Entre las formas musicales de la Italia del Trecento encontramos nombres conocidos como el madrigal y variantes de éste, como la ballata, pero también existen otras de más corta vida y popularidad que merece la pena recordar, como es el caso de la caccia. En principio, la caccia era un poema basado en el tema de la caza al que se aplicaba el canon, es decir, una estructura musical a varias voces. A diferencia del madrigal que pintaba al lánguido tema amoroso, la caccia describía con viveza y colorido las escenas de persecución y acoso de la pieza, los halcones y las jaurías.
El término italiano tuvo su equivalente en la palabra castellana caça y en la voz francesa chace, si bien en ambos casos se hacía referencia a la forma musical basada en varias voces y no al contenido del poema, que en estos dos países no tenía por qué tener relación alguna con la cacería. Por ejemplo, las tres caças que han llegado hasta nosotros a través del Llibre Vermell del monasterio de Montserrat están dedicadas al culto mariano: O Virgo splendens, Splendens ceptigera y Laudemus Virginem.
La caccia tuvo una vida efímera, con un pico de popularidad de apenas treinta años entre 1350 y 1380. Parece claro que a principios del siglo XV ya habían desaparecido. Tampoco se menciona antes de 1300 cuando se enumeran las distintas formas musicales existentes en el momento y la primera referencia italiana la realiza el tratado anónimo Capitulum de vocibus applicatis verbis de 1332.
El escritor y Premio Nobel italiano Giosue Carducci sugiere que la caccia además de cantada era representada teatralmente (Cacce in rima dei secoli XIV e XV, 1896):
“Estoy tentado de creer que al menos algunas de estas cacce eran representaciones efectivas, o mejor, casi representaciones [..] bien por coros o por un cantante solista acompañado de un coro, con gestos y capturas del deporte (caza o pesca) y también enseñando a veces el resultado de la captura.”
Otro rasgo del género es que probablemente estaba reservado para un público cortesano y elevado y no para ser consumido por el pueblo llano, dado lo refinado, florido y rítmicamente complejo de las piezas. No parecen adecuadas para ser interpretadas por juglares itinerantes en las plazas de los pueblos.
Aunque el tema de la caccia italiana era inevitablemente el mundo de la caza y la montería, en ocasiones los versos ocultan historias amorosas más o menos explícitas. Por ejemplo, en Nel boscho senza folglie (En el bosque sin hojas) la conducta del cazador hacia la liebre hace pensar que en realidad más que de un animal habla de una mujer:
“En el bosque sin hojas mientras perseguía a una perdiz exhausta
Se me cruzó de pronto una liebre blanca,
Su belleza deliciosa me hizo olvidar al pájaro
Y perseguí a la liebre con mis lebreles.
Al ver a los perros se escabulló en una cueva
Donde fue prendida temblando de miedo.
La recogí en mis brazos y la besé,
Nunca antes había atrapado una pieza tan dulce.”
Por otro lado, en la pieza Seghugi a corta el contenido sexual es manifiesto dado que el cazador decide abandonar la persecución del zorro para beneficiarse a una doncella:
“En un claro, al sonido de los cuernos
Y la llegada de una tormenta
Una bella doncella surgió del valle.
Grito, “A por él, a por él, a por el zorro”:
La cogí de la mano, “Ven aquí, aquí, olvida el zorro”:
Dijo, “Oh no, oh no, porque yo no quiero”:
La abrace aplastando su espíritu orgulloso
Y la llevé dentro de los bosques.”
Los nombres de los poetas que escribieron los versos de las cacce son en su mayor parte desconocidos puesto que solamente aparecen junto a las piezas los de aquellos que las musicaron. No obstante, no resulta disparatado pensar que muchos de los músicos escribieron también los textos. Por ejemplo, Francesco Landini era un notable poeta además de músico. En cualquier caso, solamente dos escritores han llegado hasta nosotros: Franco Sacchetti y Niccolo Soldanieri.
Aunque el más conocido es el florentino Sacchetti (1333-1400), parece que la obra de Soldanieri, de cuya vida poco se sabe, es anterior y que. según los expertos en esta época, era considerado el mejor poeta de su tiempo.
A pesar de que los poemas pueden no haber llevado música al ser concebidos, está claro que fueron compuestos con una métrica susceptible de ser musicada, o sea, que estaban destinados a ser cantados.
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