domingo, 24 de noviembre de 2019

El baile perdido, la difícil tarea de reconstruir la Historia


A menudo hemos destacado en estas páginas el carácter de arqueología que tiene la interpretación de música antigua. En muchos casos se trata de piezas tan lejos de nuestra época en el pasado que nos han llegado parcialmente documentadas, o con unas referencias mínimas, acerca de cómo se tocaban y de cómo podrían sonar en el momento en el que fueron compuestas. El último trabajo discográfico de La Galanía, El baile perdido. Danzas del siglo XVII, es un buen ejemplo de esto, pues ha conseguido devolvernos el sonido de aquellos bailes lascivos y libertinos de la España del siglo XVII. Como afirma la soprano Raquel Andueza en las siempre interesantes notas personales que incluye en todos los discos del conjunto, estábamos rescatando melodías olvidadas para hacerlas viajar desde su tiempo al presente. Estábamos, en definitiva, reconstruyendo la Historia.

Pero en este viaje La Galanía ha contado con un miembro extraordinario en la sombra como es el musicólogo Álvaro Torrente, quien, gracias a una beca de la Fundación BBVA, puso en marcha esta iniciativa basada en la reconstrucción de los doce bailes que incluye el CD, careciendo por completo de las partituras de los mismos, y solamente disponiendo -en el mejor de los casos- de vagas referencias sobre la interpretación que a veces acompañan a los textos.

Precisamente, Torrente destaca la importancia para la música occidental del baile barroco español en uno de los artículos que firma dentro de la monumental Historia de la música en España e Hispanoamérica (Tonos, bailes y guitarras: la música en los ámbitos privados, Tomo 3). Formatos como la zarabanda, la folía, la chacona y el pasacalle (que él no identifica exactamente como un baile) aparecen con fuerza en la música europea, no solo como música de danza, sino también dentro del género instrumental.

Una primera puntualización necesaria es que en la España del siglo XVII el baile y la danza eran concebidas como dos cosas bien distintas. La danza estaba asociada a la nobleza y a la elegancia, mientras que el baile era propio del pueblo llano y entrañaba no poca chabacanería en sus formas. La danza se basaba en movimientos contenidos y pausados de los pies, mientras que en el baile se movían pies y manos, a menudo de forma desenfrenada.

Sebastián de Covarrubias plasma los dos términos por separado en su obra Tesoro de la lengua castellana o española de 1611. Para el clérigo toledano el baile no es en su naturaleza malo, ni prohibido y comenta que se utiliza para entrar en calor en algunos lugares, si bien avisa que están reprobados los bailes descompuestos y lascivos. En cualquier caso, ya introduce el juicio moral -con su carga misógina incluida- cuando afirma que la mujer es más dada a dejarse llevar por el baile, que a su juicio es la inconstancia en su cuerpo y en todos sus miembros, y le atribuye un origen diabólico a través del refrán a la mujer bailar y al asno rebuznar, el Diablo se lo debió mostrar.

El sacerdote y poeta Rodrigo Caro también separa con claridad ambos conceptos en su libro sobre folclore Días geniales o lúdicros de 1626: mas volviendo á nuestro baile, digo que la diferencia entre la danza y él, es que en la danza las gesticulaciones y meneos son honestos y varoniles, y en el baile son lascivos y descompuestos. Además, asocia el origen del baile y su carácter “lascivo” y “deshonesto” al culto dionisíaco: estas danzas ó bailes lascivos y deshonestos eran también pirrhicos por la presteza y agilidad de su movimiento, y usaban de él en las fiestas de Baco, fundador de nuestra vecina Lebrija.

No es de extrañar que estos bailes cantados -aquellos que combinan poesía, música y movimientos- fueran prohibidos y su práctica perseguida, lo que justifica en gran medida que las partituras en las que se articulaba su melodía no haya llegado hasta nosotros. Resultaba arriesgado dejarlas por escrito y, en cualquier caso, su relativa sencillez y amplia popularidad lo hacían innecesario.

El baile perdido reúne varias de las modalidades de las muchas que se bailaban entre los siglos XVI y XVII, como la folía, el canario, zarabanda, chacona, seguidillas, jácara, guineo, polvillo, ay ay ay, gascona, secutor de la vara y zangarilleja. La Galanía vuelve a traer a nuestros oídos los sones eróticos con los que disfrutaban de su ocio nuestros antepasados de aquella España imperial que se deslizaba irremediablemente hacia la crisis.



Álvaro Torrente describe el proceso seguido para llevar a cabo esta tarea de arqueología musical: el punto de partida -la materia prima- es el poema de cada uno de los bailes, que dan una idea del carácter de la pieza y que incluso llegan a aportar su patrón rítmico a través de la métrica específica en la que están armados (longitud de los versos y acentos). Igualmente, la existencia o ausencia de estribillo y sus características son un elemento que define cada baile. Para algunas de las formas de baile más conocidas la armonía está documentada en diversas fuentes, como pueden ser la chacona, la jácara o la zarabanda. En el resto de los casos ha habido que recurrir a la escasa información musical que acompaña al texto, como puede ser la indicación de los acordes.

A pesar de su origen popular y barriobajero de los poemas, muchos de los textos que nos llegado hasta nosotros son versiones cultas de los mismos. Aun así, entre las metáforas elevadas y las formas más cultas se abren paso la picaresca y los motivos picantes, como en la zarabanda La batalla del amor:

El puñal de aquel encuentro
se lo metió hasta el centro
y ella, que lo sintió dentro
con herida tan suave,
dice: “¡Ay, cómo me sabe
un poquito antes que acabe!”

En otros casos, como en Secutor de la vara, las alusiones sexuales no son tan veladas, sino más bien todo lo contrario:

Secutor de la Vara
dice a su mujer:
“¡Échate en la cama,
que te quiero joder!”

El baile perdido es el sexto trabajo discográfico publicado por el sello discográfico de La Galanía,  Anima e Corpo, después de Yo soy la locura 1 y 2 sobre música barroca españpla, los dedicados a la ópera veneciana, Alma mia (sobre obras de Antonio Cesti) y Miracolo D´Amore (arias y dúos de óperas de Francesco Cavalli) y Pegaso, un conjunto de salmos y motetes de Tarquinio Merula.

La Galanía fue fundada por la soprano Raquel Andueza y el tiorbista Jesús Fernández Baena en 2010. El presente trabajo ha contado además con los músicos Pablo Prieto (violín), Manuel Vilas (arpa doppia), David Mayoral (percusión) y Pierre Pitzl (guitarra barroca).

sábado, 2 de noviembre de 2019

Rodrigo Rodríguez interpreta el shakuhachi en el templo filipino Ma-Cho, La Gema del Taoísmo


Hoy traemos un nuevo vídeo del intérprete de shakuhachi Rodrigo Rodríguez grabado en el templo Ma-cho de San Fernando, La Unión, Filipinas. Es costumbre de este músico el actuar en escenarios de gran calidad histórica y arquitectónica, donde la ancestral flauta japonesa parece formar parte de este entorno épico y mitológico, que parece salido de una película.

El templo Ma-Cho es un templo taoísta dedicado a la diosa del mar, Mazu. Según la leyenda, Mazu era una niña con el nombre de Lin Mo que solo vivió hasta los veintiocho años y que vivo durante la dinastía Sung del Norte, que ostentó el poder en China desde el año 960 hasta el 1127 d.C. La leyenda cuenta que Lin Mo era compasiva y que podía hacer milagros con sus poderes. Murió a una edad temprana porque sacrificó su vida para salvar a los que estaban en las aguas turbulentas del mar.

La pieza que interpreta es Natsu Yama Uta (La canción de la montaña estival), una canción tradicional japonesa que normalmente se toca con la flauta de bambú shakuhachi acompañada del canto, aunque en esta ocasión Rodríguez realiza una versión exclusivamente instrumental.



La flauta shakuhachi es quizá el instrumento más sencillo que existe fuera de los de percusión.

Sin llaves, ni lengüeta, como otros instrumentos de viento occidentales, está construida de bambú madake (más duro y resistente que el vulgar) y, a pesar de lo simple de su estructura, es capaz de emitir un completo y complejo abanico melódico que abarca sonidos cautivadores cargados de misterio y embrujo.

Está construida de una sola pieza, a diferencia de otras flautas orientales, y consta de cinco agujeros.

El origen de este instrumento hay que buscarlo en China y no es hasta el siglo VIII en que es introducido en Japón.

La música de shakuhachi ha estado siempre asociada con la espiritualidad y con el budismo zen, en concreto, con los monjes komuso, una secta fundada en Japón en el siglo XIII.

Rodrigo Rodríguez es un maestro de talla internacional en la interpretación de este instrumento, así como en las tradiciones asociadas a él. Argentino de nacimiento, ha estudiado en Japón música clásica y tradicional bajo los linajes de Katsuya Yokoyama en «The International Shakuhachi Kenshu-kan School» a cargo del Maestro Kakizakai Kaoru.

lunes, 7 de octubre de 2019

¿Aparece retratado el maestro violagambista Diego Ortiz en un cuadro de Veronés?


Una de las pinturas más famosas del pintor manierista Paolo Caliari, más conocido como Veronés, incluye en el primer plano visual un consort de violas de gamba. Se trata de Las bodas de Caná, un óleo imponente de casi diez metros de largo y siete de alto que representa el conocido episodio del Nuevo Testamento en el que Jesucristo obra el milagro de transformar el agua en vino durante la celebración de un desposorio en Galilea. El autor quiso homenajear a sus colegas de la escuela manierista veneciana y les situó en un lugar destacado de la composición, ataviados como músicos tocando sus instrumentos.

Tradicionalmente, han sido identificados en el lienzo los rostros de Tiziano, Tintoretto, Jacopo Bassano y el propio autorretrato de Paolo Veronese. Sin embargo, hay una quinta figura en el grupo, un enigmático hombre con barba que parece estar susurrando algo al oído de Veronés. Pues bien, un reciente estudio sostiene que el desconocido no es otro que el músico español Diego Ortiz.

Las bodas de Caná -actualmente expuesto en el Museo del Louvre- fue pintado por Veronés en 1563, por encargo del monasterio benedictino de San Giorgio Maggiore en Venecia. Sus colosales proporciones encierran la escena del episodio de los Evangelios en el que Cristo y se madre asisten como invitados a una boda en Caná y en un momento dado del banquete se acaba el vino. Jesús, a petición de la Virgen, convierte el agua en el preciado caldo consiguiendo que la fiesta continúe.

El óleo está poblado de numerosos personajes que rodean a María y a su hijo, sentados a la mesa en el centro mismo de la composición. Todo ocurre en un patio abierto rodeado de arquitectura renacentista -con columnas de orden dórico y corintio-, en el que las figuras humanas visten a la moda de la época, mezclando ropajes orientales con otros occidentales. En este sentido, Veronés plasmó la historia bíblica como una gran fiesta veneciana de las que se tenían lugar en su momento. Parece ser que gran parte de los caracteres retratados en la obra corresponden a grandes personalidades europeas contemporáneas al autor.

El contrato por el cual le fue encargada a Paolo Caliari esta pintura especificaba, en concreto, que debía incluir el máximo número posible de personajes y, además, que en su ejecución tendría que utilizar colores y pigmentos de gran calidad. Ninguna de las figuras representadas está hablando, pues el óleo estaba destinado a decorar el refectorio del monasterio benedictino, cuya regla impone el silencio durante la comida.

A pesar de que Jesucristo y la Virgen están situados en el centro de la composición, el primer plano de la misma, justo delante de ellos, lo ocupan el grupo de músicos encargados de amenizar la velada. Se trata de un conjunto de violas da gamba, como los que había en la segunda mitad del siglo XVI y, especialmente, en el XVII, en el que podemos encontrar la viola bajo o violone, de forma similar a un contrabajo moderno (la que porta el músico de la derecha), la viola soprano que asemeja un violín, y dos violas tenor que portan los dos músicos de la izquierda. Además, aparecen en el cuadro dos instrumentos de viento: algo que parece una flauta, pero que debe ser un cornetto sin curvatura, y, en segundo plano, lo que parece el extremo de un sacabuche o trombón de varas.  



Retratando a este conjunto de intérpretes, Paolo Veronese quiso plasmar en el lienzo al conjunto de pintores manieristas de Venecia. De esta forma, en la extrema derecha tenemos a Tiziano tocando el violone, y, junto a él, a Tintoretto con la pequeña soprano. Más a la izquierda, Jacopo Bassano sopla el cornetto, y, su lado, encontramos a los dos violagambistas tenores, siendo el que se encuentra en primer plano el propio artista. El problema surge con el segundo, el que parece susurrarle algo desde atrás. No existe acuerdo acerca de la identidad de este desconocido personaje , aunque hace un par de años surgió una teoría que postula que se trata del músico español Diego Ortiz, que fue maestro de la capilla del virrey de Nápoles desde 1558.

Esta interpretación del cuadro es defendida en el estudio Il Veronese y Giorgione en concierto: Diego Ortiz en Venecia por los profesores Manuel Lafarga, Teresa Cháfer, Natividad Navalón y el músico e investigador Javier Alejano (Lafarga, Manuel; Cháfer, Teresa; Navalón, Navidad and Alejano. Javier (2017). Il Veronese and Giorgione in Concerto: Diego Ortiz in Venice/El Veronés y Giorgione en concierto: Diego Ortiz en Venecia (bilingual edition, English translation by Christian Michel). Cullera VLC: Lafarga & Sanz Ediciones. ISBN 978-84-09-07020-6. http://www.theweddingatcana.org/files/Lafarga-et-al---Veronese,-Giorgione-and-Ortiz.pdf). Una de las primeras conclusiones del trabajo es que todos los pintores que aparecen en el cuadro tienen una cosa en común, un anillo de oro en uno de los dedos, algo de lo que el desconocido carece. Todo parece indicar que se trata de alguien que no pertenece al mismo grupo de artistas.

Un estudio con rayos x realizado al óleo en 1992 reveló que la misteriosa figura no estaba allí en las primeras versiones del lienzo, y que fue incluido con posterioridad, pero antes de estar acabada la versión definitiva. Los investigadores defienden que esta figura añadida es la Diego Ortiz, y que sustituyó a una previa del pintor Giorgione, una gran influencia para la escuela manierista.

Ortiz es una de las grandes figuras de la música europea del siglo XVI, cuya versatilidad como autor y ejecutor de piezas de distintos campos, y para distintos instrumentos, constituye el aval de su grandeza. Unas fuentes le describen escuetamente como compositor; otras le destacan como organista, aquellas le definen como polifonista, y finalmente, algunas le tachan de violero, es decir, de intérprete y compositor para viola da gamba o vihuela de arco. Lo cierto es que el hecho de que prácticamente toda su obra fuera editada en Italia nos hace creer que vivió la mayor parte de su vida fuera de España.

En 1553 publica en la ciudad del Vesubio su Tratado de glosas sobre cláusulas y otros géneros de puntos en la música de violones nuevamente puestos en luz, que se convierte en obra de referencia en cuanto al método de tocar la viola da gamba. No es de extrañar que en Italia fuese considerado un maestro sobre este arte.

Por otro lado, la polimatía característica del espíritu del Renacimiento explica que estos pintores sintieran verdadero interés por la música, además de por su propia profesión en las artes plásticas. Tiziano recibió un órgano como pago por uno de sus trabajos, y tanto Tintoretto como Veronés eran músicos aficionados, con mayor o menor grado de destreza. Hasta Giorgione cantaba y tocaba el laúd a las mil maravillas, se cuenta. Todo ello justificaría la admiración de Paolo Veronese por Ortiz, al considerarlo un maestro en su campo, y podría explicar su inclusión en esta monumental obra.

De hecho el estudio en cuestión compara el rostro de Diego Ortiz que aparece grabado en la portada del Tratado de glosas con el del violero anónimo del cuadro. Las concordancias entre ambos son notables, como se puede comprobar. El personaje barbudo rompe la regla benedictina del silencio que impera en el cuadro, y parece estar dándole instrucciones a Veronés al oído, quizá sobre la técnica de interpretación de la viola.


Como destacan los autores del trabajo, todos los músicos que aparecen en el óleo están con la mirada  baja, leyendo cifra de varios cuadernos repartidos en la mesa, excepto el violagambista anónimo, que parece ejercer de profesor o instructor del resto.

Otro argumento aportado en defensa de esta tesis es que Ortiz publicó en Venecia su segundo libro, Musices liber primus, un año y medio después de la finalización del cuadro, lo que hace suponer que, ya que estaba en la Serenísima en la misma época, pudo haber ejercido como modelo en persona para Veronés.

Y un último dato: la técnica de ejecución de la viola da gamba desde el siglo XVII parte de sujetar el instrumento hacia abajo entre las piernas. Diego Ortiz en su tratado defiende el tocarla de forma horizontal, como las guitarras, que es como se tocaba la vihuela de arco española. Tanto Veronés como el extraño la tocan así en el cuadro.

domingo, 29 de septiembre de 2019

La temporada 2019-2020 de El Canto de Polifemo


El próximo sábado 5 de octubre se inicia la nueva temporada del ciclo de recitales de El Canto de Polifemo, una cita ya tradicional para los amantes de la música antigua madrileños.

El Canto de Polifemo es una comunidad musical para el encuentro de nuevos proyectos musicales, sus intérpretes y creadores.

Los recitales se celebran en la iglesia de las Mercedarias de Góngora (c/ Luis de Góngora, 5), que está situada muy cerca de la céntrica plaza de Chueca.

Este ciclo se concibe como un foro de intercambio cultural entre la programación independiente y un público gustoso de escuchar nuevas propuestas próximas y acogedoras…

El ciclo 2019-2020 nos trae los siguientes eventos musicales:

5 de octubre de 2019

Solistas de la Camerata Antonio Soler
Franz Joseph Haydn
Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz (1787)

14 de diciembre de 2019

Camerata Imperial de las Españas
Dennos lecencia señores: Navidad en las Españas (siglos XVII y XVIII)

7 de marzo de 2020

Paloma Gutiérrez del Arroyo (canto) y Manuel Vilas (arpa medieval)
Canciones de trovador, Bernart de Ventadorn (1147-1170)

25 de abril de 2020

Gradualia
Estevao Lopes Morago (1575-1630)
Officium Defunctorum

9 de mayo de 2020

A5 Vocal Ensemble
Johann Hermann Schein (1586-1630)
Israelbrunnleinn (1623)

30 de mayo

David del Puerto (compositor)
Paco Quirce (textos)
Cantos de Quirce. Libro segundo

13 de junio de 2020

Elia Casanova (soprano) y Alfred Fernández (laúd renacentista)
Per dolor me bagno il viso. Leonardo da Vinci
Música de Tromboncino, Cara, Capirola, Spinacino, Enzina y Josquin

domingo, 22 de septiembre de 2019

Isabella Andreini, la gran dama de la commedia dell’arte


El nombre de Isabella Andreini brilla con luz propia dentro de la cultura de finales del Renacimiento. En una época en que la sociedad limitaba estrictamente los roles que podía desempeñar la mujer -hija, esposa, madre, viuda y, monja-, este personaje destaca con fuerza como actriz de éxito, refinada poeta, erudita y empresaria teatral, rompiendo los moldes femeninos impuestos por la Contrarreforma. Lejos de acabar eclipsada en un segundo plano social, Isabella impone su desmesurado talento en un mundo de hegemonía masculina.

En el plano artístico, Andreini fue una gran estrella de la interpretación, cuya fama rebasó las fronteras de la península itálica y alcanzó Francia e incluso España. Como empresaria teatral junto a su marido, Francesco Andreini, contribuyó a sentar las bases de lo que llegarían a ser las compañías profesionales modernas.

Se cuenta de ella que, a su talentos de comediante, agregaba los de compositora, cantante e instrumentista, poeta y filósofa. Era capaz de hablar y escribir en francés, español y en latín, y sus contemporáneos alababan el encanto de su persona. Isabella fue tan conocida y renombrada, que hasta aparece en tres obras de Lope de Vega. En el siguiente fragmento de El castigo sin venganza, el Fénix la llama “Andrelina”, en otras ocasiones se refiere a ella como “Andreína”:

DUQUE       
Febo, para nuestras bodas       
prevén las mejores salas           
y las comedias mejores, 
que no quiero que repares
en las que fueren vulgares.      
FEBO
Las que ingenios y señores       
aprobaren llevaremos.  
DUQUE       
Ensayan.
RICARDO   
Y habla una dama.
DUQUE       
Si es Andrelina, es de fama.
¡Qué acción! ¡Qué afectos! ¡Qué estremos!

Hasta los personajes de la ficción se deshacen en halagos por la actriz. Un talento forjado a través de la adquisición de una sólida cultura clásica durante su infancia y adolescencia en Padua. Nacida en 1562, algunas fuentes indican que su origen familiar era más bien humilde, si bien no existe demasiada información sobre esa etapa de su vida.

Comenzamos a tener noticias de ella hacia 1576, cuando entra a formar parte con catorce años de la compañía de commedia dell’arte Comici Gelosi o Cómicos Celosos, puesto que el lema de la troupe era Virtù, fama ed honor ne fèr gelosi, algo así como Virtud, fama y honor fueron de los Celosos. Precisamente será en este entorno en el que conoce al que será su marido, Francesco Andreini, un antiguo soldado reconvertido en actor cómico. La pareja contrae matrimonio hacia 1578.

El éxito de Comici Gelosi se va consolidando allá donde actúan, pero especialmente en Mantua, dada la gran afición de la familia gobernante, los Gonzaga, por los espectáculos teatrales.

Uno de los principales méritos de Isabella fue el introducir la improvisación en la escena, algo que previamente no existía en el teatro italiano de la época, y que añadía frescura y viveza a sus interpretaciones. Uno de sus principales papeles era el de mujer enamorada -prima donna innamorata- y ella supo enriquecerlo mediante la improvisación, liberándolo del corsé de rigidez que tradicionalmente le caracterizaba. De hecho, la figura de la actriz dio lugar a un personaje arquetípico dentro de la comedia del arte, el de la enamorada Isabella, que a veces figura como la hija de Pantaleón.

Durante varios periodos los Andreini, además de actuar, se ocuparon de la dirección de la compañía de los Celosos. Existen referencias sobre el particular en 1583, entre 1587 y 1588, y los últimos años de vida de Isabella, en 1603 y 1604. No era fácil tarea, pues, aparte de la dirección artística de las obras a representar, implicaba aspectos relacionados con la gestión, como la redacción de los contratos de los actores, la negociación y contratación de alojamiento para la compañía en las distintas ciudades de la gira, o el alquiler de la sala donde tenían lugar las representaciones, si procedía.

La fama de Comici Gelosi alcanzó tales cotas que la compañía fue elegida para representar dos obras, La Gitana (La Zingana) y La Locura de Isabella (La Pazzia d’Isabella), dentro de las celebraciones de la boda entre Fernando I de Medici y Cristina de Lorena, en Florencia en 1589.

Isabella y Francesco tuvieron siete hijos y, precisamente, a ella le llegó la muerte cuando embrazada volviendo a Italia después de actuar en Francia para el rey Enrique IV, sufrió un aborto espontáneo en Lyon que acabó con su vida.

La grandeza y el talento de Isabella Andreini queda reflejada en este texto del escritor Tomasso Garzoni da Bagnacavallo: La graciosa Isabella, decoro de las escenas, adorno de los teatros, espectáculo soberbio, no menos de virtud que de belleza, ha ilustrado también ella esta profesión, de manera que, mientras dure el mundo, mientras haya siglos, mientras tendrán vida los órdenes y los tiempos, todas las voces, todas las lenguas, todos los gritos. Resonará, célebre, el nombre de Isabella.

Una mujer brillante y, sobre todo, independiente y segura de sí misma, como ella misma se define en su Soneto CLXVI:

Un sueño falaz ya no me turba,
 real me es lo real y sombra la sombra;
 de cualquier afán ya estoy libre
 y tengo con mis pensamientos tranquila paz.
 No sostengo mi deseo al deseo de los otros,
soy Mujer de mí misma, y no me turba un rostro
 severo o me alegra una sonrisa, una frase.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Nuevo vídeo del grupo de ministriles Oniria sobre los códices de Huehuetenango


Hace unos meses nos hicimos eco del trabajo del conjunto de sacabuches Oniria en torno al códice guatemalteco de Santa Eulalia, que desembocó en la grabación del disco Huehuetenango. Ministriles from Guatemala. Se trata de una obra que recupera toda la riqueza musical del renacimiento colonial y que nos muestra cómo florecieron las formas llegadas de Europa.

Aparte de su valor cultural y artístico del códice, su interés se basa en que, en el total de los 15 manuscritos que integran la colección, están incluidas más de 193 piezas sin letra, -o con solo el título o un brevísimo íncipit-, lo que puede llevar a considerarlas como música instrumental, del mismo modo que los libros de música “para ministriles” que han llegado hasta nosotros.

En este vídeo Oniria interpreta Acorranaternum, una pieza que es la número 26 del total de 38 contenidas en el segundo manuscrito (folios 7v-8r). De autor anónimo, sin concordancias conocidas y sin letra.



sábado, 14 de septiembre de 2019

La bella Adriana Basile, una gran estrella del canto barroco


En el año 1611 Claudio Monteverdi, entonces residente en la corte de Mantua, describió en una misiva el arte de Adriana Basile con estas palabras:

“...cada tarde de viernes hacemos música en el Salón de los Espejos. La señora Adriana se incorpora para cantar música en conjunto y la acomete con tal poder e impactante belleza como para deleitar a los sentidos, y casi convertir la estancia en un nuevo teatro…”

¿Quién era esta Adriana capaz de conmover de tal manera el corazón del genio de Cremona? Nada más y nada menos que una de las mayores estrellas que conoció la música italiana del siglo XVII. Su arte y su belleza fueron alabados en la época por príncipes, nobles y cardenales. Su presencia fue requerida en las cortes de los grandes, especialmente en la de Mantua, en donde el duque Vincenzo I de Gonzaga -que ya contaba con Monteverdi como maestro de capilla desde 1601- no escatimó esfuerzos para atraer a tan renombrada artista.

Adriana Basile nació cerca de Nápoles hacia 1580 y pronto destacó como cantante, aunque también desarrolló una especial destreza en la interpretación del arpa y de la guitarra, instrumentos con los que solía acompañar su voz. Su fama se extendió como la pólvora por toda Italia y se la empezó a conocer por el sobrenombre de La Sirena di Posilipo. Por cierto, su hermano Giambattista fue un reconocido recopilador y escritor de cuentos, algunos de los cuales fueron adaptados posteriormente por Charles Perrault y por los hermanos Grimm.

Un dato que apunta la tesis de que la fama le llegó pronto a la napolitana es que siguió utilizando su apellido de soltera después de haber contraído matrimonio, suceso que tuvo lugar alrededor del año 1600. El marido era Muzio Baroni, un caballero al servicio del príncipe de Stigliano, don Luigi Carafa, noble al que también prestaba servicio Adriana antes de partir de Nápoles. Posiblemente, el ser ya ampliamente conocida artísticamente como Basile le llevó a no adoptar el apellido de casada Baroni.

No fueron pocos los aristócratas que dedicaron poemas a las gracias de la Basile, incluido el propio príncipe, que, a través del mismísimo Neptuno, la dibuja como una "sirena hermosa y vaga", que inspira en el dios tal amor como para hacerlo suspirar de una manera que hace que las "olas se llenen de furia". Precisamente, toda esta poesía dedicada a la diva fue recopilada en el volumen El teatro de las glorias de la dama Adriana Basile, publicado en Venecia en 1623 y en Nápoles en 1628. La obra se puede consultar y descargar en formato pdf desde este enlace.

La fama de Adriana traspasó las fronteras napolitanas y acabó por llegar a Mantua, convirtiéndose en la obsesión del duque Vincenzo Gonzaga el contar con la presencia de la dama en su corte. Sin embargo, no fue tarea fácil el traerse a la cantante, en parte por el compromiso que esta tenía con el virrey de Nápoles, y solamente tras dos años de negociaciones, en 1610, consistió en acceder a la petición ducal. En mayo de ese año parte la basilería (término cariñoso acuñado por el principal biógrafo de Adriana, Alessandro Ademollo, para referirse a su familia: marido, hijas, hermana, y hermanos) hacia Mantua, donde llegan en junio, tras pasar por Roma, Bracciano y Florencia.

Cuando la comitiva recaló en Roma, Adriana tienen la oportunidad de impresionar con su arte al cardenal Fernando Gonzaga, poeta, compositor y segundo hijo del duque Vincenzo. Inmediatamente este cae prisionero de los encantos de la Sirena, y remite a Mantua noticia sobre su belleza y talento.

“Adriana finalmente llegó anoche de Nápoles; canta muy bien y lee con seguridad; toca de forma excelente el arpa y la guitarra española; presenta buenos modales y conoce cuál es su lugar, y es más bien hermosa.”

Precisamente este encuentro inicia una relación de amistad entre ambos, no exenta de complicidad e, incluso, de ciertos filtreos, a juzgar por la correspondencia que ha llegado hasta nosotros. El siguiente texto pertenece a una misiva enviada por Adriana a Fernando en 1611:

“Estoy pensando en recalar en Roma para la Semana Santa… pero Vuestra Excelencia no se encontrará allí...y esa estancia me parecerá muy extraña sin vuestra presencia… ¡paciencia! Me contentaré con escuchar que estáis bien...y esto será suficiente para consolarme.”

En la siguiente parada del viaje hacia Mantua, en Florencia, la cantante conoce a músicos de la talla de Bardi, Fontanelli y Caccini, que también quedan impactados por sus virtudes. Finalmente, llegan a Mantua en el verano de 1610, y entra al servicio del duque Vincenzo, quien la colma de valiosos regalos, y, posteriormente, la nombra baronesa de Piancerreto, en Monferrato.

Vincenzo fallece en 1612 y le sucede su hijo Francesco. Fernando intenta traerse a Adriana a Roma, pero, inesperadamente, su hermano muere y él hereda el título de duque de Mantua. Bajo su mandato las hermanas Basile desarrollan exitosas carreras musicales, aunque en 1624 la cantante decide volver a Nápoles y ya no regresará nunca a Mantua, si bien hay noticias de estancias en Roma y otros lugares hasta su muerte, que tiene lugar en agosto de 1642.

Adriana Basile fue una gran estrella en su época, y tanto ella, como las otras mujeres de su familia, recibieron al admiración de propios y extraños. El violagambista André Maugars describe un recital al que asiste en la residencia de la hija de Adriana, Leonora Baroni, en el que esta tocaba la tiorba, mientras que su madre y su hermana interpretan a la lira y al arpa, respectivamente. El francés lo plasma con estas palabras (Isabella Putnam Emerson, Five Centuries of Women Singers, 2005):

“Este concierto, compuesto por tres bellas voces y tres instrumentos diferentes, tanto afecto mis sentidos y embelesó mi espíritu que me olvidé de mi condición mortal y llegué a pensar que estaba entre los ángeles disfrutando de los deleites de los bendecidos.”