Resulta irritante el poco peso y consideración que tradicionalmente ha recibido la música antigua española en las crónicas internacionales. Es algo que da a entender implícitamente que no existieron compositores destacables en nuestro país entre el siglo XV y el XVII dignos de aparecer en los anales junto con sus equivalentes italianos, franceses, ingleses o alemanes. Sin embargo, en otros terrenos como la literatura, pintura, escultura o arquitectura, la España del Siglo de Oro ocupa un lugar preeminente dentro del la historia del arte universal. ¿Si Cervantes y Calderón de la Barca son universales, por qué Luis de Milán o Juan del Enzina no?
Por poner dos ejemplos, la obra divulgativa “Historia de la música en el tiempo” de William Mann no menciona a músicos españoles hasta el capítulo 12, relativo al nacionalismo: la tradición española de Felipe Pedrell y sus discípulos. Por su parte, la afamada compilación “Historia de la música” de Stanley Sadie solamente menciona (y en un par de párrafos) a Tomás Luis de la Victoria como ejemplo de la música patria. ¿Dónde quedan Cabezón, Narváez, Mudarra, Sanz, Valderrábano y tantos otros?
El espíritu nacionalista que orientó en gran medida el romanticismo decimonónico estableció un primer principio de reivindicación de la tradición musical española. Este impulso es recuperado a principios del siglo XX por los regeneracionistas, que como Rafael Mitjana, que postulan una especie de “genialidad creativa de la raza”, manifestada desde los inicios de la historia de España.
Una de las principales críticas de los regeneracionistas era la “tiranía de la música italiana” sobre la nuestra. Se referían, claro está, al auge de este género en la Europa del XIX y principios del XX. Pero a lo mejor los críticos desprecian la música española por considerarla un espejo de poco valor de las formas italianas, dado que efectivamente experimenta una gran influencia de dicha nación (que entonces, en el siglo XVI y XVII, no era tal). Ante esa postura, convendría recordar que también la poesía española del Siglo de Oro, así como otros géneros literarios, se benefició de los aires italianizantes. Baste recordar la cantidad de estructuras métricas de éxito en nuestro país que importamos de la península itálica: el soneto, la lira, la octava real… Otro tanto sucedió en Inglaterra en la época dorada del soneto isabelino a finales del siglo XVI: un metro importado que gozó de la máxima popularidad.
En este sentido, la labor que han realizado musicólogos como Jordi Savall o Eduardo Paniagua, entre muchos otros, desde la década de los años setenta, por dar a conocer las melodías y los músicos de la Edad Media y el Renacimiento español es inconmensurable. Toda una generación que abrió las puertas de la antigua sensibilidad musical ibérica al gran público a través de ediciones de discos y recitales, y que ha conseguido finalmente, a través de las décadas, un reconocimiento internacional más que merecido. En una reciente entrevista, se tachaba a Jordi Savall de “arqueólogo musical”, pero éste rechazaba semejante etiqueta, dado que los arqueólogos se dedican a descubrir ruinas, mientras que él se dedica a reconstruir antiguos sonidos. Se considera a sí mismo un investigador que retorna a la vida la música antigua.
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