Quiero completar mi post anterior sobre el madrigal con esta nota sobre su presencia en España.
Mientras el espectro del madrigal recorría Europa en el siglo XVI partiendo de Italia, siendo adoptado tanto por músicos franco-flamencos como ingleses, ¿qué ocurría con la polifonía en España? ¿no se compusieron madrigales en nuestro país? Lo cierto es que sí, pero a menudo se denominaron de otra forma.
La primera publicación que contiene la palabra madrigal en su título aparece en Barcelona en 1561. Se trata de Odarum (quas vulgo madrigales appellamus) diversis linguis decantatarum de Pedro de Alberch. Le siguen ediciones venecianas de Mateo Flecha el joven en 1568 y de Pedro Valenzuela en 1578; de Juan Brudieu en Barcelona en 1585, Sebastián Raval en Venecia y Roma en 1593 y 1595 respectivamente, y finalmente, de Pedro Ruimonte en 1614 en Amberes. Todas estas obras aludían directamente al madrigal.
No obstante, se observa cierta reticencia entre los músicos residentes en la Península Ibérica a llamar al madrigal por su nombre, a diferencia de los españoles que vivían en el extranjero que no parecían tener ningún problema al respecto. El musicólogo W. H. Rubsamen lo describe de esta manera:
“Si al desarrollo del madrigal contribuyeron en España todos los músicos del país, no aceptaron este vocablo los castellanos y andaluces. Son madrigales de hecho, no de nombre, algunas piezas de Francisco Bernal, Juan Navarro, R. Ceballos, Francisco Guerrero, Ginés de Morata y Juan Vázquez. Los catalanes, en cambio, asumen el término escribiendo y publicando abundancia de ellos”.
Los compositores patrios siguen denominando a sus composiciones villancicos y sonetos.
Quizá el problema reside en que el madrigal es un género demasiado amplio, como un gran cajón de sastre en el que todo tiene cabida. A fin de cuentas, un madrigal no es otra cosa que una composición polifónica vocal sobre textos poéticos refinados, sin estribillo, y con música para toda la letra. Un concepto muy amplio, me parece a mí. Por otro lado es una fórmula que admite excepciones, pues a pesar de ser música exclusivamente vocal, se puede utilizar algún instrumento para sustituir una voz que falte.
El citado Rubsamen asocia el madrigal con la forma religiosa del motete. A su juicio el madrigal es el representante profano del motete. En efecto, no son pocas las semejanzas entre ambos, como el dominio del estilo imitativo o la posibilidad de partir un texto largo en distintas piezas musicales. En el caso del motete se expresan sentimientos religiosos y en el del madrigal en cambio poéticos y amorosos.
Vemos por tanto que el madrigal sí tuvo una presencia relevante en España aunque con frecuencia embozado con otros nombres.
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