El Renacimiento inglés trajo consigo un género de música popular conocido como British Broadside Ballad, una forma impresa de distribuir canciones en hojas de papel como panfletos, cuyo origen estaba en las baladas transmitidas oralmente. Su época de apogeo tiene lugar desde el comienzo del reinado de Isabel I en 1558 hasta finales del siglo XVII.
El término ballad procede de la forma balade en inglés antiguo y define una canción o forma poética de carácter musical que posee un fuerte elemento narrativo. Con la llegada de la imprenta aparecen en los entornos urbanos británicos, especialmente en Londres, los broadsides, unos folletos de una hoja impresos por una cara que constituyen el antepasado directo del periódico, cuyo nacimiento en las islas está datado hacia 1620. El contenido de estos volantes era diverso: desde avisos y anuncios a textos religiosos o letras de canciones, como es el caso que nos ocupa. En concreto, los broadsides podían contar cotilleos, escándalos o biografías de criminales, o presentar poemas satíricos, lamentaciones, milagros sagrados, nacimientos monstruosos y casos de brujería, despertando el sentimiento morboso popular. El tamaño de los textos oscilaba entre las 80 y 120 líneas por regla general.
Las broadside ballads eran distribuidas en lugares públicos como los atrios de las iglesias, las ferias o las tabernas y las posadas, así como en puntos representativos de Londres como Westminster Hall o la catedral de San Pablo. Eran repartidas por una suerte de vendedores ambulantes, los ballad-singers o ballad mongers, que según Natascha Würzbach (Motif Index of the Child Corpus: The English and Scottish Popular Ballad, 1995) eran una suerte de actores juglares: “posa como un bufón, reportero de eventos sensacionales y narrador de historias sentimentales, y puede adoptar roles o papeles ficticios”. Procedían de las clases bajas y a menudo pertenecían al hampa de los bajos fondos, puesto que entre ellos había convictos evadidos y estafadores. Los vendedores de broadside ballads llegaron a convertirse en una figura folclórica recurrente en la literatura antigua inglesa.
Las baladas callejeras eran en la época la forma más accesible y barata de literatura, aunque también las de peor reputación. De hecho sus críticos destacaban la inmoralidad y obscenidad de los textos frente a la pureza y rectitud de la literatura “decente”. A pesar de la mala fama de que gozaba el género, numerosos escritores renombrados compusieron baladas y los grandes dramaturgos del momento, como William Shakespeare, Christopher Marlowe o Ben Jonson, las incluyeron en sus obras para solaz del público. Jonson retrata a un vendedor de baladas carterista en Bartholomew Fair (1614); el personaje shakesperiano Autolycus de The Winter´s Tale (1609) aparece representando baladas ante el público, y parece ser que la obra de Marlowe The Tragical History of Doctor Faustus (1604) basa su argumento en la balada popular The Judgment of God Shewed Upon One John Faustus.
Con frecuencia las broadside ballads eran incluidas por Shakespeare en sus obras como chiste o guiño al espectador de su momento, dado que eran lo suficientemente populares y conocidas por todos.
En lo referente a cómo sonaban estas baladas, no demasiadas incluían la música en las hojas o panfletos antes del texto. Los vendedores jugaban con una gran número de melodías que se sabían de memoria y que iban adaptando a las distintas canciones que ofrecían. A lo largo de los años las melodías más conocidas iban pasando de unas broadside ballads a otras intentando evocar la complicidad del auditorio. Resulta paradójico que parte de la música de estas chabacanas baladas populares ha sobrevivido hasta nosotros gracias a las versiones instrumentales que hicieron de ellas los músicos más serios y respetados de finales del Renacimiento, como John Bull, Orlando Gibbons, William Byrd o Thomas Morley. El experto K. F. Booker (Folksong in English Instrumental Music, 1971) subraya que la música instrumental “más que frecuentemente estaba basada en la canción folclórica, la tonadilla popular, la canción, la danza folclórica, la danza popular o la danza cortesana”.
De esta forma, la Inglaterra del siglo XVII conoce la dignificación de la balada callejera, de la broadside ballad, y su asimilación por la buena sociedad, una élite que valora como una virtud el conocimiento y la práctica de la técnica musical, situación que da lugar a la proliferación de tratados para tocar instrumentos y de repertorios de partituras. De los más conocidos eran los métodos de John Playford que incluían baladas y música popular en general como la base principal del repertorio de temas instrumentales. Los libros más famosos de Playford fueron The Musicall Banquet (1651), Apollo’s Banquet (1651), Musick’s Delight on the Cithren (1666) y Musick’s Handmaid for keyboard instruments (1678). Todos ellos contenían numerosas melodías de baladas callejeras entre sus partituras.
Los miembros de las clases pudientes aprendían música como una forma de ocupar su ocio y de destacar socialmente. Con frecuencia encargaban recopilaciones de temas musicales, a veces incluyendo la obra de un solo compositor y a veces de varios, en las que aparecían numerosas broadside ballads debidamente instrumentadas. De esta forma, entre las publicaciones de este tipo que han llegado hasta nosotros se incluyen títulos como My Ladye Nevels Booke, con obras para tecla de William Byrd, o el Fitzwilliam Virginal Book integrado por composiciones firmadas por William Byrd, John Bull, Peter Philips, William Inglott, John Munday, Edward Johnson y Martin Peerson. También existen recopilaciones domésticas de temas para laúd con arreglos sobre baladas de músicos tan renombrados como John Dowland.
En este caso y como sucede con frecuencia en la historia de la música, las formas musicales más populares y callejeras acaban alcanzando la cumbre de la gran música siendo adoptadas por los grandes compositores del momento y apreciadas por la crítica erudita.
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