En la Edad Media los caminos de Europa
estaban llenos de artistas ambulantes, que recorrían pueblos y ciudades para
actuar en público, y poder sacar medios para subsistir. La actividad juglaresca
no se limitaba a la música, puesto que muchos de ellos ofrecían espectáculos
relacionados con la destreza física -como los acróbatas y saltimbanquis-, la
danza o la doma de animales. No pocas mujeres desempeñaban este tipo de
actividades, y en Inglaterra recibieron el nombre de glee maidens.
Las doncellas
de la alegría eran juglares que tienen su origen en la época sajona. También eran son denominadas en la obra del
escritor Geoffrey Chaucer tumbling women
(mujeres volteadoras), tomblesteres y
tombesteres (Joseph Strutt, The Sports and pastimes of the People of England). Todos estos apelativos destacan el
carácter circense de la profesión, que no excluía, no obstante, la
interpretación musical.
Las glee
maidens eran las compañeras profesionales de los gleemen, según algunas fuentes. De acuerdo con ellas, estos gleemen eran arpistas, que llevaban
consigo vocalistas femeninas y danzarinas, a diferencia de los jongleurs, otra categoría de intérprete
a la que se asocia con la viola de rueda o zanfona. Todos ellos eran artistas
que amenizaban tanto las comidas de las casas señoriales, como el ocio de la
gente llana en la plaza del pueblo.
No obstante, el musicólogo británico John
Frederick Rowbotham (1859-1925) ofrece en sus escritos una versión mucho más
feminista, por decirlo de alguna manera, de estas doncellas. En su opinión, las
glee maidens eran músicas
independientes y no solían viajar con acompañantes masculinos, sino en
solitario. Puede parecer inverosímil, dada la inseguridad extrema que asociamos
hoy en día a los caminos medievales, pero el escritor defiende que las
juglaresas eran generalmente respetadas.
Rowbotham ofrece una visión idílica de
las glee maidens: se trataba de
jóvenes con vocación musical que abandonaba sus hogares para viajar por Europa
buscando quién les enseñase la interpretación. Una vez formadas, iban de
localidad en localidad tocando en público a cambio de dinero o comida, ya fuese
en las plazas, ya en las residencias de los poderosos.
Viajaban solas y no en grupo, para no
tener que compartir la generosidad recibida del público, que tampoco era tan
abundante. John Frederick Rowbotham insiste en que sus viajes eran seguros
porque eran muy respetadas por la comunidad, aunque también llega a afirmar que
no eran extraño que portasen espadas y dagas, que sabían utilizar con destreza,
e incluso que llevasen consigo perros con fines defensivos.
Las glee
maidens vestían chaquetas azules entalladas con bordados de plata, y en
ocasiones, con lentejuelas. Completaba el atuendo una falda a rayas que dejaba
al descubierto el tobillo -para poder caminar con soltura-, unas medias
escarlata y borceguíes de cuero español. Cubrían su cabeza con un sombrero de
ala ancha con cintas y alrededor del cuello portaban una cadena de plata o de
un metal de imitación.
Sobre los instrumentos que interpretaban
en sus espectáculos, nos habla Rowbotham del violín (presumiblemente habla de
una cítola o viola de arco), el laúd, las campanillas, el tabor (¿será el
atambor?), la flauta, el rabel y la guitarra. Según el experto, ellas eran
diestras en todos ellos y en alguno más. Sus cantos conmovían tanto al pueblo
llano como a los caballeros y damas de la nobleza, cuando actuaban tras la
comida en sus castillos.
La visión que nos ofrece John Frederick
Rowbotham de las glee maidens es en
extremo romántica. Lo más probable es que fuesen miembros de compañías
ambulantes, al modo de los circos modernos. Pero no deja de ser sugerente su
visión.
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