viernes, 29 de junio de 2018

La metafísica musical de Enríquez de Valderrábano

Enríquez de Valderrábano es uno de los siete grandes vihuelistas españoles del siglo XVI español. Junto con Narváez, Mudarra, Milán, Fuenllana, Daza y Pisador, constituye la esencia de un género único que floreció en nuestro país mientras que por el resto de Europa se extendía desde Italia la moda del laúd. Y, sin embargo, la estilizada vihuela guarda muchas similitudes con el barrigudo laúd, tanto en la forma de interpretarse mediante punteado y no rasgueado, como porque constituyó un instrumento destinado a gente cultivada y con conocimientos musicales.

Otra similitud entre ambos cordófonos es que dieron lugar a la publicación de numerosos libros de cifra con piezas para ser tocadas. En el caso español, todos los vihuelistas arriba citados publicaron un libro de música para el instrumento, empezando por Diego Pisador, en 1532, hasta los tres volúmenes de El Parnaso de Esteban Daza que ven la luz en 1576.

Valderrábano publica el suyo en 1547 y lo titula Silva de Sirenas. Se trata de uno de los más variados en cuanto a contenido e incluye obras sacras y profanas, escritas para vihuela sola, para dos vihuelas y para canto y vihuela. En total 169 piezas entre adaptaciones de obras existentes y otras originales. Entre estas últimas, nos encontramos un importante abanico de géneros, como son las fugas, los contrapuntos, fantasías, diferencias, sonetos, baxas, pavanas, vacas, Conde Claros, discantes, canciones, proverbios, romances y también los villancicos para vihuela sola y para canto y vihuela.

Como era costumbre en el Renacimiento, el autor comienza el libro con un prólogo o introducción donde explica conceptos filosóficos y espirituales relacionados con la música y su origen, citando a pensadores clásicos, como Pitágoras, Platón, Aristóteles o Boecio. Enríquez de Valderrábano expone su visión metafísica del arte en la dedicatoria al conde de Miranda y en el texto que hace las veces de prólogo.

Comienza hablando de Sócrates y de cómo este asociaba la música al equilibrio entre el intelecto y los sentidos, “las potentias sensitivas e intellectivas”. Menciona también  a Platón, de quien nos dice que la música nos fue dada “para templar y moderar los affectos y passiones del alma”.

Y de ahí nos lleva Valderrábano al origen del título de su libro, pues a su juicio, la música procede de “siete Sirenas que ay en el alma”, que no son otra cosa que virtudes que a través de la concordia y la armonía despiertan el espíritu permitiéndole conocer “las cosas divinas y humanas”.

Así como el ser humano es la criatura más perfecta de la creación, nos dice Enríquez de Valderrábano que la vihuela es el más perfecto instrumento de cuerda o en sus palabras, “la más perfecta consonancia de cuerdas”.



En el prólogo que sigue a la dedicatoria a don Francisco de Zúñiga, el compositor relata cómo la vihuela le conquistó en su juventud de niño (“me arrebató los sentidos y me traxo en pos de sí”) y cómo trabajó durante muchos años por aprender a dominar el instrumento, siendo el resultado de dicho esfuerzo el libro para cifra que presenta.

Algo más adelante hace referencia a las esferas celestes. Antiguamente se creía que la Tierra era el centro de varias esferas de distintos tamaños en las que estaban incrustados los planetas y las estrellas. El movimiento de estas esferas decía Pitágoras que generaba un sonido armónico, la música de las esferas, y relata Valderrábano que los sabios de la antigüedad inventaron la vihuela para imitar ese sonido tan dulce.

La música se remonta a la misma creación, pues dice el autor que Dios la utilizó para dotar de “armonía y concierto” a la Tierra y a los demás elementos a su alrededor (el sol, los planetas y las estrellas). También con música se gobierna la esfera humana, pues esta rige los cuatro elementos aristotélicos -aire, fuego, agua y tierra- que determinan el ánimo del hombre. La música nos ayuda a estar en contacto con Dios, dado que “por la música, pues, conoscemos a Dios, con Música de choros le honrramos y sanctificamos, ca con ella quiere Dios ser alabado y glorificado”.

Gracias a la música aumenta la devoción de los fieles. Al ser utilizada en el culto religioso, tiene efectos positivos sobre la caridad, la piedad y la contemplación de los creyentes: “ca con la música se enciende el spíritu, y se levantan los ánimos en alabança y conoscimiento de su criador”. El vihuelista vuelve a citar a Platón en la defensa de las virtudes de la música para la personalidad humana ya que hace “a los hombres apuestos, concertados, mansos, tratables, limpios, humanos, humildes, osados, animosos, de buena condición y conversatión, y finalmente engendra otras muchas y grandes virtudes en sus amadores, de do nacen las buenas y loables costunbres”.

Después de describir las costumbres musicales de la antigüedad, mencionando a no pocos filósofos y escritores y relatando anécdotas curiosas (“de Sócrates refiere Cicerón, que en la postrera hedad deprendió a tañer vihuela”), Enríquez de Valderrábano finaliza este prólogo a Silva de Sirenas con una exaltada defensa de la vihuela, a la que sitúa por encima de cualquier otro instrumento. De ella emana la música más perfecta, suave y dulce y la que más conmueve al oyente, resultando imposible expresar con palabras toda la gloria que merece:

“Muchas cosas podría traer en loor de la música y de la vihuela, pero déxolo, porque todo lo que se puede dezir y está dicho della no yguala al loor y gloria que merece, aunque nadie la vitupere.”

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