sábado, 8 de marzo de 2014

El Cancionero de Baena y el amor medieval castellano por la poesía

Uno de los fenómenos más notables de la cultura castellana del siglo XV fue la gran afición por la poesía que se extendió, no sólo en la corte y entre la nobleza, sino también en el resto de los estamentos de la sociedad de la época. Ya sólo el Cancionero general daba cuenta de más de doscientos poetas o trovadores y otras recopilaciones aportaban aún más nombres. Una gran oferta de creaciones y creadores para satisfacer a una gran demanda.

Esta proliferación de versos de distinta métrica y diferentes estilos, progresivamente más complejos, estableció la necesidad de recopilarlos por escrito, dado que la transmisión oral comenzó a manifestarse insuficiente para garantizar su supervivencia. Aparecen en consecuencia los cancioneros manuscritos, que no eran otra cosa que colecciones de poemas y canciones populares para ser interpretadas en las horas de ocio de las clases altas.

Los cancioneros, como recipientes de la poesía culta y cortesana, ya aparecen hacia el siglo XIV, bastante antes que los romanceros, o antologías de versos populares, que no llegan a escribirse, importándolos de la tradición oral, hasta el siglo XVI. Es representativo de esto uno de los primeros romanceros que se conocen, el Cancionero de romances, publicado en Amberes en 1550.

Numerosos fueron los cancioneros manuscritos que proliferaban por la Castilla tardomedieval, pero el hecho que determina su difusión a toda la sociedad es la invención de la imprenta. Lo que antaño era un producto de lujo exclusivo para las élites, con la letra impresa y el abaratamiento de los ejemplares consigue llegar a todos los órdenes sociales.

Un pionero en este campo fue Ramón de Llabia, y como era costumbre nombrar a la obra con el apellido de su recopilador, hablamos del Cancionero de Llabia. No conocemos su fecha de publicación, pero como está dedicado a la señora “Dª Francisquina de Bardagi muger del magnífico señor mossen Juan Fernández de Heredia, Gobernador de Aragón”, podemos intuir que tuvo lugar entre 1481 y 1503, intervalo de tiempo en el que el citado gobernador ocupó su cargo.

No obstante, el primer cancionero de relevancia es el de Hernando del Castillo, conocido como Cancionero de Castillo, que eclipsó en éxito y popularidad a cualquier precedente, y que conoció numerosas ediciones entre la primera de 1511 y la última realizada en Amberes en 1573.

Pero aún hay otra colección de poemas con una fama más duradera en el tiempo, el Cancionero de Baena. Es algo anterior al de Hernando Castillo y junto con él completa el fresco de la poesía cortesana castellana anterior al siglo XVI. Fue recopilada por Juan Alfonso de Baena como un presente para el monarca Juan II, gran aficionado a la poesía.

Baena figura como escribano de la corte y nos aclara en su obra que la “fizo ordenó é compuso con muy grandes afanes é trabajos, é con mucha diligencia é afection é grand deseo de agradar complacer é alegrar é servir a la su grand realesa é muy alta señoría”. Vamos que no deja duda sobre inmenso trabajo que le supuso la edición de su cancionero.

A pesar de estar recopilado hacia mediados del siglo XV, contiene poemas del siglo XIV. Supone una antología de los poetas que más estaban en boga, de una forma bastante imparcial, según los expertos, algo de lo que no todos los creadores de cancioneros hacían gala, pues como explica Pedro José Pidal en su extensa introducción a la edición de 1851 del Cancionero de Baena: “Fernando del Castillo, al formar sesenta años después su celebrado Cancionero General, no procedió con la misma imparcialidad    [que Baena]: se dejó guiar, a no dudarlo, de su conocida afición a la poesía alambicada y sutil, y excluyó todas las composiciones escritas en estilo más llano y natural que el que entonces estaba de moda”.

El Cancionero de Baena está integrado por 576 composiciones de 56 poetas conocidos y de una decena desconocidos. El gran valor historiográfico de esta obra reside en que incluye poemas y canciones que no se encuentran en otras fuentes. Volviendo a Pidal: “la mayor parte de las composiciones que incluye no se encuentran en ninguna de las colecciones que conocemos, y de muchos de sus autores no se han conservado más noticias que las que encontramos en este Cancionero”.

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