“Acaso pueda decirse, y con razón, que de entre todos los poetas elegantes y geniales de nuestro tiempo no haya otro como Metastasio, tal vez el único poeta lírico”. De forma tan elocuente calificaba el viajero musicólogo Charles Burney en su obra de 1771 The Present State of Music in France and Italy a Pietro Metastasio . Y su pasión por este poeta romano fue mucho más allá cuando en 1796 publicó Memoirs of the Life and Writings of the Abate Metastasio, libro en el que relata su vida y traduce al inglés sus cartas y escritos.
Lo cierto es que Antonio Domenico Bonaventura Trapassi, que era su nombre original, fue, además de poeta, el más celebrado y famoso libretista de ópera europeo del siglo XVIII -de acuerdo con las páginas de la Encyclopaedia Britannica- y, añade este medio, sus libretos fueron representados en escena más de ochocientas veces. Escribió en torno a treinta libretos que fueron musicados por nombres tales como Mozart, Johann Sebastian Bach, Vivaldi, Handel, Gluck, Pergolesi, Hasse y Jommelli.
Nacido en 1698, hijo de un militar reconvertido en tendero en Roma, antes de los diez años ya manifestaba un sólido dominio de la escritura y una capacidad extraordinaria para versificar con solvencia. Un hombre de letras que frecuentaba la tienda de su padre, Gian Vincenzo Gravina, cautivado por las habilidades del chiquillo, decide adoptarlo y le cambia el nombre por el de Pietro Metastasio. Empujado por su mentor, el joven estudia leyes, aunque está claro desde el principio que su pasión es la lírica. A los catorce años escribe Giustino, una tragedia con aires de Séneca, y en 1717 publica un libro de poesía. Un año después entra a formar parte del grupo estético romano Accademia dell’Arcadia y en 1719 se instala en Nápoles para ejercer el derecho, aunque su poesía nupcial de carácter voluptuoso le abre paso en los salones de la aristocracia.
En 1721 compone la serenata Gli orti esperidi que fue interpretada por la cantante Marianna Benti-Bulgarelli, a la que apodaban La Romanina, y quien por cierto dicen que se enamoró de Metastasio. En cualquier caso, en los salones de dicha dama conoció al célebre castrato Carlo Farinelli, al que le unirá una estrecha amistad el resto de su vida.
Su relación profesional con La Romanina impulsa definitivamente su carrera como creador y le lleva a abandonar el ejercicio del derecho. En 1723 escribe si primer drama lírico Didone abbandonata y más adelante firma Siroe, Catone in Utica, Ezio, Semiramide riconosciuta, Alessandro nell’Indie y Artaserse.
En marzo de 1730 parte para Viena a trabajar en la corte y allí residirá hasta su muerte en 1782. El reinado de Carlos VI fue su época de mayor esplendor y sus melodrammi fueron musicados por todos los músicos de la época, desde Pergolesi hasta Mozart. Con la subida al trono de Maria Teresa en 1740 su buena estrella pierde brillo, aunque no llega a apagarse, y sigue trabajando aunque en piezas más pequeñas, como feste teatrali, componimenti y serenate.
Hubo muchos y buenos compositores durante el siglo XVIII, pero el nombre que se asocia a la ópera de la época es sin duda el de Pietro Metastasio. Su fama sobrevoló toda Europa, hasta el punto que el mismo Voltaire, que consideraba que los versos de sus arias eran “apasionados y a veces comparables a las mejores odas de Europa”, declaró que, desde los antiguos griegos, solamente dos autores dramáticos habían rivalizado con Metastasio: Racine y Joseph Addison. Por su parte, Rousseau llamaba a Metastasio el “Racine italiano” y le definía como “el único poeta del corazón, el único genio enviado a conmovernos con el encanto de la armonía poética y musical”.
Los libretos de Pietro Metastasio estaban escritos siempre pensando en la música, como él mismo afirmó: “no puedo escribir nada que tenga que ser musicado sin imaginar cómo será esa música”. Se dice que escribía dramas literarios y morales, utilizando la música y la poesía para despertar emociones que condujesen a la virtud. En una de sus cartas escribió: “los placeres que no logran impresionar a la mente y al corazón son de corta duración”.
Charles Burney, su biógrafo, le pone como ejemplo de la excelencia en el campo de la poesía destinada para ser cantada, que a su juicio, “debe tratar de un solo asunto o sentimiento y expresarse con pocas y delicadas palabras”. Lamenta el británico que los poetas de su época no escribiesen pensando en el compositor de la música y solo lo hiciesen pensando en su propia reputación, impidiendo que las arias gozaran de simetría armónica y que todo en ella resultara cabal y unitario. Probablemente estaba pensando en la aportación de la obra de Metastasio a impulsar la grandeza musical cuando escribió: “la música más apasionada acaso sea aquella que discurre ágil por un bello pasaje, que repite juiciosamente el tema, y lo evoca cuando todavía está vibrando en el oído del espectador y ya forma parte de la memoria”.
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