El pasado sábado 11 de julio volvieron a resonar bajo las bóvedas de crucería de la Iglesia de Santiago de Sigüenza las violas da gamba de Clara Rodríguez y Laura Salinas, acompañando la voz de Patricia Paz. 3Damas, como se han autobautizado para la escena, volvió a traernos la exquisita selección de música europea que nos presentó en ese mismo escenario hace exactamente un año, con algunas felices variaciones.
Aunque las circunstancias no fueron las óptimas, pues el calor extremo que hace este verano planteó serios problemas para mantener las violas afinadas, el sonido fue excelente: muy claro y nítido.
Los instrumentos que utilizaron Clara y Laura, cuatro en total, son obra del lutier José Luis Blázquez, que basándose en modelos históricos, ha creado hasta la fecha dos violas bajo, una soprano de pequeño tamaño y una última de siete cuerdas.
El programa interpretado se articuló en torno a la música de los siglos XVI y XVII, y fue dividido en tres partes: España, Francia e Inglaterra, e Italia.
La parte española estuvo protagonizada por dos recercadas de Diego Ortiz y por tonos humanos barrocos, dos piezas anónimas y Ojos pues me desdeñáis de José Marín. Sonó también una versión de la composición Mille Regretz de Josquin des Prés, tema subtitulado como la Canción del Emperador, pues parece ser que lo escuchaba Carlos V para poder conciliar el sueño cuando sufría cefaleas, mucho antes de que se inventase el paracetamol.
En el bloque franco-británico pudimos escuchar dos piezas procedentes del Manuscrito de Enrique VIII, una recopilación de la importancia de nuestro Cancionero de Palacio para la música inglesa, y dos clásicos del laudista John Dowland, Come Again y Flow My Tears. Por la parte gala, a una bellísima interpretación de Une Jeune Fillette de Chardevoine, se le sumaron dos temas (nuevas incorporacions al programa), el sentido Sé que me muero de amor procedente de la comedia ballet de Moliere y Jean-Baptiste Lully El burgués gentilhombre, y el clásico parisino del XVI Tant que vivray de Claudin de Sermisy, que es el más maravilloso himno al amor que jamás se haya compuesto.
Cerraba la velada la parte del Barroco temprano italiano en donde predominó Claudio Monteverdi y de la que destacaría, por mi gusto personal, Si dolce il tormento.
En suma, asistimos a una velada maravillosa, que aparte de la gratificación del placer de la escucha, nos devuelve el valioso acervo de la música antigua europea, algo que por desgracia a veces parece estar alejado del ciudadano de la Europa del siglo XXI.
Hay que agradecer a la Asociación de Amigos de la Iglesia de Santiago, la organización responsable de la restauración de este hermoso templo románico y organizadora del recital, el esfuerzo continuado que realiza por programar eventos musicales, algo que apreciamos y valoramos como se merece. En el pasado han interpretado entre los sillares del monumento artistas de la talla de Eduardo Paniagua y el vihuelista John Griffiths, por citar tan sólo dos ejemplos.
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