El auge actual de lo que ha sido
denominado como música antigua, o early music en su versión anglófona, es
un fenómeno que tiene su origen en el último tercio del siglo anterior. Quizá,
más que de fenómeno, deberíamos hablar de movimiento, puesto que no es algo que
surja espontáneamente de la nada, sino que responde a la voluntad y el
compromiso -casi podríamos hablar de militancia-
de no pocos músicos y estudiosos de recuperar con fidelidad y respeto los sones
del pasado menos inmediato.
Y, lo que empezó como una corriente
alternativa y marginal dentro del mundo de la denominada música culta, ha adquirido en esta época una dimensiones casi mainstream. Haciendo un pequeño
ejercicio de búsqueda, he llegado a encontrar más de veinte festivales en
nuestro país, de periodicidad anual, dedicados a este subgénero, lo que implica
que, aunque minoritaria, es una corriente que tiene un público cada vez mayor.
En la dedicación a la música antigua la
casualidad puede jugar su parte, pues no pocos investigadores han llegado a
este campo sin pretenderlo. El propio Jordi Savall ha relatado en numerosas
ocasiones cómo se topó con la viola da gamba al encontrar en una tienda
partituras de música para este instrumento mientras buscaba otras para cello,
que era lo que tocaba inicialmente en su juventud.
También es destacable una vocación casi
arqueológica, necesaria para recuperar y reconstruir, con la mayor aproximación
posible al original, las formas musicales de otros tiempos, que con frecuencia
han llegado hasta nosotros sin la suficiente información para su
interpretación.
En este sentido, Sonia Gonzalo Delgado,
en las notas que acompañan al programa El
origen de la early music de la Fundación
Juan March (enero 2019), destaca que lo que llamamos música antigua no se basa
tanto en la selección de un repertorio medieval, renacentista o barroco, como
en la actitud con la que el intérprete se enfrenta a este, “apelando a la reconstrucción del estilo interpretativo histórico
apropiado”.
En general, tres son los elementos para
poner en marcha un proyecto relacionado con la música antigua: unos intérpretes
especializados, un repertorio olvidado y la voluntad de interpretarlo de la
manera más próxima a la época en la que fue escrito, y, cómo no, el hacerlo en
los instrumentos antiguos para los que fue compuesto.
Tenemos que remontarnos hasta el siglo
XIX para conocer a los pioneros que comenzaron a recuperar los viejos
instrumentos, eclipsados por la modernidad, que sonaron en otros tiempos como
soporte técnico de la ahora denominada música
antigua.
Uno de los primeros nombres con que nos
encontramos en este camino es el del alsaciano Louis Diémer, cuya pasión por
los instrumentos de época le llevó a fundar en 1895 la Société des Instruments
Anciens, el primer conjunto estable de música antigua. No obstante, ya en 1889
había hecho aportaciones importantes al respecto al recuperar para la
Exposición Universal de París el clave construido en 1769 por Pascal Taskin,
además de traer las versiones contemporáneas de dicho instrumento construidas
por los fabricantes de pianos Peyel y Érard (este último construyó hasta tres
claves para la exposición).
La Société des Instruments Anciens
llevaba consigo instrumentos arcaicos como la viola da gamba, la viola de amor
o la zanfona. Estuvo en activo hasta aproximadamente 1900 y logró captar el
interés del público, con una puesta en escena que a menudo incluía vestir de
época -los músicos portando pelucones y zapatos pintorescos-, y una
ambientación arcaica con iluminación de velas.
Los programas seleccionados para las
audiciones son lo que hoy podría denominarse “barroco de fácil escucha”, es
decir, movimientos extraídos de obras más largas y arias sacadas de distintas
cantatas y óperas.
La actividad de Diémer contagió a otros
nostálgicos de los sones del pasado, como fue Henri Casadessus, que en 1901
fundó la Société des Instruments Anciens. En este combo Henri tocaba la viola
de amor, sus hermanos Marcel y Marius la viola da gamba y el pardessus de
viola, y la hermana, Regina, el clave.
Y, finalmente, hay que destacar dentro de
este grupo de pioneros el nombre del francés suizo Arnold Dolmetsch, que abordó
la música antigua desde diversos frentes: como intérprete, como constructor de
instrumentos, como investigador académico y como promotor de eventos.
Dolmetsch aprendió el oficio de lutier en
la fábrica de pianos e instrumentos de teclado de su padre, en Le Mans. En 1883
se trasladó a Londres con su familia, desde Bruselas donde estudió composición
y violín en el Conservatoire Royal, para
posteriormente ingresar en el Royal College of Music y profundizar en el
conocimiento de la música de la era isabelina.
Sus estudios en el Royal College y en el
Museo Británico le llevaron a descubrir las fantasías y danzas para consorts de violas, y le empujaron a
adquirir este tipo de instrumentos -en 1889 consigue su primera viola de amor
en una subasta- y, posteriormente, a construirlos él mismo. Llegó a fabricar
numerosas violas, laúdes e instrumentos de tecla para ser tocados en los
recitales que organizaba.
Sus incursiones en la música escénica
llegan de la mano de la Elizabethan Stage Society, una organización creada por
William Poel para el estudio de las prácticas del teatro clásico inglés y la
representación de las obras de autores como William Shakespeare con fidelidad a
su contexto histórico. La familia de Dolmetsch aportaba la música de la época
en las representaciones interpretaba con los instrumentos antiguos.
Son solo tres de los pioneros gracias a
cuyo trabajo y esfuerzo hoy podemos escuchar con gran fidelidad la música que fue
interpretada en tiempos pasados.
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