domingo, 24 de mayo de 2015

No disparéis al pianista

Tengo la impresión, por algún comentario recibido, de que hay quien piensa que estos artículos, posts o escritos que publico sobre música antigua carecen de originalidad al ser resúmenes de ideas de otros trabajos profesionales, lo que se conoce vulgarmente como refritos.

No niego mi relación con el aceitazo. Efectivamente, mi método se basa en identificar una serie de razonamientos que me llaman la atención o que adquieren un significado especial para mí y realizar un resumen en unas 800 o 1.000 palabras sobre ellos, un tamaño de formato de texto que considero adecuado para la lectura en una pantalla digital. Ya está.

Generalmente, por norma y salvo descuidos, me aseguro de citar, o bien el autor o bien la fuente de la que nacen mis escritos, aunque intentando no recargar el texto de referencias al modo académico, puesto que el público al que creo que me dirijo no es el profesional, sino aquella gente con sensibilidad musical ajena por desconocimiento a la mayoría de los aspectos que configuran este universo temático, cronológicamente acotado, que llamamos la música antigua.

Lo contrario, es decir, hacer pasar por propias las ideas de otro, creo que se llama plagio, pero entiendo que es un pecado (pues lo concibo más como una falta moral que legal) que evito sin problemas. Aunque, insisto, puede que sin quererlo haya alguna vez omitido alguna fuente original.

Por desgracia, los que nos dedicamos a tareas quijotescas e imposibles, como puede ser el que el público en general conozca la música antigua y a todos los maravillosos intérpretes que están haciendo cosas increíbles con melodías de hace 300, 400 y 500 años. somos inseguros y vulnerables. Demasiado incluso. Un pequeño comentario, a lo mejor sin intención de hacer daño, nos produce muchas dudas y desasosiego.

Me remito a este magnífico texto que publico, ya hace algunos años, uno de mis compañeros en Musica Antigua.com, que llevaba el ilustrativo y escatológico título  Música antigua… a la mierda. En él, Carlos V se planteaba si tenía sentido seguir con este tipo de publicaciones dada la respuesta del público interesado (un poco como Ray Davies en la genial canción de The Kinks Rock and Roll Fantasy).

Yo tengo mi propia espina clavada con un comentario negativo que recibió un post mío allá por 2012 y que me hizo (y todavía lo sigue haciendo) plantearme dejarlo todo. Nunca supe qué le había molestado al autor del mismo, si lo mal que decía que estaba escrito el texto (“tan pobre, lleno de errores de contenido y hasta de ortografía, sin rigor musical ni académico”) o si había yo dicho algo en concreto que le había fastidiado. El caso es que me lanzó la siguiente recomendación:
“Lamentablemente en España va siendo habitual que los “melómanos” hablen con ligereza de aquello que parece que les gusta pero desconocen. Sería mejor que siguieran dedicándose a escuchar y disfrutar de la música sin incurrir en el intrusismo. Muy triste.”
Desgraciadamente, para escuchar y disfrutar de la música “sin incurrir en el intrusismo” primero hay que conocerla, que acercarla a la gente, y muchas veces eso no está en manos de los expertos. Al igual que ocurre con la ciencia, la labor del divulgador resulta valiosa. ¿Alguien duda de la efectividad de la obra de Carl Sagan y Asimov en la difusión de la astrofísica, o de Jostein Gaader y de Luciano De Crescenzo en el campo de la filosofía? Probablemente simplificaron en exceso las ideas originales, pero fueron éxito de ventas, o lo que es lo mismo, llevaron disciplinas muy complejas al público mainstream.

La música es mucho más emocional y maravillosa que las teorías sobre el Cosmos. Debería ser mucho más fácil contagiar la pasión por ella a la mayor parte de gente posible ¿Seguro que los intérpretes de música antigua y las discográficas que les graban prefieren dirigirse a una selecta minoría?

No dejéis que, como los niños que llevan un globo de gas cogido, abramos la mano y dejemos que la ilusión se pierda en el cielo urbano (y perdón por la metáfora cutre y cursilona).

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