En 1587, cuando la familia
real pasaba la primavera en Aranjuez, el tercer hijo de Felipe II y su sucesor
en el trono, recibió como presente dos guitarras construidas por Melchor de
Ayllón. El futuro monarca era entonces un niño de nueve años y esos fueron sus
primeros instrumentos musicales, a los que se sumó dos años después otra
guitarra, esta vez construida por Cristóbal de Miranda Bejarano, y dos más en
1591 de Pablo de Carranza. El rey Felipe III fue un apasionado de la música
desde su más tierna infancia, y ello llevó a que fuese un gran impulsor de este
arte en palacio, renovando la capilla real heredada de su padre, y creando, por
vez primera en la Casa del Rey, un grupo estable de músicos de cámara.
Ya los primeros Austrias
tenían una fuerte relación con la música a través de las capillas reales. El
joven Carlos I llegó a España con una capilla integrada totalmente por cantores
flamencos, que en su día fue de su
padre, Felipe el Hermoso. Por las capillas reales del emperador y su esposa
Isabel de Portugal pasan músicos de la talla de Antonio Cabezón, Cristóbal de
Morales o los Mateo Flecha, tanto el viejo como el joven. Felipe II, por su
parte, al ascender al trono en 1556 se encuentra con una capilla flamenca
reflejo de la Casa de Borgoña, que era la de su padre, y por otro lado, una
capilla castellana, que el emperador recibió de su madre doña Juana.
El hijo del emperador
Carlos no sentía una gran predilección por la música -si bien la apreciaba-,
explica Luis Robledo (Felipe II y
Felipe III como patronos
musicales, 1998), pero deja como legado la organización de la capilla de
palacio, para la cual ordenó redactar instrucciones concretas que guiaran su
funcionamiento. A este respecto, podemos destacar las siguientes ordenanzas y
reglamentos: Leges et constitutiones capillae catholicae
maiestatis a maioribus institutae, a
Car[olo] Quinto studiose custoditae,
hodierno die mandato regis catholici singulis sanctissime servandae, también están los Estatutos que hasta agora se han guardado en
la Capilla Imperial y se han de observar en la Real Capilla de Su Magestad conforme al uso de Borgoña y,
finalmente, Advertencias de cómo se ha de
ganar y repartir las distributiones que Su Magestad Católica ha mandado poner
en la capilla de cantores de su capilla real y capellanes de altar desde
primero de otubre de 1584.
Toda esta normativa sienta
las bases del funcionamiento de la capilla real que estarán en vigor durante
los siguientes reinados, hasta el cambio de dinastía a principios del siglo
XVIII. Además de lo establecido en ella, Felipe II llevó a cabo otras medidas
específicas, como la creación del cargo de teniente de maestro de capilla o la
fundación de un colegio para niños cantores en 1595.
A pesar de nos ser un
apasionado por la música, el rey Felipe demostró la importancia que le atribuía
a este arte impulsándolo en la corte e institucionalizándolo a través de un
acervo normativo concreto. En paralelo, educó al hijo llamado a sucederle en el
trono en la interpretación de diversos instrumentos -algo que probablemente
formaba parte de la formación de cualquier príncipe o noble de la época-, y ya
en su tierna infancia tocaba la guitarra, como hemos visto al principio. En
1591 recibió un juego de violas da gamba que fue adquirido a Isabel Sánchez Coello,
además de dos colecciones de música para estos instrumentos compuestas por
Francisco Guerrero, cuatro libros de música compuestos por el copista de la
capilla real, más otros cinco de música y canto, que su padre tuvo a bien
volver a encuadernar, pues estaban viejos y gastados.
Recibió del veneciano
Mateo Troilo enseñanzas de música en general y de la interpretación de la viola
en particular, y dedicaba gran parte de su vida cotidiana a la música. Luis
Robledo Estaire describe en un artículo (La
transformación de la actividad musical en la corte de Felipe III, 2012) la
efervescente actividad musical que tenía lugar en los aposentos del príncipe,
donde, además de los cordófonos citados arriba, había un juego de violones de
los cantorcicos de la capilla real; otro juego de vihuelas de arco o violas da
gamba que había prestado el Caballero de Gracia, más otro igual de su ayuda de
cámara, Felipe de Zuñiga, y finalmente, otros violones que pertenecían a la
Casa del Tesoro. Sin duda tenían lugar en la cámara del joven veladas musicales
vespertinas, a las probablemente asistía su maestro de canto francés, Jehan
Lhermite, quien llegó a afirmar que su discípulo superaba a la viola a todos en maestría.
Pero la relación de
instrumentos en manos de Felipe no acababa con los anteriormente descritos. En
1596 un príncipe alemán le regaló un clavicordio, y al año siguiente el duque
de Toscana le envió como presente una serie de instrumentos entre los que
destacaba una espinettina menor. A
ellos se suma un doble virginal, que el futuro rey había hecho reparar y
restaurar antes de hacerlo llevar a su cámara, otro juego de violas da gamba
que había pertenecido al archiduque Alberto y, por último, un laúd.
No todo el mundo en la
corte veía con buenos ojos la inclinación musical del heredero a la corona. En
un informe dirigido al monarca -citado por Robledo-, el capellán mayor del
palacio, García de Loaisa, crítica el modo de vida de su hijo de esta manera:
“Algunos exercicios tiene Su Alteça en la cámara que hasta aquí, por su edad y poca salud, eran lícitos. Agora ya podrían cesar[e] introducir otros, de suerte que nunca viviese ocioso, sino ocupado noblemente. [...] El madrugar es cosa muy importante y, dándosel[e] orden que salga muy de mañana alcampo, a caça o a hazer mal a un caballo o [a] armarse, le haría acostar temprano y dexar la música y templar la çena.”
Felipe III siguió dando
rienda suelta a su pasión por la música al subir al trono en 1598,
especialmente tocando la viola da gamba, con frecuencia haciéndose acompañar
del músico boloñés Filippo Piccinini, que fue contratado como instrumentista de
la capilla real y del conjunto de cámara, y quien, por cierto, fue el autor de
la música de la que está considerada la primera ópera española, La selva sin amor, cuyo libreto escribió
Lope de Vega.
Uno de los primeros
cambios que realizó el nuevo monarca en la capilla real fue la incorporación de
nuevos instrumentos que nunca antes habían formado parte de ella, como el laúd,
las violas da gamba, la tiorba, el arpa, claviarpa y lira da gamba, y el clave.
En ocasiones también hacía acto de presencia la guitarra. Gran parte de estos
instrumentos habían protagonizado las veladas musicales en los aposentos del
príncipe, y su inclusión en la capilla cambia sustancialmente su fisonomía y
también altera en alguna medida el repertorio interpretado hasta la fecha.
Otra transformación
importante -una tendencia que ya venía del reinado de Felipe II- es lo que Luis
Robledo llama la “españolización” de la capilla, que consiste en la pérdida de
peso de los cantores flamencos frente a los españoles. La influencia flamenca
procede de la capilla del emperador Carlos, pero fue perdiendo fuerza durante
el reinado de su hijo, y de hecho, tras la muerte de este muchos cantores
volvieron a su tierra, mientras que otros se retiraron. En 1601 se toma la
decisión de sustituir la ropa flamenca de los cantores por “lobillas”
castellanas, a petición del capellán mayor.
A pesar de que Felipe III
nombró maestro de capilla al músico flamenco Mateo Romero (el famoso maestro capitán) -cuyo nombre original
era Mathieu Rosmarin-, lo cierto es que su formación había tenido lugar en
España y estaba más que familiarizado con los géneros y estilos que se llevaban
en nuestro país. Además, designa como tenientes de capilla a dos de los más
renombrados compositores españoles de principios del siglo XVII: Gabriel Díaz
Bessón y Juan Bautista.
Aparte de la capilla real,
una de las principales medidas relacionadas con la música que toma el nuevo
monarca (aunque un año antes de subir al trono) es formalizar el grupo de
cámara de la Casa del Rey, creando plazas fijas para los músicos y estableciendo
salarios específicos. Este factor impulsa de manera relevante la música profana
y es una medida que responde al propio amor a la música que manifiesta Felipe
III, y la necesidad de contar con un conjunto de intérpretes a su servicio
personal, que le deleiten con sus voces e instrumentos en sus ratos de
esparcimiento.
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