“La base de la música es
el sonido; su propósito es agradar y despertar diversas emociones en nosotros”.
Son la palabras con las que el filósofo René Descartes puso en evidencia, en su
obra Compendio de música, la
indiscutible relación entre la música y los sentimientos. Se trata de una
corriente que, originaria de la Grecia clásica, encuentra su máxima expresión
en la teoría músical que se lleva a cabo en el Barroco.
La idea de que el uso de
determinadas técnicas musicales pueden provocar emociones más menos concretas
en el oyente es una constante en la evolución de la musicología, y ha dado
lugar incluso a listados de tonalidades que son asociadas a sus
correspondientes estados de ánimo. Ejemplos de ello son los elaborados en el
siglo XVII, y publicados en tratados musicales por nombres como Jean-Philippe
Rameau, Johann Mattheson o Marc-Anthoine Charpentier.
Hay quien ha asociado esta
función de la música a la que lleva a cabo la ciencia retórica con la oratoria. Esta última
disciplina se ocupa de estudiar y sistematizar, en técnicas específicas, los
procedimientos que pueden aplicarse al lenguaje con una finalidad persuasiva o
estética, aparte de la meramente comunicativa. En suma, se trata de la
capacidad para convencer o comprometer emocionalmente con un discurso.
La traslación de la
retórica a la música, es decir, reconocer que la gestión adecuada de los
sonidos en una composición pueden afectar aspectos concretos de la emotividad
humana, o bien, que se puede crear música que despierte sentimientos definidos,
fue estudiada por el experto musicólogo alemán Manfred Bukofzer -uno de los
grandes historiadores del Barroco-, cuyo planteamiento dividía en tres
disciplinas las tesis que han analizado dicho periodo (Martín Páez Martínez, Retórica en la música barroca: una síntesis
de los presupuestos teóricos de la retórica musical, 2016):
- Música práctica: la que tiene que ver con los preceptos de la ejecución musical.
- Música theorica: la que especula con los conceptos teóricos.
- Música poetica: la relacionada con los preceptos de creación en manos del compositor, como las reglas de composición del contrapunto, el bajo continuo o la formas musicales.
Esta última forma, la
poetica, sería el equivalente a la retórica en la oratoria, en el sentido en
que las dos están destinadas a la creación de un discurso que tiene como fin
influir en el oyente, para provocar en él un sentimiento, o para llevarle a
actuar de determinada forma, siguiendo los designios del compositor.
La aplicación de la retórica a la música cambia
entre el Renacimiento y el Barroco, como es natural, dados los radicalmente
principios estéticos que rigen en ambos periodos. En el primer caso, se
utilizan los afectos nobles y la moderación, mientras que, en el siglo XVII,
los compositores se inclinan hacia los afectos extremos y la pasión desmedida.
Tiene esto último que ver con la representación afectiva de los textos que
acompañan la música, y que en la música barroca se convierten en el eje de la
creación.
Se trata de las
directrices estéticas que establecieron los miembros de la Camerata Florentina
-un grupo de intelectuales y artistas de finales del siglo XVI-, que, en el
terreno musical, impusieron la superioridad de la poesía sobre la música que la
envuelve. Frente al concepto renacentista basado en que los textos estaban
supeditados a las melodías, esta visión innovadora imponía el poder de la palabra sobre la
música. De esta forma, la estructura musical de una pieza debía esforzarse por
expresar las emociones que emanaban del texto. En palabras de Martín Páez
Martínez:
“Con Peri (Musica sopra l’Euridice, 1600) y Caccini
(Nuove Musiche, 1601) comenzaba a
abrirse una nueva
vía en favor
de la representación afectiva
y expresiva del texto
frente a la
técnica tradicional contrapuntística.”
Pero, el verdadero reto
fue llevar la retórica a la música instrumental, es decir, aquella que no
depende de un texto poético para poder construir emociones en el oyente. La música vocal cuenta con las palabras como
elemento que guía a aquel que la escucha, invitándole a establecer asociaciones
entre las pasiones que estas sugieren y la música que las acompaña. Se produce
una imbricación entre texto y melodía a la hora de sugerir afectos. Pero los
compositores barrocos llevaron más allá la comunicación de sentimientos hasta
las creaciones meramente instrumentales.
Los creadores de sonatas,
conciertos y sinfonías -obras todas de carácter mayormente abstracto- estaban
formados en el estudio de la retórica, y eran capaces de construir un nuevo
vocabulario musical ágrafo basado en las emociones, que conectaba con la
sensibilidad del público. De alguna forma, llegaron a desarrollar la
“elocuencia de la propia música”.
Este amplio dominio de las
formas de la elocuencia entre músicos barrocos es subrayado por Nikolaus
Harnoncourt al referirse a Bach (El
diálogo musical: reflexiones sobre Monteverdi, Bach, y Mozart, 2003):
“Las partes y ventajas que
tienen en común la elaboración de una obra
musical y la retórica las conoce [Bach] tan bien que no sólo se le oye
con gran placer cuando señala con precisión las analogías y coincidencias entre
ambas sino que es admirable
igualmente la certera
aplicación de las
mismas en sus
obras Su conocimiento
de la poética es tan perfecto
como pueda esperarse de un gran compositor.”
Aunque es mucha la técnica
musical que puede utilizarse para influir deliberadamente en los sentimientos o
las pasiones de las personas, como a través de los intervalos o de los modos
musicales, resulta curioso, a modo de ejemplo, comparar cómo en el Barroco se
concebía el efecto en el ánimo, o el reflejo de lo expresado , de las distintas
tonalidades.
Para ello, podemos
comparar tres tratados de la época. Por una parte, Résumé des règles essentielles de la composition et de l’accompagnement
(1670) de Marc Antoine Charpentier, el autor del célebre Te Deum que se convirtió en la sintonía
de Eurovisión; también disponemos de la obra Das neu-eröffnete Orchestre de Johann Mattheson (1713); y,
finalmente, del libro de Jean Philippe Rameau, Traité de l’harmonie (1722). Cada tonalidad va acompañada de lo que
cada uno de ellos pensaba que inspiraba, tal y como las expone el musicólogo y
violagambista Fernando Marín Corbí en su ensayo Figuras, gesto, afecto y retórica en la música (2007).
|
Charpentier
|
Mattheson
|
Rameau
|
Do mayor
|
Alegre, guerrero
|
Cólera, enfado,
impertinencia
|
Avivado,
regocijante
|
Do menor
|
Deprimido,
triste
|
Dulzura
desbordante, intensa
|
Ternura,
lamentación.
tristeza
|
Re mayor
|
Gozo, enfado,
beligerancia, animación
|
Terquedad,
agudeza, escándalo
|
Avivado,
regocijante
|
Re menor
|
Solemne, devoto,
religioso
|
Calma,
religiosidad, grandilocuencia, alegría refinada
|
dulzura,
tristeza
|
Mi bemol mayor
|
Cruel, duro
|
Patetismo,
serenidad, reflexión, lastimoso
|
|
Mi bemol menor
|
Horror, espanto
|
|
|
Mi mayor
|
Enfado,
escandaloso
|
Tristeza
desesperada y fatal agudamente doloroso
|
Magnificencia,
canciones tiernas, alegres o grandilocuentes
|
Mi menor
|
Afeminado,
amoroso, lacrimoso
|
Reflexión,
profundidad
|
Dulzura,
ternura, tristeza, expresa dolor
|
Fa mayor
|
Furia, cólera
|
Generosidad,
resignación, amor
|
Tormentoso,
rabia
|
Fa menor
|
Deprimido,
lloroso
|
Ansiedad,
desesperación, tristeza, relajación
|
Ternura, lamento
deprimente
|
Fa# menor
|
|
Tristeza
profunda, soledad, languidez
|
|
Sol mayor
|
Dulce, jovial
|
Insinueción,
persuasión, brillantez, alegría
|
Canciones
tiernas y alegres
|
Sol menor
|
Severo,
magnificente
|
Gracia,
complacencia, nostalgia moderada, alegría y ternuras templadas
|
Ternura, dulzura
|
La mayor
|
Jovial, pastoral
|
Lamentación,
conmovedor, tristeza
|
Viveza, regocijo
|
La menor
|
Tierno,
lacrimoso
|
Llanto,
nostalgia, dignidad, relajación
|
|
Si,, mayor
|
Magnificente,
jovial
|
Diversión,
alarde
|
Tormenta rabia
|
Si,, menor
|
Deprimido,
terrible
|
Extroversión
|
Canciones
tristes
|
Si mayor
|
Duro, lacrimoso
|
|
|
Si menor
|
Solitario,
melancólico
|
Raro,
temperamental, cambia de humor constantemente
|
|
Como se puede comprobar,
en algunos casos hay diversidad de criterios y no siempre coinciden entre los
tres compositores los sentimientos que sugiere cada tonalidad, algo que ya dejó
escrito Mattheson -explica Martín Páez Martínez: que ninguna tonalidad puede
ser tan triste o tan alegre por sí misma que no pueda representar también un
sentimiento opuesto.
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