Durante el siglo XVI,
existe una tendencia heredada de la Grecia clásica de asociar la retórica con
la música, como una forma de mover los afectos en el oyente. Ya el propio René
Descartes dejó escrito que el propósito de la música debe ser agradar y despertar
diversas emociones en nosotros. No obstante, el principio de utilizar las
formas musicales como vehículo de los sentimientos que expresa un texto -los
versos de un poema o de una canción-, choca de frente con la corriente
polifónica que alimenta la música vocal renacentista. Las sucesivas capas de
voces que llevan piezas como los madrigales o las frottole configuran un denso manto de sonido que impide en gran
medida reconocer las palabras que están siendo cantadas.
Baldassare Castiglione ya
defiende la monodia en 1528, cuando escribe en El libro del cortesano:
Porque toda la dulzura consiste casi en uno que cante solo, y
con mayor atención se nota y se entiende el buen modo y el aire no ocupándose
los oídos en más de una sola voz que si se ocupan en muchas.
El noble lombardo
destacaba por encima de todo el canto a una voz acompañado de un instrumento,
especialmente una viola o vihuela de arco, porque -dice- da tanta gracia y fuerza a las palabras, que es maravilla.
Uno de los instrumentos
más populares de acompañamiento de la voz del Renacimiento fue el laúd (excepto
en España, donde triunfa su hermana, la vihuela). Para dar una idea de su
importancia, la cantidad de tablaturas para este cordófono presentes en libros
de música que han llegado a nosotros es bastante superior a las dedicadas a los
instrumentos de tecla. Su imagen está bien presente en la iconografía de la
época, y su éxito se asocia al ideal humanista renacentista, que mira al mundo
clásico, encontrando un paralelismo entre el laudista y el rapsoda griego que
recita acompañándose de la kithara.
Conocemos hasta cuarenta
fuentes del siglo XVI, tanto impresas como en manuscrito, que contienen
tablaturas de acompañamiento para el laúd. Gran parte de las canciones -unas
600- concentran su origen entre 1570 y 1600, la época en que lcompuestos de
poesía estrófica, como villanelle, canzonette, arie y balletti. Por otro lado, en las
intabulaciones -la práctica consistente en adaptar piezas vocales para el
teclado o para instrumentos de cuerda pulsada- procedentes de los años entre
1500 y 1520 abundan las adaptaciones del género frottola.
Esto último no es
casualidad. La frottola, aunque
concebida polifónicamente, se presta para ser intabulada como canción monódica
más que otros géneros. Una parte de los ejemplos de esto son las adaptaciones
para laúd de las frottole para cuatro
voces de Ottaviano Petrucci que realizó Franciscus Bossinensis a principios del
siglo XVI. Para algunos expertos, la frottola
tiene mucho en común con las canciones barrocas con bajo continuo, salvando las
distancias.
En 1536 se publica en
Venecia la obra Intavolatura de li
madrigali di Verdelotto que contiene 22 piezas para laúd de Adrian Willaert
basadas en los madrigales a cuatro voces de Il
primo libro di madrigali de Phillipe Verdelot (1533). Willaert mantiene la
voz cantus para ser cantada, pero sin
eliminar la altus, con el fin de
intabular las tres voces bajas, sin divisiones u ornamentos.
Más adelante, surge otro
de los grandes defensores del laúd en Italia, Vincenzo Galilei, un firme
opositor a la música polifónica, como dejó claro en su obra teórica de 1581 Dialogo della musica antica e della musica
moderna. Sus intabulaciones están recogidas en dos manuscritos y en Fronimo Dialogo, texto impreso publicado
en 1584.
Un amigo de Galilei,
Alessandro Striggio, aporta un paso más en la música para laúd, basado en el
acompañamiento por encima de la línea de bajo del modelo vocal, sin hacer
referencia a la textura polifónica.
Aunque no abundan las
fuentes, existe un manuscrito que contiene ejemplos de esta técnica, el libro
del noble florentino Raffaello Cavalcanti, que presenta 250 tablaturas, de las
cuales 82 son canciones para laúd basadas en madrigales, villanelle, canzonette, y arie
da cantare. Este tipo de pieza de finales del siglo XVI ya supone un paso
importante hacia la música barroca, pues muchas de ellas ya anticipan una
técnica de acompañamiento parecida al bajo continuo.
El profesor Theodoros
Kitsos (Continuo practice for the theorbo
as indicated in seventeenth-century italian printed and manuscript sources, 2005)
ve en esta tendencia de intabulación una pérdida gradual de importancia de la
música polifónica a finales del siglo XVI:
El proceso de pasar de una intabulación literal a una liberal,
e incluso más allá, hasta un nuevo acompañamiento compuesto por encima del
bajo, refleja la disminución de la importancia del contrapunto. Mientras tanto,
la armonía iba ganando en importancia y ello llevó a un medio de composición
homofónicamente dirigido.
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