Me he topado con un artículo francamente interesante que reflexiona sobre cómo determinar qué música de otras épocas es buena y cuál no lo es. Se trata de The good, the bad and the boring de Daniel Leech-Wilson, especialista en música francesa del siglo XIV del King´s College de Londres.
El tema puede parecerle una perogrullada a todo aquel que pone los ojos en blanco de placer al escuchar un canto gregoriano de los monjes de Silos, pero no es tal. El autor subraya que pocos críticos se aventuran a juzgar la calidad de piezas antiguas, en parte por el riesgo de caer en contradicciones con los juicios de otros musicólogos (es menos arriesgado destacar las piezas buenas que las malas), en parte porque las composiciones del pasado adquieren un valor como documentos de una época más allá de su valía musical, y finalmente, en el caso de la música medieval, porque cuesta muchísimo entender la base técnica como para poder emitir un juicio válido sobre su calidad.
Pero el crítico musical tiene que mojarse, su deber hacia la sociedad es indicarle al oyente qué es lo mejor para escuchar: “separar lo bueno de lo malo y de lo indiferente”.
Si asociamos de forma estricta una determinada música al periodo histórico en el que fue compuesta, a lo mejor llegamos a la conclusión de que solamente aquellos que vivieron la época pueden emitir una opinión sobre su calidad. Leech-Wilson nos avisa sobre el peligro moral de juzgar las manifestaciones culturales de otros pueblos o épocas. Según este principio, la música no tendría valor más allá de la época en la fue creada, algo con lo que la mayoría de lo melómanos no estará de acuerdo.
Otro criterio que considera el autor del artículo es el de los testimonios contemporáneos de la época sobre la música del pasado que han sobrevivido hasta nosotros: “cómo concebiría el siglo veinticinco la ópera del Romanticismo si la única opinión contemporánea fuese la de Nietzsche, cuando dijo que “Carmen” era la mejor ópera existente”. En este sentido, las afirmaciones de cada época deben ser validadas por el estudio musicológico y no deben ser aceptadas sin más.
Centrándose en su especialidad en el medievo, Daniel Leech-Wilson se cuestiona la opinión de algunos críticos que han llegado a afirmar que la composición en dicha época es más artesanía que arte, es decir, la aplicación de una serie de reglas antes que la creación de belleza. Pero esta idea no tiene mucho sentido si pensamos que un compositor siempre buscará escribir aquello que le suena bien, buscando una perfección estética dentro de sus limitaciones técnicas.
Tras numerosos ejemplos y comparaciones, surge la pregunta que vertebra el artículo, ¿qué es entonces lo bueno? La respuesta está más cerca de la lógica que de la teoría musical:
“Una buena pieza es aquella que engancha la mente del oyente hasta que termina, aquella que es fundamentalmente consistente en sí misma aunque mantiene un interés impredecible en los detalles”.
Todos conocemos melodías antiguas que nos atrapan, ¿realmente es tan importante saber por qué lo hacen?
No, no es importante el porqué, sino que esté ocurriendo...
ResponderEliminarGran artículo!