Cuenta la monumental obra coordinada por Menéndez Pidal Historia de la cultura española que la primera ópera de la que se tiene noticia en el siglo XVII en nuestro país llevaba el libreto firmado por el mismísimo Lope de Vega. Su nombre era La selva sin amor y su autor es desconocido, aunque se intuye que la partitura tuvo que ser obra de algunos de los organistas de la Real Capilla.
Sabemos no obstante que la escenografía de su representación era compleja, que implicó al ingeniero florentino Cosme Loti, y que a su estreno asistieron los monarcas Felipe III y su consorte Isabel.
Pero todavía no se denominaba ópera; en este caso se alude a la obra como una égloga pastoril, algo justificable teniendo en cuenta que en la misma Italia durante el siglo XVII se utilizaban numerosos términos para hacer alusión al teatro musical. No es hasta 1698 en que un documento hace referencia a la palabra ópera.
Ahora bien, La selva sin amor era una ópera, a pesar de no llamarse así en un principio, porque el propio Lope de Vega nos lo deja claro en la descripción que hace de la obra en su libreto:
“dos instrumentos ocupan la primera parte del teatro, sin ser vistos, a cuya armonía cantaban las figuras los versos, haciendo en la misma composición de la música las admiraciones, las quejas, los amores, las iras y los demás afectos.”
Uno de los principales factores que determinan el nacimiento de la ópera es el deseo renacentista de recuperar la tragedia griega, a pesar de que su llegada no se produce hasta el advenimiento de la cultura barroca, con cuyos principios formales y estéticos concuerda a la perfección:
“unión de poesía y música, actuación de solos, coros y orquesta, participación escenográfica de las diversas artes plásticas y coreográficas de la danza, concepción exornativa de la melodía y expresión inicial de una acción argumental patética.”
También Calderón de la Barca fue autor de los textos de óperas patrias: en 1660 estrenó dos, La púrpura de rosa y Celos aun del aire matan, de cuya música fue responsable Juan Hidalgo, arpista de la Capilla Real.
Sobre la calidad y aceptación social de la ópera española del XVII tenemos el testimonio de Ignacio Camargo, que en su obra Discurso theológico sobre los teatros y comedias de este siglo (1689) llega a afirmar:
“La música de los teatros de España está hoy en todos los primores tan adelantada y tan subida de punto que no parece que pueda llegar a más; porque la dulce armonía de los instrumentos, la destreza y suavidad de las voces, la conceptuosa agudeza de los tonos, el aire y sazón de los estribillos, la gracia de los quiebros, la suspensión de los redobles y contrapuntos hacen tan suave su armonía que tiene a los oyentes suspensos y hechizados.”
Esta ópera española primigenia constaba generalmente de dos actos y la alternancia de áreas y recitativos era sustituida por las partes cantadas y habladas. Resulta curioso que el término zarzuela procede del hecho que en un principio las representaciones tenían lugar en un palacete situado en los bosques de El Pardo al que llamaban la Zarzuela.
El género operístico hispano trataba los mismos temas que su homónimo italiano: temas mitológicos de dioses y héroes, y posteriormente asuntos más mundanos de los simples humanos.
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