma oral y no han llegado hasta nosotros apenas fuentes escritas. 

Álvaro Torrente (La música en el siglo XVIII, 2016) considera que los bailes son una de las principales aportaciones de la península ibérica a la música occidental, y resalta la importancia que adquirirán en la creación instrumental en toda Europa, en las que abundan chaconas, zarabandas y folías, en sus versiones “domesticadas”, es decir, desprovistas del espíritu chabacano y transgresor que tuvieron en sus formas más bajas como bailes del pueblo llano. La abundancia de este tipo de bailes en el siglo XVII queda patente en el extenso -aunque no exhaustivo- catálogo de esta cita textual que aporta Torrente, procedente de la obra El diablo cojuelo de Vélez de Guevara:

 

“yo truje al mundo la zarabanda, el déligo, la chacona, el bullicuzcuz, las cosquillas de la capona, el guiriguirigay, el zambapalo, la mariona, el avilipinti, el pollo, la carretería, el hermano Bartolo, el carcañal, el guineo, el colorín colorado; yo inventé las pandorgas, las jácaras, las papanatas, los comos, las mortecinas, los títeres, los volatines, los saltambancos, los maesecorales y, al fin, yo me llamo el Diablo Cojuelo.”

 Back to Follia! presenta una buena selección de las músicas de bailes de aquella España barroca, y en sus pistas podemos escuchar chaconas, marionas, jácaras, canarios, folías y españoletas. También ha incluido Concerto 1700 el zarembeque, que, junto con el guineo y el paracumbé, era un baile considerado “negro” por sus raíces afro-latinoamericanas, descrito en el Diccionario de autoridades como “tañido, y danza mui alegre, y bulliciosa, la cual es mui freqüente entre los Negros”. Por su parte, el fandango se convirtió en un formato muy apreciado por teclistas como el padre Antonio Soler y Domenico Scarlatti, e incluso el mismo Luigi Boccherini escribió su Quinteto Nº4 para cuerda y guitarra G448 “Fandango”.

Dado lo escandaloso de muchos de los textos que los acompañaban, estos bailes fueron prohibidos y perseguidos, y, por ello, es difícil encontrar fuentes documentales acerca de su estructura y composición musical. Ana Lombardía destaca en este sentido la importancia de los tratados para guitarra de la época como fuentes de información, pues incluían las técnicas de acompañamiento con el instrumento de las melodías más en boga. Los más relevantes son los de Luis de Briceño, Gaspar Sanz, Lucas Ruiz de Ribayaz y Santiago de Murcia, algunos de los cuales han sido utilizados para dar forma a los temas del disco. Mención aparte merece el denominado Manuscrito de Salamanca, un conjunto de tres hojas sueltas conservadas junto a un manuscrito musical posterior de la Biblioteca Nacional de España, que contiene diez fragmentos de música para violín en cifra o tablatura, que son melodías de moda en la época de la publicación (1659).

Lo que nos lleva a otro aspecto interesante de Back to Follia!: el protagonismo absoluto del violín, un cordófono que a menudo se asocia exclusivamente a la música instrumental del periodo. En este sentido, de nuevo Ana Lombardía arroja luz sobre este particular (Melodías para versos silenciosos: Bailes, danzas y canciones para violín en el Manuscrito de Salamanca [ca. 1659], 2018), pues indica que era práctica habitual en España durante el siglo XVIII acompañar canciones, bailes y danzas con el violín, algo que está documentado en contextos cortesanos y teatrales. La experta supone que, aunque no tenemos referencias al respecto, también es probable que el violín estuviese presente en la música de los entornos más populares en Madrid y en Sevilla. El papel de este instrumento se transforma por completo desde mediados del siglo XVII, cuando pasa de sustituir a la voz a adquirir un vocabulario propio, especialmente a través de la sonata.

Back to Follia! sumerge al oyente en el apasionante universo de la música del baile barroco, desde los agitados canarios o la chacona, hasta la grave belleza de la conocida melodía Marizápalos. Nos lleva hasta la espontánea improvisación y la frescura de unos sones que no se dejan encorsetar por una partitura. Porque el espíritu del punk no ha muerto, ni el del baile barroco tampoco.