La fuga del talento de nuestro país no es algo asociado a la crisis actual ni a la torpeza y cortedad de miras de los gestores públicos y privados que rigen nuestros destinos. El no saber apreciar la grandeza creativa y profesional de nuestros compatriotas es un rasgo asociado a la tradición española, como la siesta, el tintorro, o si me apuráis, el ansia de ganar dinero sin trabajar a base de favores, prebendas y chanchullos. El caso del catalán Fernando Sor es representativo en este sentido: uno de los músicos más brillantes y apreciados internacionalmente que se vio obligado a vivir gran parte de su vida fuera de España por razones políticas. Digamos por la tradicional cortedad de mente de este pueblo miserable que transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras, que decía Don Ramón María del Valle-Inclán.
Fernando Sor se movió entre el final del clasicismo y el naciente romanticismo, aunque se mantiene más aferrado al primero. A pesar de su fama como compositor de piezas para guitarra, su obra es variada y diversa e incluye óperas, melodramas, canciones, cantatas, motetes y sinfonías. Supo atender a la demanda musical en cada momento y en cada lugar, lo que le llevó entre otras cosas a componer ballets, puesto que en el Londres de principios del siglo XIX, uno de sus destinos en el exilio, este género era más apreciado que la ópera.
Pero vayamos por partes. Sor nació en 1778 en Barcelona y recibió formación musical en la escolanía de Montserrat, estudiando posteriormente ingeniería militar, lo que nos ofrece una pista importante sobre su preparación académica y capacidad intelectual. En el monasterio el joven Fernando aprende canto, órgano y violín con el padre Anselm Viola como maestro en técnica musical. Su inclinación hacia la ciencia, plasmada a través de sus estudios en la Real Academia Militar de Matemáticas de Barcelona, quizá influyeron en el plano musical en su inclinación hacia la universalidad y corrección formal del clasicismo, en vez de escorarse hacia el intimismo y la subjetividad más propios del romanticismo incipiente.
Su primera ópera la estrena a los diecinueve años en Barcelona, Il Telemaco nell’isola di Calipso, y en los años previos a la Guerra de la Independencia compone todo tipo de música escénica, además de otras piezas de variada índole, como sonatas para guitarra o motetes, realizando en este último caso incursiones en la música sacra (Motete al Santísimo Sacramento).
A pesar de que tras el levantamiento del pueblo español contra el ejército de Napoleón, iniciado en 1808, Sor compone numerosas obras de corte patriótico y libertario, tras la restauración de Fernando VII en el trono se le tacha de “afrancesado”, o colaboracionista con el gobierno de José I, y en 1813 se ve obligado a exiliarse a Francia. Será el comienzo de una aventura personal y profesional que le llevará a triunfar en distintas capitales europeas. El mismo pueblo embrutecido que obligó Fernando Sor a dejar su patria fue el mismo que recibió con los brazos abiertos al más nefasto y déspota de los Borbones, Fernando VII, al grito de “vivan las cadenas”.
De París pasó a Londres en 1818, ciudad en la que residió cuatro años y en la que cosechó muchos de los mayores éxitos de su carrera. Lo maravilloso de Fernando Sor es que era capaz de ofrecer a la gente lo que ésta quería; lejos del perfil de genio incomprendido, creaba piezas que el público apreciaba, y en cualquier caso sabía generar una demanda para sus composiciones.
El caso es que en Inglaterra Sor se convierte en una estrella de la música, por utilizar un término actual, y demuestra un talento inigualable para venderse profesionalmente. Compone e interpreta canciones para guitarra además de impartir clases de canto a las familias acomodadas londinenses. Sin embargo, su verdadero acierto, lo que le ganó el reconocimiento del público, fue la composición de Arietas, dúos y tríos en italiano con acompañamiento de piano. Sus Arietas se publicaron, además de en la capital británica, en Leipzig y en París, extendiendo su fama como músico por el continente, y cada nueva entrega era recibida con verdadera expectación.
Además, su polifacética personalidad como compositor le llevó a componer ballets, como es el caso de Cendrillon (1822) que fue coreografiado por M. Albert (François Decombe) y que se mantuvo en escena entre 1823 y 1830, exhibiéndose también en Bruselas, Moscú y Burdeos.
Más adelante Fernando Sor viaja a Rusia donde interpreta música ante la madre y la esposa del zar Alejandro y sus obras se estrenan en el Teatro Bolshoi. A la muerte del zar, una obra suya es seleccionada para las exequias, la Marche funèbre à la mort de S.M. l’Empereur Aléxandre, composée pour la musique militaire et executée aux Funérailles (1826) para instrumentos de viento y publicada en reducción para piano. Sor era sin duda una gran estrella internacional.
Volvió a París en donde residió hasta su muerte en 1839, aunque su deseo hubiera sido poder regresar a España, su país, para lo que dedicó obras al monarca Fernando VII y posteriormente a la regente María Cristina. Pero nunca fue llamado a palacio. En una ocasión Fernando Sor expresó su amargura en este sentido, repasando de los reconocimien¬tos que había recibido de monarcas extranjeros y lamentando no haber tenido “el honor de obtener la misma aceptación del [monarca] de la nación a la que pertenezco”. En fin, qué se puede esperar de este país de pícaros y panderetas.
¿Me podrías pasar la fuente documental, por favor? Me sería de mucha utilidad, gracias.
ResponderEliminarHola Celso:
ResponderEliminarSe trata de Semblanzas de compositores españoles de la Fundación Juan March:
http://www.march.es/musica/publicaciones/semblanzas/