Siempre se asocia la música “culta” con personas muy serias y muy bien vestidas que ejecutan sus interpretaciones instrumentales o vocales ante un público reverente de gesto grave y mirada que denota seguridad de su superioridad intelectual frente al resto de los mortales (o sea los pringaos que disfrutamos de las películas de Torrente). Por lo general se suele olvidar (o se ignora, que es peor) que lo que hoy en día se alaba como música clásica (término demasiado ambiguo) o música antigua (la que va del XVI hacia atrás) cumplió en su época, salvo excepciones, la misma función que el pop, el rock o los baladistas horteras en éste nuestro siglo y en el inmediatamente anterior. Es decir, entretener y emocionar a todo el mundo, culto o no culto, y crear la banda sonora de las vidas de las personas, que no es poco.
Todo esto viene a cuento porque un señor como Henry Purcell, uno de los principales músicos británicos de la segunda mitad del siglo XVII, además de todas sus composiciones culturalmente “elevadas” – como las óperas “Dido y Eneas”, “El rey Arturo” o la famosa “Música para el funeral de la reina María”-, compuso divertidísimas y procaces canciones de taberna destinadas a ser interpretadas por coros de borrachos, jarra de cerveza en mano, en los tugurios del viejo Londres. Los temas tratados en estas canciones eran, con escasas variantes, el alcohol, la juerga y el sexo, bien tratados por separado o convergentes dentro de una misma pieza.
Parece ser que este género se denomina “Catch”, que podría derivarse de la forma italiana “Caccia” debido a su forma canónica (por favor, no me preguntéis sobre esto último). El caso es que, y según los expertos, en sus orígenes se trató de un simple canon, véase una composición polifónica para dos o más voces, que con el tiempo se hizo mucho más elaborado. Fue un estilo muy popular durante la Restauración, tanto en el periodo de reinado de Carlos II Estuardo como después.
Purcell escribió alrededor de cincuenta de estas piezas, que se supone interpretaba en locales de alterne con sus colegas de la Capilla Real y de la abadía de Westminster, y los textos se supone que pasaban una censura antes de su publicación, lo que nos lleva a concluir que, viendo lo disoluto de la obra que ha llegado hasta nosotros, la moral británica de la época era bastante relajada. Siempre había sospechado que ese país se lo cargó la reina Victoria.
Para hacerse una idea de los textos referidos, aquí reproduzco dos de ellos. En el primero, un pretendiente se intenta beneficiar repetidas veces a una tal Julia y al no conseguirlo, decide dedicarse al bebercio (he corregido ligeramente la traducción de que disponía porque me parecía edulcorada):
Once, twice, thrice, I Julia tried
The scornful puss as oft denied
And since I can no better thrive
I´ll cringe to ne´er a bitch alive
So kiss my arse disdainful sow
Good claret is my mistress now
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Una, dos y tres veces lo intenté con Julia
Otras tantas la zorra desdeñosa me rechazó
Y como no puedo prosperar
En mi vida volveré a rebajarme a una puta
Así que bésame el culo guarra despreciable
Que ahora el buen vino será mi amante
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En esta segunda, que es el texto del vídeo interpretado a continuación, la moza parece asustada pero acaba por contribuir a la consecución de la felicidad del intérprete, previa ceremonia de intoxicación etílica y entrega de presentes:
I gave her cakes and I gave her ale
And I gave her sack and sherry
I kiss´d her once and I kiss´d her twice
And we were wondrous merry.
I gave her beads and bracelets fine
And I gave her gold down-derry
I thought she was a-fear´d till she stroke my beard
And we were wondrous merry.
Merry my heart, merry my coks
Merry my sprites, hey down-derry
I kiss´d her once and I kiss´d her twice
And we were wondrous merry.
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Le di pastel y le di cerveza
Y le di vino y jerez
La besé una vez y la besé otra vez
Y fuimos la mar de felices
Le di collares y finos brazaletes
Y le di oro
Creí que estaba asustada hasta que me acarició la barba
Y fuimos la mar de felices
Feliz mi corazón, feliz mi verga
Feliz mi vela (¿?)
La besé una vez y la besé otra vez
Y fuimos la mar de felices
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Francamente, no podemos dejar que los seudointelectuales de siempre hagan de la cultura un coto privado, pues ésta pertenece a todos, es de todos y merece ser disfrutada por todos; no es algo que haya que poner en un pedestal. A las pruebas me remito.
Grande Pablo, estos post que escribes aportan tanto, me aportan tanto. que siempre es un gran placer leerte.
ResponderEliminarAhora quiero saber una cosita? Hay algo que no conozcas!!!??? eres un libro gordo musical por excelencia.
Un abrazo
Muchas gracias Luján!!!!!! No sabes lo que anima un comentario así, sobre todo en momentos bajos en que piensas que para qué seguir escribiendo sobre cosas que no le interesan a nadie. Lo único que intento es compartir cosas que me gustan, desde la base de unos conocimientos muy limitados en la materia.
ResponderEliminarUn abrazo