¡Qué mejor manera de empezar las Navidades que asistiendo a
un recital de música renacentista y barroca a cargo del dúo/trío valenciano
Dolce Rima! Y además en un marco tan adecuado como la Iglesia de las Mercedarias
de la Purísima Concepción, un templo barroco situado en el castizo barrio de
Chueca, a dos pasos de la plaza del mismo nombre.
Debo reconocer que no soy imparcial en este tema y que desde
que recibí el primer y único CD del conjunto el verano pasado (en cuya producción
participé como micromecenas) me he aficionado a la propuesta musical del dúo,
ampliado a trío, compuesto por Julieta Viñas (soprano), Paula Brieba (cuerda
pulsada) y Carlos Peiró (percusión). Es por ello que no podía faltar a su
puesta de largo en Madrid.
El programa que interpretaron ayer sábado en la capital no
podía resultar más atractivo para un fanático de la música antigua: una primera
parte centrada en la música de los cancioneros españoles de la primera mitad del
XVI, protagonizada por la vihuela, seguida de una selección de temas amorosos
italianos del XVII acompañados de tiorba.
De esta forma, comenzamos escuchando piezas de Pisador, Daza
o Narváez, amén de otras anónimas del Cancionero Musical de Palacio, que son en
gran medida las que engrosan el CD de Dolce Rima Al alba venid, para acabar saboreando la dulzura y la pasión que encierran
los acordes de las piezas de autores como Merula, Frescobaldi, Barbara Strozzi
o el propio Monteverdi.
Y el hilo conductor del recital, el nexo de unión entre la
música de esas dos épocas, fue el amor, el dulce tormento que alabaron y denostaron
con igual ímpetu los poetas del Renacimiento y del Barroco. Se trata de una
costumbre de Paula y Julieta, a mi juicio muy oportuna, el contextualizar sus
repertorios dotando a las piezas individuales de un sentido dentro del conjunto,
desarrollando de esta forma un discurso coherente y atractivo. Cada tema
interpretado aporta una visión adicional del motivo principal, el amor en este
caso, desde distintas situaciones y épocas, construyendo un fresco de una gran
riqueza cromática.
Durante toda la primera parte del recital la voz de Julieta Viñas
estuvo acompañada por la vihuela interpretada por Paula Brieba. El problema de
este instrumento es su escasa sonoridad en espacios amplios, por lo que
mezclado con un registro de voz elevado, puede escucharse muy apagado. No
obstante, se pudo apreciar de forma suficiente la habilidad y precisión de los dedos de Paula
en las cuerdas de la vihuela, aunque el frío reinante en el templo le obligaba
a restregarlos entre pieza y pieza para entrar en calor.
En cualquier caso, en los temas de ritmo más rápido como Falai miña amor o Guárdame las vacas, el sonido realmente se proyectaba a través de
las naves de la iglesia, con el refuerzo de la acertada percusión de Carlos
Peiró, que por cierto, le hizo la réplica masculina a la voz de Julieta en Guárdame.
El segundo bloque de la actuación, el italiano, nos aclaró
por qué a lo largo del siglo XVI se inventó la tiorba para acompañar al canto.
La potencia del sonido que emiten las cuerdas de este instrumento es muy
superior a la de la vihuela o el laúd, y el acompañamiento instrumental no
resulta anulado por la voz humana. Y hay que decir que Julieta Viñas ofreció
una soberbia lección de canto, empoderándose en los registros más altos,
especialmente en esta segunda parte.
Fue el segundo bloque de una extrema belleza y sensibilidad,
destacando a mi juicio sobre las otras piezas,
Folle è ben che si crede de Tarquinio
Merula y Si dolce è il tormento de
Claudio Monteverdi.
En suma, resulta una experiencia muy grata y enriquecedora
el escuchar a Dolce Rima en directo, y sus fans nos preguntamos, ¿para cuándo
un segundo disco sobre música italiana del siglo XVII?
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