La vihuela sucedió al laúd como instrumento de moda cortesano en el siglo XVI y precedió a la guitarra, que comenzó su apogeo en el XVII. Esta frase precedente es una majadería, porque la sucesión de instrumentos no fue ni tan lineal, ni tan tajante, y de hecho convivieron durante las distintas épocas con mayor o menor protagonismo. El que escribe esto creía que la guitarra no se había popularizado hasta la época de Gaspar Sanz, hasta que di con datos en los que se hablaba de juglares guitarristas en la Edad Media. Por otro lado, el Museo de la Guitarra y de la Vihuela de Mano de Sigüenza presenta vihuelas de los siglos XVIII y XIX, lo que implica que ese instrumento no dejó de utilizarse al acabar el XVI. Tenemos tal ansia viva de habitar un mundo ordenado que sometemos los hechos a una disciplina cronológica que a veces es ficticia, o cuando menos, forzada.
La vihuela de mano (no confundir con la de arco) es un instrumento muy parecido a la guitarra, aunque algo más pequeño, y también tiene semejanza con el laúd. El experto y lutier Jose Luis Romanillos la define de esta manera:
“El funcionamiento acústico de la vihuela de mano y de la guitarra de cinco órdenes es similar al de un buen número de cordófonos y se basa, principalmente, en una cavidad sonora llamada cóncavo o caja de resonancia, con la parte superior cubierta por un trozo de piel tensada o una lámina de madera fina sobre la cual, a través de las cuerdas atadas al puente, recaen las vibraciones emitidas por las tensas cuerdas, éstas atadas a clavijas o a cuerdas enroscadas al extremo superior del mango.”
En fin, no deja de ser una descripción que se ajustaría a cualquier instrumento de cuerda, pero nos da una idea de lo que hablamos. Curiosamente, y dada mi pasión desmedida por el blues del Delta del Misisipi, yo creía que las vihuelas se tocaban en una afinación en abierto, es decir, que al tocar las cuerdas al aire suena un acorde, a diferencia de la afinación convencional de guitarra (yo mi dobro lo tengo afinado en sol para poder tocar con slide). Pero no es así: la vihuela lleva una afinación muy parecida a la de la guitarra y creo que sólo varía el tercer orden o par de cuerdas que va afinado en fa sostenido en vez de en fa.
El caso es que en el siglo XVI en nuestro país floreció una escuela de tañedores y compositores para vihuela, conocidos como “los vihuelistas”, que no tienen nada que envidiar a contemporáneos suyos extranjeros más famosos como John Dowland, maestro del laúd británico, que aparece en todos los tratados de música, a diferencia de nuestros paisanos.
La lista de magníficos de la vihuela la encabeza sin duda Luis de Milán, cuya vida estuvo muy ligada a la ciudad de Valencia. Su obra principal, de claro contenido didáctico, tiene el extenso y previsible título “Libro de música de vihuela de mano. Intitulado El Maestro.” Parece ser que lo original de esta obra es que todo emana de su propia imaginación y maestría, a diferencia de la costumbre de la época que consistía en transcribir a las cuerdas piezas polifónicas.
Otros de los grandes fue otro Luis, denominado de Narváez esta vez. Sirvió a Carlos I y a su hijo Felipe II, y compuso hasta seis libros de música. Más esclavo de la música polifónica, a diferencia de Luis de Milán, destaca por haber utilizado por primera vez el término “diferencia”, un formato que será ampliamente utilizado por los músicos de la época. Luis Zapata escribió de él en el siglo XVI:
“Fue en Valladolid en mi mocedad un músico de vihuela llamado Narváez, de tan extraña habilidad en la música, que sobre cuatro voces de canto de órgano de un libro echaba de repente otras cuatro, cosa a los que no entendían la música, y a los que la entendían, milagrosísima”.
Sigue cronológicamente otro de los grandes, Alonso Mudarra. Había estudiado los libros de música de sus predecesores y publica en Sevilla en 1546 “Tres libros de música en cifra para vihuela”. Palentino de nacimiento, ese mismo año obtiene la canonjía de la catedral de Sevilla y en 1568 es elegido mayordomo de dicho templo. Su aportación según los expertos es sobre todo una mayor libertad en el uso de la disonancia.
Enríquez de Valderrábano publica su obra “Libro de música de vihuela intitulado Silva de Sirenas” un año después del de Mudarra, y las distintas fuentes le atribuyen doce años de composición. Poco se sabe de su vida, pero su libro tiene una filosofía didáctica que lleva al autor a clasificar las piezas como fácil, medio o difícil. Utiliza numerosos géneros, como fugas, contrapuntos, fantasías, diferencias, sonetos, bajas, pavanas, vacas, discantes, canciones, proverbios, romances y villancicos.
Por su parte, Diego Pisador distribuye su obra a lo largo de siete libros, que con escasa imaginación titula “Libro de música de vihuela” (Salamanca, 1532). Muy convencido estaba Pisador de su arte y de su capacidad didáctica cuando escribió acerca de su obra:
“Quiero declarar al lector la intención que tuve particular de hacer este libro de vihuela. De manera que uno con sólo entender el arte de la cifra, sin otro maestro alguno, puede comenzar a tañer, y ser músico acabado; y así, en estos seis libros están puestas cosas claras, medianas y dificultosas; músicas de pocas voces y muchas, y disecante, y contrapunto; y mucha variedad de todo…”
Algo así como “aprenda a tañer la vihuela en siete días”, que veríamos en nuestros tiempos.
Miguel de Fuenllana, ciego desde la infancia, escribió “Libro de música para vihuela, intitulado Orphénica lyra”, con el permiso de Felipe II, dado que su firma figura en el original y que además lleva una dedicatoria para el monarca. Aunque no está demostrado, se afirma que Fuenllana fue músico de cámara del rey. Según se desprende de sus palabras, no le gustaba la música instrumental tan apreciada por sus colegas y predecesores:
“Viniendo pues a tratar de la música compuesta digo, que en todas estas obras, así a tres como a cuatro, a cinco y a seis, con todas las demás que el libro contienen (excepto dúos), fue mi intención ponerles letra, porque me parece que la letra es el ánima de cualquiera compostura, pues aunque cualquier obra compuesta de música sea muy buena, faltándole la letra parece que carece de verdadero espíritu”.
Finalmente, el oscuro Esteban Daza, por lo poco que se sabe de él, escribe “El Parnaso”, fechado en Valladolid en 1576. Son tres libros que contienen sesenta y siete piezas, una colección modesta comparada con la de sus predecesores.
Estos siete magníficos son la cumbre de la vihuela en el Renacimiento español y sin duda siembran la simiente de la música de cuerda posterior, como por ejemplo, la del gran Gaspar Sanz.
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