domingo, 22 de septiembre de 2019

Isabella Andreini, la gran dama de la commedia dell’arte


El nombre de Isabella Andreini brilla con luz propia dentro de la cultura de finales del Renacimiento. En una época en que la sociedad limitaba estrictamente los roles que podía desempeñar la mujer -hija, esposa, madre, viuda y, monja-, este personaje destaca con fuerza como actriz de éxito, refinada poeta, erudita y empresaria teatral, rompiendo los moldes femeninos impuestos por la Contrarreforma. Lejos de acabar eclipsada en un segundo plano social, Isabella impone su desmesurado talento en un mundo de hegemonía masculina.

En el plano artístico, Andreini fue una gran estrella de la interpretación, cuya fama rebasó las fronteras de la península itálica y alcanzó Francia e incluso España. Como empresaria teatral junto a su marido, Francesco Andreini, contribuyó a sentar las bases de lo que llegarían a ser las compañías profesionales modernas.

Se cuenta de ella que, a su talentos de comediante, agregaba los de compositora, cantante e instrumentista, poeta y filósofa. Era capaz de hablar y escribir en francés, español y en latín, y sus contemporáneos alababan el encanto de su persona. Isabella fue tan conocida y renombrada, que hasta aparece en tres obras de Lope de Vega. En el siguiente fragmento de El castigo sin venganza, el Fénix la llama “Andrelina”, en otras ocasiones se refiere a ella como “Andreína”:

DUQUE       
Febo, para nuestras bodas       
prevén las mejores salas           
y las comedias mejores, 
que no quiero que repares
en las que fueren vulgares.      
FEBO
Las que ingenios y señores       
aprobaren llevaremos.  
DUQUE       
Ensayan.
RICARDO   
Y habla una dama.
DUQUE       
Si es Andrelina, es de fama.
¡Qué acción! ¡Qué afectos! ¡Qué estremos!

Hasta los personajes de la ficción se deshacen en halagos por la actriz. Un talento forjado a través de la adquisición de una sólida cultura clásica durante su infancia y adolescencia en Padua. Nacida en 1562, algunas fuentes indican que su origen familiar era más bien humilde, si bien no existe demasiada información sobre esa etapa de su vida.

Comenzamos a tener noticias de ella hacia 1576, cuando entra a formar parte con catorce años de la compañía de commedia dell’arte Comici Gelosi o Cómicos Celosos, puesto que el lema de la troupe era Virtù, fama ed honor ne fèr gelosi, algo así como Virtud, fama y honor fueron de los Celosos. Precisamente será en este entorno en el que conoce al que será su marido, Francesco Andreini, un antiguo soldado reconvertido en actor cómico. La pareja contrae matrimonio hacia 1578.

El éxito de Comici Gelosi se va consolidando allá donde actúan, pero especialmente en Mantua, dada la gran afición de la familia gobernante, los Gonzaga, por los espectáculos teatrales.

Uno de los principales méritos de Isabella fue el introducir la improvisación en la escena, algo que previamente no existía en el teatro italiano de la época, y que añadía frescura y viveza a sus interpretaciones. Uno de sus principales papeles era el de mujer enamorada -prima donna innamorata- y ella supo enriquecerlo mediante la improvisación, liberándolo del corsé de rigidez que tradicionalmente le caracterizaba. De hecho, la figura de la actriz dio lugar a un personaje arquetípico dentro de la comedia del arte, el de la enamorada Isabella, que a veces figura como la hija de Pantaleón.

Durante varios periodos los Andreini, además de actuar, se ocuparon de la dirección de la compañía de los Celosos. Existen referencias sobre el particular en 1583, entre 1587 y 1588, y los últimos años de vida de Isabella, en 1603 y 1604. No era fácil tarea, pues, aparte de la dirección artística de las obras a representar, implicaba aspectos relacionados con la gestión, como la redacción de los contratos de los actores, la negociación y contratación de alojamiento para la compañía en las distintas ciudades de la gira, o el alquiler de la sala donde tenían lugar las representaciones, si procedía.

La fama de Comici Gelosi alcanzó tales cotas que la compañía fue elegida para representar dos obras, La Gitana (La Zingana) y La Locura de Isabella (La Pazzia d’Isabella), dentro de las celebraciones de la boda entre Fernando I de Medici y Cristina de Lorena, en Florencia en 1589.

Isabella y Francesco tuvieron siete hijos y, precisamente, a ella le llegó la muerte cuando embrazada volviendo a Italia después de actuar en Francia para el rey Enrique IV, sufrió un aborto espontáneo en Lyon que acabó con su vida.

La grandeza y el talento de Isabella Andreini queda reflejada en este texto del escritor Tomasso Garzoni da Bagnacavallo: La graciosa Isabella, decoro de las escenas, adorno de los teatros, espectáculo soberbio, no menos de virtud que de belleza, ha ilustrado también ella esta profesión, de manera que, mientras dure el mundo, mientras haya siglos, mientras tendrán vida los órdenes y los tiempos, todas las voces, todas las lenguas, todos los gritos. Resonará, célebre, el nombre de Isabella.

Una mujer brillante y, sobre todo, independiente y segura de sí misma, como ella misma se define en su Soneto CLXVI:

Un sueño falaz ya no me turba,
 real me es lo real y sombra la sombra;
 de cualquier afán ya estoy libre
 y tengo con mis pensamientos tranquila paz.
 No sostengo mi deseo al deseo de los otros,
soy Mujer de mí misma, y no me turba un rostro
 severo o me alegra una sonrisa, una frase.

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