viernes, 29 de marzo de 2013

Crowdfunding para impulsar la música antigua

Existe una opinión muy extendida que defiende que la revolución digital que estamos viviendo ha dañado seriamente el sector de la producción musical. La facilidad para copiar y distribuir un archivo de sonido que ha traído consigo Internet hace casi imposible impedir la copia ilegal y su difusión masiva, minando el  modelo de negocio que ha manejado la industria del disco prácticamente desde la invención de los medios para registrar sonido. Sin embargo, la producción musical también se puede beneficiar de modelos emergentes asociados a la economía de redes y reiventarse, buscando nuevas soluciones de financiación. Una de estas soluciones puede ser el denominado crowdfunding.

El crowdfunding es una variante del crowdsourcing, un método de trabajo colaborativo en red cuyo máximo exponente es Wikipedia, una inmensa enciclopedia on line construida con las aportaciones de miles de redactores voluntarios de todo el mundo. El crowdfunding por su parte busca la financiación de un determinado proyecto, como puede ser el rodaje de una película o la grabación de un disco, mediante multitud de pequeñas aportaciones individuales recogidas a través de la web. A cambio, cada patrocinador del proyecto recibe alguna prebenda de los promotores una vez que se ha llevado a cabo el proyecto, como puede ser una invitación a un pase privado del film, ediciones especiales del CD, merchandising...

Uno de los primeros ejemplos de crowdfunding que ha conocido nuestro país es el largometraje El cosmonauta, un proyecto transmedia que sugiere una nueva forma de financiación, producción y distribución, sacando el mayor partido de las herramientas de comunicación disponibles en Internet, al margen de los canales tradicionales de difusión. El cosmonauta se estrena el 14 de mayo y ha recibido financiación de más de 5.000 internautas que han hecho posible el film. Marca un antes y un después de la cinematografía en nuestro país.

La música antigua no es ajena al crowdfunding, lo que demuestra que sus intérpretes y expertos, además de poseer una sensibilidad especial hacia las melodías arcaicas, también hacen gala de una creatividad excepcional a la hora de financiar y proyectar su trabajo. Veamos un  ejemplo.

El dúo Dolce Rima, formado por la soprano Paula Brieba y la vihuelista Julieta Viñas, se ha especializado en la interpretación de piezas musicales del Renacimiento español procedentes tanto de los cancioneros de la época como de los tratados para vihuela. Tras cuatro años trabajando juntas han decidido que ha llegado el momento de cumplir una vieja ilusión, como es grabar un CD con sus interpretaciones. Para ello han abierto una página en la web para recaudar aportaciones de todos aquellos que quieran colaborar en el proyecto (pretenden recaudar 2.400 euros), ofreciendo siete tipos de recompensas en función del apoyo prestado. Se puede participar desde 5 euros y a cambio se obtiene la posibilidad de realizar una descarga digital del CD. La máxima aportación son 350 euros, a cambio de los cuales el patrocinador obtiene dos copias del CD y la posibilidad de recibir un concierto privado del dúo en el local por él elegido, entre muchas otras prebendas.

¿No es acaso una forma original de seguir creando y difundiendo la música antigua, aunque no exista una industria alrededor, utilizando los propios medios de Internet y la web social? Supongo que en breve oíremos hablar de nuevos ejemplos de crowdfunding.

viernes, 15 de marzo de 2013

Los amores dolorosos del trovador Pedro Roger

Víctor Balaguer, en su Historia de los trovadores (Madrid, 1878), se hace eco de la historia del poeta provenzal Pedro Roger, que igual que Gaucelm Faidit y Bernart de Ventadorn cuyas historias hemos tratado en este blog, sufrió en sus carnes el rigor del amor no correspondido, gracias a lo cual nos ha legado magníficos poemas en  langue d´oc. Suena cruel decirlo así, pero si su dama le hubiese correspondido, probablemente no hubiera escrito piezas tan sentidas y sensibles.

Pedro Roger era un caballero descendiente de una noble familia de Auvernia,  cuyos progenitores habían determinado, desde su más tierna infancia, que tenía que formar parte del estamento eclesiástico. Sin embargo, el joven Pedro no sentía con la misma fuerza la llamada de la fe como sentía el deseo de vivir fiestas y aventuras. Se veía a sí mismo más en la piel del caballero andante, o en su defecto, del trovador errante que es agasajado en las distintas cortes.

Y esta última es la vida que finalmente eligió cuando colgó los hábitos. Con su buena planta, según los cronistas de la época, y su ingenio para la composición poética, Roger no pasaba desapercibido en la vida cortesana de los distintos castillos y ciudades que visitaba. Debieron ser unos días felices y desenfadados para él hasta que llegó a Narbona y conoció a Ermengarda.

Ermengarda de Narbona era una “bella y varonil princesa”, en palabras de Balaguer, en cuya culta corte se acogía y protegía a los trovadores. Viuda de un español llamado Alfonso, estaba casada en segundas nupcias con Bernardo de Anduse, aunque dicen las malas lenguas que nunca llegó a quererle tanto como al primero.

Pedro Roger logró destacar y hacerse visible en la multitudinaria corte de Narbona, y un día se fijó en él la mirada de la soberana, de forma que al poeta  le asaltó una pasión tal por ella que jamás le abandonó en vida. Consecuencia directa de este accidente fue su conversión en un rápsoda de elevado verso, instrumento necesario ahora más que nunca para expresar sus amores. Siguiendo la costumbre trovadoresca creó para su dama un nombre poético, de forma que Ermengarda pasó a llamarse en sus composiciones Tort no avetz, que quiere decir en provenzal algo así como “sin tacha” o “no tenéis tacha”.

Él escribe y escribe loas y alabanzas, hasta que la gente empieza a murmurar y a sospechar quién puede ser el objeto de deseo del poeta, pero Pedro no desvelará su identidad:

“No importa quién sea ni dónde se encuentre mi dama. Yo soy su adorador, aun cuando no me corresponda. Mi corazón arde en silencio, sin vanidad y sin ruido, pues que ella ignora la dicha que me causa cuando la veo, la felicidad que me inunda cuando la hablo. Todo cuanto me digan es inútil; jamás revelaré su nombre, pues temería perderlo todo dejando de ser amante ignorado.”

Pedro continuó con su galanteo anónimo hasta que un día  Ermengarda llegó a saber que era ella, y no otra, la idolatrada Tort no avetz. De hecho el trovador llega a escribir:

“Ayer una de sus miradas me hizo feliz. Estoy condenado a no obtener nada más, ya lo sé, pero no por esto quedo menos reconocido a favor tan insigne”.

Las crónicas dan a entender que a este favor le siguieron otros todavía más insignes y que la “bella y varonil” dama empezó a sucumbir ante el galanteo de Pedro Roger. Paralelamente arreciaron los comentarios y las habladurías, y Ermengarda, celosa de su honra y reputación, tuvo que alejar a Pedro de Narbona, ciudad en la que éste había habitado entre 1168 y 1177.

Alejose de Narbona con pesar y, junto con su amigo Rimbaldo de Orange, pasó los Pirineos y disfrutó de la hospitalidad de las cortes de Alfonso de Castilla y de Alfonso de Aragón. A pesar del buen trato recibido por los monarcas, Pedro sólo pensaba en Ermengarda y pasaba los días cantándole a sus amores desafortunados:

“No importa lo lejos que esté de ella, es como si estuviese a su lado, como si fuera aún su huésped, pues que el amante sólo con la muerte se aparta de su amada”. 

Volvió a Francia y recibió hospedaje en la corte del conde de Tolosa, desde donde pretendía obtener permiso para volver a Narbona, pero éste le fue denegado. Desesperado, enfermo de amor como estaba, se apartó de la sociedad y se encerró en el claustro de Gaumont, de donde no volvió a salir nunca. Resulta conmovedor el desconsuelo que expresan los versos que escribió en Tolosa:

“Antes que ser rey del mundo entero, quisiera ser esclavo de aquella que es causa de mis penas. ¡Si pudiese al menos volverla a ver!”

viernes, 8 de marzo de 2013

La pasión italiana madrigalista de Heinrich Schütz

La historia está inundada de talentos, ya sean intérpretes o compositores, que fueron persiguiendo a la música, con mayores o menores obstáculos, para conseguir destacar en ese arte. El caso de Heinrich Schütz es el contrario: leyendo su biografía se nos antoja que la música le fue persiguiendo a él para convertirle en uno de los mayores compositores del siglo XVII (con el permiso de Claudio Monteverdi). Algunos se refieren a él como el más grande compositor alemán anterior a Bach, que no es un título baladí. Y además fue un alemán enamorado del madrigal italiano.

Lo de que la música le buscó no es una exageración; se podría decir que le pusieron el aprendizaje musical en bandeja a su más tierna edad, abriéndole las puertas al desempeño profesional. El joven Heinrich contaba con doce años hacia 1597 cuando pasó por Köstritz, su ciudad natal, Mauricio de Hesse-Kassel (en alemán, Moritz von Hessen-Kassel), Landgrave de Hesse-Kassel, y por pura casualidad, le escuchó cantar. Inmediatamente el príncipe le ofreció un puesto en el coro de la capilla de Kassel.

La corte de Mauricio de Hesse-Kassel era de las más cultas y refinadas de toda Alemania. El propio príncipe hablaba varios idiomas y era un apasionado de las artes y de las ciencias. Qué mejor lugar para cimentar la educación de un joven como Heinrich Schütz. Pero la música aún le guardaba nuevas dádivas…

Al perder Heinrich su bello tono agudo de voz con el paso a la pubertad, lejos de devolverle a su casa, su protector le sufragó los estudios en el Collegium Mauritianum. Posteriormente inició estudios de jurisprudencia en Marburgo, para gran alivio de sus padres que por fin veían que dejaba esa tontería de la música y estudiaba algo “de provecho”.

Sin embargo, Mauricio y la música, o la música y Mauricio, se volvieron a cruzar en su camino en la forma de una oferta del generoso príncipe para estudiar composición musical en Venecia, con todos los gastos pagados, con el más famoso organista de la época, el venerable Giovanni Gabrielli. Podemos entender que en este momento acabó su interés por la jurisprudencia para siempre.

Heinrich Schütz llegó a Venecia con 24 años y pronto se convirtió en el discípulo preferido de Gabrielli, aunque quede mal decirlo. Su estancia, en principio prevista para dos años, se alargó hasta cuatro, y solamente regresó a Alemania varios meses después de la muerte de su maestro, a principios de 1613.
  
Podemos suponer que el Schütz que retornó de Italia ya era un hombre mucho más completo y experimentado, y especialmente, un músico consumado. Ocupó brevemente la plaza de organista de Kassel y al poco tiempo, hacia 1615,  se trasladó a Dresde para ejercer como compositor de la corte del Elector de Sajonia. Su carrera había despegado para no volver a aterrizar.

Fruto de aquel espíritu latino que le poseyó en Venecia, y que pensamos que  le persiguió hasta las tierras germánicas, fue la publicación en 1611 de un libro de madrigales italianos, su Opus primum.  Dieciocho piezas compuestas para cinco partes vocales más una adicional para doble coro dedicada a Mauricio de Hesse-Kassel, que coincide que además pagaba la publicación (es de bien nacidos ser agradecidos).

A pesar de que el título completo es Libro primo de Madrigali, no hay constancia de que escribiese un segundo. Schütz utilizó para sus madrigales textos de Giovanni Battista Guarini y de Giambattista Marino, cuyos poemas habían sido musicados numerosas veces. El primero le ofrece la oportunidad de expresar el dolor del amor y la pasión no correspondida a través de su música, a la manera del Libro Quinto de Monteverdi; por el contrario, la obra de Marino es un contrapunto humorístico fresco y desenfadado.

Podría haber conseguido lo mismo escribiendo madrigales alemanes (el género estaba de moda en toda Europa) quizá, pero aparte de aprender a escribir música polifónica, el madrigal italiano enseñó a Schütz a combinar la forma y el contenido de un texto poético con el acompañamiento musical adecuado, y el poder rastrear el tono y las connotaciones de las palabras en términos musicales, evitando que la composición se quiebre en fragmentos inconexos.

Su pasión por la música italiana le llevó de vuelta a Venecia en 1628 donde tuvo la oportunidad de estudiar con el grandísimo Claudio Monteverdi. Heinrich Schütz fue a todas luces un músico alemán privilegiado.