sábado, 14 de abril de 2012

El gran dilema del Padre Soler

El Padre Antonio Soler es probablemente el músico español más significativo del siglo XVIII, tanto por lo rico y variado de sus composiciones, como por sus aportaciones a la teoría musical y por el carácter innovador de su genio. Sin embargo, al estudiar su biografía nos entra la duda sobre si no podría haber brillado más en el paisaje musical europeo de la época de no haberse recluido una parte importante de su vida entre los muros del Monasterio de El Escorial. ¿Pudo haber tomado en un momento de su vida una decisión equivocada que truncó en gran medida una carrera mucho más prometedora de la que tuvo?

Esto último no implica que su carrera fuese mediocre, ni mucho menos; las composiciones que han llegado a nosotros atestiguan lo contrario: aparte de una extensa obra religiosa, conocemos sus sonatas para clavecín (quizá lo más brillante de su creación), sus quintetos para cuerda y órgano, sus conciertos para dos órganos, y finalmente, sus conciertos para dos violines, viola y clave. Por otro lado, son sumamente importantes sus aportaciones teóricas, entre las que destaca “Llave de la modulación y Antigüedades de la música” (1762).

Nació Antonio Soler en Olot (Girona) en 1729. Su formación musical se gestó en la Escolanía de Montserrat, donde ingreso con seis años y aprendió composición y órgano. Tras presentarse a varias oposiciones para maestro de capilla, ganó la de la catedral de LLeida. Pero el obispo de la localidad le informó de que en el Monasterio de San Lorenzo hacía falta un organista y decidió entrar en la Orden de San Jerónimo ocupando la plaza en 1752. Como curiosidad, cabe citar lo exigente de las cualidades necesarias para ingresar en el monasterio, como por ejemplo, que el novicio debía saber gramática y canto llano (esto es lógico), pero además que debía gozar de buena vista, tener una estatura perfecta y no presentar defecto físico alguno. Por descontado se exigía la limpieza de sangre.

Las competencias de Antonio Soler en El Escorial se centraban en la interpretación de música en los diversos órganos, así como la composición de piezas destinadas al culto. Destaca también allí como profesor de música de jóvenes de la realeza y la nobleza. Entre otros fue maestro del Infante Gabriel de Borbón, hijo de Carlos III. No es disparatado aventurar que su decisión de trasladarse al Monasterio de San Lorenzo se debió al deseo de estar cerca de la corte, que pasaba allí dos meses al año, y especialmente, de los músicos cortesanos. Su interés por la teoría musical y la importancia de su obra laica justificaría su interés por aproximarse a los círculos musicales más elevados de la época, tanto para compartir experiencias y conocimientos con los compositores cortesanos, como para dar a conocer sus propias creaciones.

Parece ser que el Padre Soler conoció y trabajó con Domenico Scarlatti, al que se considera, si no el inventor, uno de los principales impulsores de la sonata, y en cualquier caso, su difusor en España mientras estuvo al servicio de Bárbara de Braganza. Las sonatas de Soler presentan el mismo esquema que las del napolitano, dos fragmentos que deben ser repetidos, el primero de los cuales expone el tema en el tono fundamental.

Pero las ansias de llevar a cabo una apasionante y cosmopolita carrera musical de Antonio Soler chocaron con el espíritu de devoción y recogimiento del monasterio jerónimo. En general se consideraba que la relación de los monjes con los cortesanos era perjudicial para los primeros, llevándoles a distraerse en exceso de su vocación. En palabras del fraile Juan Núñez:

 “Una de las malas semillas que pudieran aumentar esas espinas y cambroneras en los hijos de San Lorenzo es la familiaridad y trato de la Corte, que con sus acostumbradas jornadas frecuenta anualmente aquel Real Sitio y Monasterio. Como en las Cortes brilla y luce lo que en el mundo, estando éste con sus pompas, fastos y diversiones a la vista de los que por su profesión renunciaron a vanidades y embelesos, se hace precisa una advertida perpetua vigilancia para que tales objetos y sujetos no expongan al monje a que, puesta su mano en el arado, vuelva atrás sus ojos a ver y codiciar lo que abandonó”.

Quizá esta cortapisa llevó al Padre Soler a buscar sin éxito otro destino más acorde con el desarrollo de su pasión musical. A través de su correspondencia con el Duque de Medina Sidonia, gran melómano, se advierte una petición encubierta de entrar a formar parte de la corte de éste, aunque el Grande de España nunca reaccionó al respecto. Finalmente, solicitó oficialmente su traslado al Monasterio de San Jerónimo de Granada, pero nunca llegó a salir de El Escorial donde falleció en 1783 a los 54 años.

¿Hubiera sido distinta su carrera musical si no hubiese abandonado la capilla musical de Lleida, donde tenía mucha más libertad para difundir su obra, e ingresado en El Escorial? Pero no existe una Historia alternativa, las cosas sucedieron como sucedieron, y a fin de cuentas, todos somos prisioneros de nuestras propias decisiones.  


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