La llegada de la música
barroca supuso, más que una revolución, una revuelta. Hacia 1590, un grupo de
artistas, músicos, filólogos e intelectuales liderados por los condes Bardi y
Corsi se rebelaron contra las formas musicales renacentistas, descontentos del
mal uso que a su juicio estas hacían de la poesía. Se hicieron llamar la Camerata Florentina, y su postura marco
y encauzó la transición hacia el Barroco. El musicólogo Manfred Bukofzer lo
expresa muy gráficamente en su obra Music
in the Baroque Era from Monteverdi to Bach:
“Este grupo basó su ataque
a la música renacentista en el manejo de las palabras. Defendían que en la
música contrapuntística la poesía era literalmente `hecha pedazos´ (laceramento della poesia) porque las
voces individuales cantaban palabras distintas simultáneamente. Palabras como
`cielo´ y `olas´ eran frecuentemente representadas por notas altas y líneas
ondulantes. La Camerata se opuso con
sorna a esta `pedantería´ e insistió en que es el sentido de un pasaje entero,
más que el de una sola palabra, lo que debe ser imitado en la música.”
Los miembros de la Camerata Florentina centraron sus
esfuerzos en el estudio de la música de la tragedia griega y su capacidad para
mover las emociones del espectador. De esta forma, defendieron que la música
vocal -al igual que en la antigua Grecia- debía consistir siempre en una única
melodía, y que sus ritmos tenían que acomodarse a las palabras. Música al
servicio de la poesía, y no al revés, como había ocurrido durante el
Renacimiento.
A juicio de los teóricos
del movimiento, la música polifónica no puede conseguir expresar debidamente
los sentimientos que afloran de un texto, y el propio Vincenzo Galilei
-compositor, laudista y padre del famoso astrónomo- ridiculiza el uso de
madrigalismos pictóricos en su obra Dialogo
della musica antica et della moderna, publicado en 1581. La ópera es el
género que más fielmente plasma la teoría musical que emerge en Italia a
principios del siglo XVII, pues parte del uso combinado de los intervalos y el
ritmo para imitar la verdadera forma del habla.
En las primera mitad del
siglo, los principios de la Camerata tuvieron un firme seguidor y evangelista
en la figura de Giovanni Battista Doni,
un verdadero polímata, como aquellos que destacaron a principios del
Renacimiento. Nacido en 1595 en Florencia, fue abogado, un filólogo experto en
lenguas clásicas, y crítico y teórico musical. Sirvió a dos notables patrones,
los cardenales Neri Corsini y Francesco Barberini, de forma que siendo parte de
sus séquitos tuvo la oportunidad de viajar a distintas ciudades europeas donde
entró en contacto con la flor y nata de los científicos, los artistas y los
músicos de la época.
Hacia 1640 se estableció
en Florencia, ocupando la Cátedra de Elocuencia en la universidad, y fue
admitido como miembro de la Accademia della Crusca, una de las más prestigiosas
instituciones intelectuales del momento. Murió siete años después de su vuelta
a la ciudad.
Doni fue un gran teórico
de la música y aportó valiosas reflexiones sobre la ópera, un género entonces
recién nacido que comenzaba a despegar, como espectáculo cortesano en Roma,
Mantua y Pisa, y como modelo de negocio artístico en Venecia. Sus conocimientos
de la cultura de la antigüedad le permitieron desarrollar una filosofía del drama
musical desde el punto de vista de las prácticas del teatro griego.
Pero también destaca su
nombre por otras aportaciones musicales se podría decir más “prácticas”. Por
una parte, sustituyó el nombre de la nota ut
por do en la escala ascendente de seis
notas utilizada hasta el momento, que había sido desarrollada por Guido of
Arezzo en el siglo XI (ut, re, mi, fa,
sol, la). Sus argumentos para justificar el cambio: a) do es más fácil de pronunciar que ut, y b) do es la
abreviatura de Dominus, el Señor en
latín. También inventó un instrumento bautizado como lira barberina, que consistía en una lira con tres juegos de
cuerdas afinados en modo frigio, dorio y lidio, respectivamente.
No obstante, es en el
campo de la música escénica donde Giovanni Battista Doni dejó su mayor
impronta. Su obra escrita entre 1633 y 1635 Trattato
della musica scenica concentra en gran parte su visión, que sigue aquella
que habían adelantado treinta años antes reformadores como Girolamo Mei y
Vincenzo Galilei.De alguna forma, Doni completa y sistematiza la labor de
ellos. En este sentido, Doni es un ferviente defensor de la monodia y del
estilo recitativo, que habían llegado a constituir parte de la esencia de la
música barroca.
Al tratar la música
escénica, pone la poesía contenida en el texto como el principal elemento al
que debe estar sometida toda la obra. Para él, el objetivo de la ópera era
presentar o poner en escena la poesía. En su Trattato della musica scenica repasa las óperas escritas entre 1595
y 1608 escritas por el libretista Ottavio Rinuccini, un poeta al que Doni
admiraba sobremanera. En el texto, la composición musical queda en segundo
plano, como algo de menor importancia del texto. De hecho, llega a comentar el
éxito que cosechó la Arianna de
Rinuccini que recibió una “melodía adecuada” de Claudio Monteverdi. Sorprende
que pueda tildar tan solo de “adecuada” toda la grandeza del genio de Cremona.
Peor suerte corre en sus manos la ópera Sant’Alessio,
a la que puso música Stefano Landi y que fue estrenada en 1632. En este
caso, el Trattato vierte alabanzas sobre el autor del libreto, Giulio
Rospigliosi, el futuro papa Clemente IX, pero ni llega a mencionar el nombre
del compositor.
Con todo, Giovanni
Battista Doni no estaba de acuerdo que cómo se aplicaba el recitativo en la
escena de su época. A su juicio, el stile
recitativo debía utilizarse solamente en los diálogos y en los pasajes
narrativos, mientras que para las partes en las que se expresan sentimientos
-los coros y los monólogos- era más adecuado el stile madrigalistico, una melodía embellecida con acompañamiento
instrumental más rico.
En concreto, consideraba
que el stile recitativo era ideal
para recitar poemas épicos, si bien deploraba que su momento se había perdido
en gran medida la costumbre de recitar en público, algo que en su libro
proponía recuperar.
Otro tema que trata en
esta obra es la forma de asignar en la ópera el tono y el registro a cada
personaje. Por ejemplo, plantea que los ángeles, dependiendo de su edad,
deberían ser sopranos o contraltos, mientras para el demonio propone un basso profundo acompañado de
instrumentos de “sonido extravagante”. Igualmente, al igual que hacían los
griegos antiguos, cada tipo de dios o diosa que aparezca en escena debe tener
un tipo de voz característica. Dioses terribles y viejos como Saturno, Júpiter
o Vulcano deben tener voces profundas, mientras que deidades representadas como
jóvenes, como Apolo o Mercurio, podrían ser tenores o contraltos.
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