El paso de los siglos suele allanar y eclipsar los sucesos cotidianos acaecidos en el día a día fundiéndolos en el gran relato de la historia. Así, nos llega hasta el presente la vida y la obra de un compositor, sus logros y creaciones, pero, con frecuencia, se pierden por el camino los aspectos más humanos de su existencia: las miserias del comportamiento, los enfrentamientos y los conflictos profesionales. La existencia de alguien no es el conjunto ordenado de datos que nos ofrecen las enciclopedias.
Todo esto viene a cuento para referir el turbulento paso del compositor oscense Diego de Pontac por la capilla de la catedral de Granada -ostentó el cargo de maestro de la misma entre 1627 y 1644-, donde tuvo choques tanto con los cantores del coro, como con el mismo cabildo. Entre las anécdotas que han llegado hasta nosotros se encuentra el haberle dado dos bofetones a un sacerdote cantor de la capilla. Antonio Ezquerra Esteban relata con detalle la vida del músico en su artículo El músico aragonés Diego de Pontac (1603-1654) Maestro de Capilla de La Seo de Zaragoza (Institución Fernando el Católico, 1991).
Diego de Pontac y Orliens fue un compositor de gran prestigio de mediados del siglo XVII. Prueba de ello fueron los abundantes cargos que ejerció, tanto en las capillas de las catedrales de Salamanca, Granada, Santiago de Compostela, La Seo de Zaragoza y la de Valencia, como en el convento de La Encarnación de Madrid y la Capilla Real. Una dilatada carrera que quizá ponga en evidencia una falta de capacidad para adaptarse a las normas y autoridades que encontraba en los distintos entornos laborales, y puede que una personalidad fuerte e independiente.
Pontac destaca especialmente por su música sacra en latín: nueve misas, salmos, antífonas, cánticos, magnificat, responsorios, motetes y salves. También se conserva una escueta obra en castellano en la forma de varios villancicos, una jácara y un romance. Son pocas piezas suyas las que han llegado hasta nosotros -que se encuentran en los archivos de la Real Capilla de Madrid y en los del Monasterio del Escorial- para poder hacernos una idea de su talento, aunque este debía ser relevante, a juzgar por su sólida formación, la cantidad de cargos importantes que desempeñó a lo largo de su carrera, y por la cantidad de discípulos que tuvo.
Nacido en 1603 en la provincia de Huesca, en Loarre o en la capital, pues no está claro, tuvo una formación a cargo de varios de los mejores músicos del momento. En La Seo de Zaragoza se inició en 1612 en canto y contrapunto con el maestro de El Pilar, Juan Pablo Pujol, y también con Francisco Berge y Francisco de Silos, maestros de capilla en La Seo. Igualmente, en 1614 empezó a trabajar contrapunto sobre tiple y de concierto con Pedro Ruimonte, el que fuera maestro de la capilla y de la cámara de los Príncipes Gobernadores de los Países Bajos. A los diecisiete años ganó la oposición de maestro de capilla del Hospital Real de Zaragoza, y sus padres le enviaron a perfeccionar su formación a Madrid, nada menos que con los maestros de la Capilla Real, el gran Mateo Romero, apodado Capitán, y Nicolás Dupont.
De espíritu inquieto, en 1622 se postula sin éxito para la catedral de Plasencia, pero consigue el magisterio de la de Salamanca, nombrándole la universidad juez examinador de la cátedra de canto. En los años siguientes los puestos que ocupa Diego de Pontac se suceden de forma vertiginosa. Por suerte su vida está bien documentada gracias a su Discurso del Maestro Pontac, remitido al Racionero Manuel Correa de 1633, documento en el que abunda en detalles autobiográficos. Con todo, aunque Pontac relata que estuvo trabajando en el madrileño convento de La Encarnación hasta su incorporación a la capilla del templo granadino, en dicha catedral figura que vino directamente desde Salamanca.
Es precisamente en la capilla de la catedral de Granada donde Pontac desempeña un magisterio no exento de conflictos. El músico fue convocado en 1627 por el cabildo por su prestigio profesional y es nombrado maestro, tras causar una gran impresión, como queda reflejado en su acta de admisión:
“... ayer, martes, por mandado de Prelado y Cabildo, Diego de Pontac, maestro de capilla de Salamanca, había hecho los actos de oposición en el coro de esta Santa Iglesia, donde asistió el Cabildo y muchas personas eminentes en el arte, que para este efecto fueron convidadas; y todos a una voz han dicho que el dicho Pontac es muy capaz y eminente en este oficio.”
Sin embargo, sus problemas en el templo granadino comenzaron al poco de ocupar el cargo que, por otro lado, aunque bien pagado, gozaba de poco prestigio, pues aquí ni siquiera era racionero -solamente un cantor más que dirigía a los otros cantores-, mientras que en otras catedrales el maestro podía llegar a ser capellán e incluso a canónigo. Esto último pudo determinar en gran medida su deseo de movilidad, que fue impedido por el cabildo en la medida de lo posible.
A los seis días de haber asumido el cargo, Pontac tuvo el primer desencuentro con los cantores de la capilla, a los que el cabildo tuvo que llamar al orden, y recordarles que el maestro tenía derecho a tres partes del reparto que se llevaba a cabo de las cantidades recibidas por acudir a entierros o festividades fuera del templo, como su predecesor Luis de Aranda. Según consta en las actas capitulares de la catedral, los cantores no habrían acudido a un entierro, como era su deber, como protesta por la distribución realizada:
“...el señor chantre refirió como por mandado del Cabildo había dicho a los cantores la obligación de acudir adonde el maestro de capilla iba a fiestas, y que le permitiesen llevar la parte que el maestro Luis de Aranda llevaba, y que de aquí en adelante obedeciesen a su maestro; los cuales parece ser se exasperaron diciendo algunas palabras en orden a no obedecer al Cabildo; y se echa de ver porque habiendo concertado un entierro, los cantores habían dejado ir a al maestro de capilla solo y no habían acudido a él…”
Los responsables del motín recibieron una penalización en la forma de una multa, cuya cantidad se descontó de su salario anual, cuyo importe fue destinado a Pontac para compensarle por las “fiestas que ha dejado de ganar”.
Por otro lado, el deán tuvo que recordar a los cantores y ministriles de la capilla la obligación de obedecer en todo al maestro, bajo pena de multa:
“...hable a los racioneros músicos acudan a cantar cuando hubiere prueba de chanzonetas y otras cosas cuando el maestro de capilla se lo pidiere, so pena de cuatro reales; y que canten de manera en el coro que el maestro no tenga necesidad de enmendarles cada momento; y a los demás cantores y ministriles que no salgan fuera por particulares sin su maestro y acudan a su facistol sin hacer falta; y si la hicieren, con sólo que avise el maestro de capilla al puntador les penen en cuatro reales…”
Solucionado este problema, la capilla estuvo aparentemente tranquila durante unos meses, hasta que, en junio de 1629, Diego de Pontac protagonizó un suceso de extremada gravedad: tras una discusión bastante acalorada con el licenciado y sacerdote Matías del Castillo, le propinó dos bofetadas “a mano abierta”. Convocados con urgencia los canónigos a un cabildo extraordinario, acordaron una primera pena provisional consistente en una multa de cincuenta ducados y la expulsión del templo durante cuatro meses.
Los miembros de la capilla, por su parte, se quejaron de la mala dirección de Pontac y de los problemas que había traído su llegada, y pidieron al Cabildo su despido “para quietud de la capilla”. Intercedió en su favor el cardenal arzobispo, defendiendo que ni todo había sido culpa del maestro, ni los hechos eran tan graves como los pintaba el cabildo. Curiosamente, durante los cuatro meses de suspensión del cargo, al enterarse de que Diego de Pontac pretendía abandonar Granada, el cabildo intentó impedirlo hablando directamente con él. Su marcha no obstante no fue definitiva, sino que obedeció a la necesidad de preparar su litigio con Matías del Castillo, cuya demanda por los bofetones seguía adelante.
En enero del año siguiente retornó con una ejecutoria para poder seguir ejerciendo su cargo de maestro de capilla, pero se encontró con la oposición del cabildo quien “en conciencia tiene obligación de defender la entrada del maestro de capilla en la iglesia”. No obstante, el apoyo del arzobispo consiguió que Pontac volviese a ejercer de maestro de capilla en febrero. Pero, la paz no duró ni hasta final de mes, pues el día 25 el músico volvió a ser acusado de desacato al deán “habiéndose reacio en él sin tener orden para ello”. Con todo, el Cabildo le pagó en enero de 1631 50 ducados para compensarle por lo que no había ingresado “el tiempo que estuvo ausente y preso por el disgusto con Castillo cantor”.
Otro de los motivos de tensión entre el maestro Pontac y el Cabildo fue el tema de la formación a los cantores de la capilla. Un acta de 1634 recuerda la obligación de impartir clases: “que el maestro de capilla haga todos los ejercicios de canto de órgano y el sochantre de canto llano; y si no cumplieren se multen; y los cantores si no asistieren también; y los colegiales asistan, y el rector tenga cuidado que asistan”.
Dos años después el problema seguía existiendo, pues otro acta vuelve a recordar esas obligaciones, que, al parecer, Pontac imcumplía: “tratose de la necesidad que hay en el coro y música, y que el maestro de capilla ni los músicos acuden a dar ni tomar lección al Colegio, que es la parte donde está señalado; y se acordó que el maestro de capilla y el sochantre acudan a dar lección y cada uno a lo que le toca, y los músicos a tomarla, cada día, y no falte ninguno, y al que faltare se le apunte y pene, cada vez en un real”. Poco antes de abandonar el cargo en el templo granadino, se le volvió a llamar la atención: “propúsose que el maestro de capilla, el señor racionero Pontac, no acude a la obligación que tiene de su magisterio de enseñar, como se le está mandado por auto capitular; y se acordó que se le amoneste, y que lo cumpla”.
Por otro lado, Diego de Pontac fue el primer maestro de capilla racionero de la catedral de Granada, una petición que realizó el cabildo al rey Felipe IV en 1638 a través de una carta en la que alaba las sus virtudes, demostrando que, a pesar de las fricciones entre ambos, el músico era muy valorado y considerado:
“ ...siendo el maestro de capilla Diego de Pontac uno de los de mayor nombre y opinión de España, ha tenido y tiene resolución de irse al magisterio de Señor Santiago, de donde le han llamado; con cuya ausencia reconocerá esta Iglesia y las demás de este reino la falta de su ausencia por el natural y excelencia que tiene en enseñar y sacar discípulos y por lo bien que tiene dispuesta la capilla y coro y lo mucho que ha trabajado y trabaja en disponer la música; de suerte que esta Iglesia se halla servida muy a satisfacción de todos”.
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