Que no cunda el pánico. No vamos a hablar aquí de guerras de bandas. Solamente vamos a tratar de describir el brillo de una de las épocas más gloriosas de la música británica que tiene lugar a finales del siglo XVI, cuando en la música secular del país confluyen dos escuelas diferenciadas, la de los que componen madrigales y la de los que escriben música para el laúd, el cordófono más popular del Renacimiento en Europa.
El periodo al que nos referimos abarca en sentido amplio desde la segunda mitad del siglo XVI hasta la llegada de Oliver Cromwell al poder hacia 1649, cuando el periodo republicano marca la aniquilación de todas las corrientes artísticas de las Islas Británicas hasta la Restauración de los Estuardo en 1660. En apenas cincuenta o sesenta años florecen dos corrientes representativas de música profana, una importada de Italia y basada en el madrigal, y otra plenamente autóctona centrada en piezas para ser interpretadas con el laúd.
El madrigal nace en Italia en la década de 1530 y poco a poco se extiende con éxito por otras regiones europeas (en España por alguna razón el estilo no se denominó como tal), y es adoptado sobre todo por los compositores franco-flamencos. Su llegada oficial a Inglaterra se puede fijar en 1588 con la publicación del libro Musica Transalpina, una recopilación de obras de Marenzio, Palestrina, Ferrabosco, Orlando di Lasso y otros músicos continentales, además de dos piezas del mayor compositor del momento en el país, William Byrd. La popularidad de que ya gozaba el madrigal italo-flamenco entre ciertas clases sociales inglesas justifica esta selección que hace el editor Nicholas Yonge con las traducciones de los textos originales. El propio Yonge reconoce en la dedicatoria del libro que su interés por este género extranjero deviene de los caballeros, mercaderes y comerciantes que recibe en su casa con frecuencia, entendemos que en veladas musicales, y los cancioneros que le son enviados de otros países:
“...a great number of gentlemen and merchants of good account, as well of this realm as of foreign nations… by the exercise of music daily used in my house, and by furnishing them with books of that kind yearly sent me out of Italy and other places.”
El interés creciente de la alta sociedad por los madrigales lleva a la publicación de una segunda obra clave en 1590, The First Sett of Italian Madrigals Englished, una edición de Thomas Watson que se centra en la figura del compositor Luca Marenzio, responsable de veintitrés de los veintiocho títulos que incluye el volumen.
De hecho no es casualidad el protagonismo de Marenzio puesto que se convierte en el modelo a seguir de gran parte de los madrigalistas ingleses, como el propio Byrd, Thomas Morley, Thomas Weelkes o John Wilbye. El gusto por el género se mantuvo durante las primeras décadas del siglo XVII, pero progresivamente fue perdiendo fuerza y parece poco probable que fuesen interpretados después de 1640.
Mientras el madrigal inglés estaba en pleno apogeo, hacen su entrada en el panorama musical las piezas compuestas para voz acompañada de laúd, cuya popularidad pronto compite abiertamente con las de las formas contrapuntísticas de origen italiano. De esta manera, se suceden las obras de uno y otro estilo: en 1597 se publican tanto First Book of Ayres del laudista John Dowland como el segundo volumen de madrigales Musica Transalpina; en 1600 Dowland publica su segundo libro de ayres y un año después ve la luz la grandiosa recopilación de madrigales dedicados a la reina Isabel I The Triumphs of Oriana. Madrigalistas y laudistas están de moda.
No se puede hablar de que la nueva música para laúd fuese una revolución ni un rechazo contra el canon establecido. Sin embargo, presentaba importantes diferencias respecto al madrigal. El ayre, que es como se denomina este estilo que parte de una voz acompañada por un instrumento, es menos artificioso y tienen un patrón rítmico más marcado que el otro. Pero sobre todo, concede el protagonismo a una sola voz (aunque esté interpretadaa por varias voces) frente a la importancia equivalente de las distintas voces del canto contrapuntístico. La principal consecuencia es que en el ayre el texto de la canción cobra importancia, pues se entiende mejor al ser cantado que en los madrigales, que lo entierran entre varias voces solapadas.,En consecuencia, la época conoce un esplendor único en la poesía inglesa asociada a la música. Además, mientras que el madrigal era una forma importada del continente, la música para laúd se considera con orgullo un género autóctono británico.
Pero como se ha dicho al principio de este texto, no estamos hablando de una guerra de bandas ni de un enfrentamiento entre distintas escuelas artísticas. Hay suficientes evidencias de que los militantes de uno y otro lado se sentían atraídos por la técnica del contrario. El mismo John Dowland y sus seguidores se aseguraron de que sus piezas pudieran ser interpretadas en el formato madrigalista de varias voces, más allá del planteamiento original de una voz acompañada del laúd. Ya su primer libro de ayres estaba pensado para ser tocado de distintas maneras -algo innovador en su tiempo-, de forma que las piezas podían ser cantadas por una sola voz acompañándose de instrumento, pero también podían ser interpretadas a cuatro voces con o sin laúd e incluso con violas sustituyendo o doblando voces. Pero son los libros que publica a partir de 1600 los que tienen más conexión con el madrigal.
En el otro extremo, el madrigalista más representativo de Inglaterra, Thomas Morley, en su obra Canzonets of Little Short Aers, ya incluye en las canciones partes alternativas para ser interpretadas con el laúd.
El laúd fue mucho más popular en Inglaterra en los siglo XVI y XVII que cualquier instrumento de tecla, incluido el virginal, que era una especie de clave de pequeño tamaño muy extendido en el entorno doméstico. Se calcula que nos han llegado el doble de piezas para este cordófono que para el virginal, y para este último no existen muchas piezas acompañadas de voz.
Este breve periodo de estrellato del laúd se cierra aproximadamente, y con marcado simbolismo, con la publicación del libro de Dowland A Pilgrimes Solace en 1612. Parece ser que el mismo compositor abre y cierra la era de la escuela laudista. La música de la era Tudor fue relegada, a veces destruida y con frecuencia olvidada hacia mediados del siglo XVI, en parte por la Guerra Civil y la moral dominante puritana que rechazaba cualquier forma no piadosa de esparcimiento del alma, y en parte por el cambio de gustos estéticos tras la Restauración.
La música de la era Tudor y en particular la música para láud estuvieron durante mucho tiempo inaccesibles para el gran público, según afirma Peter Warlock en su libro de 1926 The English Ayre. Entiendo que pasó algo similar con los grandes vihuelistas españoles - Fuenllana, Mudarra, Narváez, Valderrábano, Milán y Pisador-, cuyos libros de cifra han revivido en las últimas décadas solamente gracias el renacido interés por la música antigua.
En cualquier caso, y para acaba esta breve exposición, sólo subrayar que James Joyce en el Ulysses en 1922 hablaba de esos músicos del Renacimiento tardío inglés de los que solamente los expertos se acordaban. En concreto, Stephen Dedalus, el compañero de andanzas por Dublin de Leopold Bloom aquel 16 de junio de 1904, realiza una defensa de las figuras de la música de la era shakesperiana (Dowland, Byrd, John Bull…):
“Stephen, in reply to a politely put query, said he didn’t sing it but launched out into praises of Shakespeare’s songs, at least of in or about that period, the lutenist Dowland who lived in Fetter lane near Gerard the herbalist, who anno ludendo hausi, Doulandus , an instrument he was contemplating purchasing from Mr Arnold Dolmetsch, whom B. did not quite recall though the name certainly sounded familiar, for sixty five guineas and Farnaby and son with their dux and comes conceits and Byrd (William) who played the virginals, he said, in the Queen’s chapel or anywhere else he found them and one Tomkins who made toys or airs and John Bull.”
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