miércoles, 24 de julio de 2019

El robo de Proserpina, una rareza dentro de la escasa ópera española


La ópera, el género de música escénica por excelencia que florece en la Italia del siglo XVII, nunca llegó a cuajar en España. Aquí podemos hablar de fiesta cantada y de zarzuela, como dos formas autóctonas que combinan la interpretación musical y el drama, pero muy pocos títulos se ajustan completamente al formato operístico puro. El primer ejercicio en este sentido es La selva sin amor, estrenada en el Alcázar de Madrid en 1627, compuesta por Filippo Piccinini sobre un libreto de Lope de Vega. Le siguen en 1660 dos más, compuestas con motivo de la boda entre el monarca francés Luis XIV y María Teresa de Austria, La púrpura de la rosa y Celos aun del aire matan, que contaban con textos de Calderón de la Barca. Y no es hasta el fin del siglo en que nos topamos con un cuarto ejemplo de ópera española, La guerra de los gigantes, de Sebastián Durón.

En este árido panorama, resulta especialmente singular y pintoresco el estreno en Nápoles en 1678 de El robo de Proserpina y sentencia de Júpiter, una ópera con la que se pretendía llevar a dicha ciudad italiana la grandeza de las producciones escénicas que habían tenido lugar en la corte madrileña. Dado lo raquítico de la lista de títulos que pudiesen servir de ejemplo, parece un empeño un tanto raro. En concreto, el modelo de puesta en escena fue la majestuosa representación de Celos aun del aire matan de 1660.

Otra particularidad que presenta El robo de Proserpina es que surge como fruto de la colaboración entre un escritor español, Manuel García Bustamante, y un compositor italiano, Filippo Coppola, maestro de la Real Capilla de Nápoles entre 1658 y 1680. Este tipo de tándems creativos transnacionales eran harto infrecuentes en la época.

Las excepcionales circunstancias que rodean a esta ópera han sido calificadas por Luis Antonio González Marín, editor de la edición del libreto publicada en 1996 por el CSIC, de la siguiente manera:

“Considérese dentro de la tradición española o dentro de la italiana, El robo de Proserpina no deja de ser un fenómeno extraño, un experimento difícil de comprender en un contexto distinto al de la corte napolitana de la época.”

La representación de comedias castellanas en Nápoles obedecía a una necesidad de consolidar allí el poder español en el terreno cultural, como forma de cimentar el político. En 1675, don Juan de Austria nombra virrey al noble aragonés Fernando Joaquín Fajardo de Requesens y Zúñiga, sexto Marqués de los Vélez, que había ejercido previamente como goberna­dor de Orán y como virrey de Cerdeña desde 1673. Su mandato estuvo en gran medida centrado en resolver la crisis desatada en la ciudad siciliana de Messina, el estallido de una revuelta contra la monarquía española, apoyada por la Francia de Luis XIV, cuyos gastos de guerra empobrecieron sobremanera las arcas públicas napolitanas.

No obstante, lejos de recortar la actividad cultural de la corte, de los Vélez la impulsó, como forma de posicionar la quebradiza imagen de España en aquella Italia en riesgo de contagiarse de la insurgencia . En consecuencia, fueron numerosas en Nápoles las representaciones de compañías escénicas españolas, y además se pretendió impulsar una actividad de ópera propiamente napolitana que evitase tener que importar el género de otras ciudades italianas, como Venecia.

Y es en este escenario cuando surge la ópera española El robo de Proserpina. Esta pieza fue compuesta para ser representada el 22 de diciembre de 1677, la fecha del cumpleaños de Mariana de Austria, entonces regente tras la muerte de Felipe IV como madre de Carlos II. Sin embargo, el estreno se demoró dos meses, hasta el 2 de febrero de 1678, por la dificultad que encontraron los intérpretes italianos para adaptar sus voces a los textos en castellano.

Aunque no existe certeza sobre el particular, Luis Antonio González Marín se inclina a creer que la representación tuvo lugar en la Sala de los Virreyes del Palacio Real de Nápoles, una de las tres que había destinadas a albergar espectáculos. La obra fue respaldada por la maquinaria escénica habilitada por Gennaro delle Chiavi, empresario del teatro de san Bartolommeo. La interpretación la llevaron a cabo miembros de la Real Capilla napolitana.  En cuanto a los instrumentos que intervinieron, González Marín especula que:

“Además de un par de instrumentos de tecla, un arpa, quizá alguna tiorba (a l0 mejor guitarras españolas reunidas para la ocasión), o sea, un nutrido grupo de acompañamiento, habría al menos tres violines (necesarios para la sinfonía de la ópera), algún instrumento para doblar el bajo (posiblemente violón y contrabajo) y tal vez instrumentos de viento.”

En relación con el autor español del libreto, Manuel García Bustamante, existen pocas referencias en la historia de la literatura del siglo XVII, y se sabe de su persona por sus cargos políticos. En 1671 aparece relacionado con la corte de Madrid, en concreto con la casa de Vélez de Guevara, y parece ser que escribió la letra de los villancicos de Navidad de la Real Capilla en 1672. Estuvo de secretario del virrey de los Vélez en Nápoles desde 1677.

Por su parte, del creador de la música, el napolitano Filippo Coppola, se conoce también poco. Trabajó toda su vida en su ciudad natal y que ejerció cargos como músico en la Real Capilla, así como en Tesoro de San Gennaro y en el Oratorio del Girolamini.

La trama de El robo de Proserpina narra el mito clásico del rapto de Proserpina por parte del dios de los infiernos Plutón, la ofensa que recibe la madre, Ceres, y su búsqueda de la justicia que finalmente otorga Júpiter. Al no ser un tema que aparece en comedias anteriores, presumiblemente Bustamante se inspiró en el propio Ovidio, en concreto en su obra  Las metamorfosis, para escribir la obra. 

El reparto de personajes es el típico de la escena de la época, tanto en España como en Italia: dos galanes (Plutón y Pirotoo), dos damas (Proserpina y Ciane), una pareja de graciosos (Ascálafo y Megera), una madre ultrajada (Ceres) y un barba (Júpiter).

La obra El robo de Proserpina fue representada una vez más en el palacio del virrey de Nápoles en 1681, esta vez con el título Las fatigas de Ceres.

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