Durante el siglo XVI el laúd fue el cordófono elegante por excelencia en Europa y en España su equivalente, la vihuela. Se trata de instrumentos cuya técnica de interpretación, bastante compleja, se basaba en el punteo, mientras que la guitarra de entonces se tocaba rasgueando acordes y resultaba un instrumento mucho más fácil, cuya ejecución estaba al alcance de todas las clases sociales dado que no requería de conocimientos musicales avanzados.
Mientras la música para laúd se escribía en tablatura, la de guitarra se plasmaba generalmente en alfabeto, un sistema de notación específico para el rasgueado de acordes. Hacia 1630 comienzan a aparecer tablaturas mixtas para la guitarra barroca de punteado y rasgueado a la vez, que cada vez se van pareciendo más a las de laúd, alcanzando su perfección con las de Ludovico Roncalli (1692) y Francisco Guerau (1694).
Lo cierto es que la guitarra fue adquiriendo popularidad y sustituyendo al laúd en protagonismo desde finales del siglo XVI principalmente porque su interpretación se extiende entre las clases elevadas, cuando anteriormente había sido el instrumento del pueblo llano y se asociaba con desprecio a la gente de baja condición. La razón es que es mucho más fácil de tocar y no requiere de una formación musical, a diferencia del laúd, por lo que puede ser interpretada por cualquier iletrado. El teatro también contribuye a darle notoriedad a la guitarra puesto que se convierte un elemento común que aparece en las obras.
Muy pronto comienzan a oírse voces que deploran la afición de la nobleza por la guitarra y el auge que esta cobra, tanto en España, como en Francia, Italia e Inglaterra. La técnica del rasgueado era sencilla y por ello adecuada para el populacho, no para el músico cultivado que podía mostrar su destreza de forma elegante y refinada con el laúd y su técnica basada en punteo.
Ya en 1556 aparece una queja al respecto en el tratado anónimo francés La manière de bien & justement entoucher les lucs & guiternes, cuando su autor afirma:
“En mis años jóvenes solíamos tocar el laúd más que la guitarra, pero desde hace doce o quince años todo el mundo ha estado tocando la guitarra y el laúd ha sido casi olvidado en favor de Dios sabe qué tipo de música en la guitarra, que es mucho más fácil que la del laúd”.
Efectivamente, al comparar ambas notaciones, la del laúd, contrapuntística y plena de ornamentación, hace parecer realmente pobres los símbolos de los acordes rasgueados de la guitarra.
En una línea parecida, el italiano Scipione Cerreto comentaba en 1608 en su obra Dell’arbore musicale:
“También hay intérpretes de la guitarra española del mismo tipo [como los que tocan el arpa de dos órdenes y el laúd] - que no soportan que [la guitarra] ha sido utilizada por gente de clase baja y escasa valía, sin mencionar por payasos que la han usado en banquetes - pero el que haya sido posteriormente utilizada por caballeros y por otra gente importante ha venido por lo fácil de tocar que es el instrumento”.
En España, Sebastián Covarrubias en el libro Tesoro de la lengua castellana o española de 1611 se lamenta que:
“Desde la invención de la guitarra muy pocos se han dedicado al estudio de la vihuela. Ha sido una gran pérdida, porque en ella se ponía todo género de música punteada, y ahora la guitarra no es más que un cencerro, tan fácil de tañer, especialmente en lo rasgueado, que no ay moço de cavallos que no sea músico de guitarra”.
Volviendo a Francia, en su Traité des instruments de musique de 1630 Pierre Trichet defiende abiertamente la superioridad del laúd sobre la guitarra:
“Porque, ¿quién no comprende que el laúd es lo apropiado para los franceses y el más delicioso de todos los instrumentos musicales? Todavía hay algunos en nuestra nación que lo dejan todo para estudiar guitarra. ¿No es esto porque es mucho más fácil perfeccionarse en ello que en tocar el laúd, que requiere un largo y arduo estudio antes de que uno pueda adquirir la necesaria habilidad y disposición? ¿O será porque tiene un cierto algo femenino y grato a las mujeres, que seduce su corazón y las hace inclinarse hacia la voluptuosidad”.
Finalmente, un curioso ejemplo inglés de lo mismo. Sir Digby Kenelm publicó en 1669 el libro Of Bodies and Of Man’s Soul en el que compara la inteligencia del hombre con la de los animales. En el capítulo Of the Baboon that played on a Guittar escribe:
“Al babuino, como hemos dicho, se le pueden enseñar algunas lecciones hechas a propósito con muy pocas paradas y sobre un instrumento en el que todas las cuerdas puedan tocarse de un solo golpe...de forma que mucho trabajo y tiempo pueden generar un hábito en él...en la primera enseñanza de una lección con un laúd empleamos la razón y discurrimos sobre él; pero, aunque la aprendemos casi perfecta, nuestros dedos (guiados por el vuelo de una fantasía) fracasan en el intento de tocarlo tan bien de no haber realizado dicha reflexión. Y no es comparable la dificultad entre una guitarra y un laúd”.
La guitarra también tuvo sus defensores en la época. Luis de Briceño, que introdujo la técnica de tocar la guitarra española en Francia, escribió en la dedicatoria a Madame de Chales de su libro Metodo mui facilissimo para Aprender a tañer la guitarra a lo español:
“Muchos, ay señora mía, se burlan de la guitarra y de su son pero si bien consideran hallarán que la guitarra es un instrumento el más favorable para nuestros tiempos que jamás se vio porque el día de hoy se busca el ahorro de la bolsa y de la pena. La guitarra es un verdadero teatro de este ahorro. Además de esto es acomodada y propia para cantar, tañer, danzar, saltar y correr, bailar y zapatear.”
Y añade ventajas de este cordófono frente al laúd, en concreto, su robustez:
“...no la ofenden ninguna de las incomodidades que el delicado laúd teme. No hay humo, ni calor, ni frío, ni humedad que la incomode. Es como la rosa, siempre viva […] lleva gran ventaja al laúd porque para hallarle bueno son necesarias muchas cosas. Ser bueno, ser bien tañido, bien encordado y bien escuchado con silencio. Pero la guitarra, señora mía, sea bien tañida o mal tañida, bien encordada o mal encordada, se hace estimar, oír y escuchar”.
Otro defensor convencido de la guitarra española fue Benedetto Sanseverino y de la técnica del rasgueado, en concreto, en su obra Il primo libro d'intavolatura per la chitarra alla spagnuola que fue publicada en Milán en 1622:
“Finalmente, me parece que uno debería tocar la guitarra española con golpes completos, y no de otra forma, porque el tocar con disminuciones, ligados o disonancias es más adecuado para tocar el laúd que la guitarra, y al suavizar un instrumento como este no solamente uno acaba con su estilo propio y arcaico, sino que también desaparece la armonía”.
El francés Antoine Le Carré salió en defensa del instrumento en su Livre de Guitarre de 1671 que contenía danzas escritas con una notación parecida a la del laúd. Afirmaba lo siguiente:
“Es un error pensar que no se pueden tocar todo tipo de música a la guitarra, porque mi propia experiencia me ha enseñado que no hay nada que no pueda ser tocado en ella”.
Francesco Corbetta fue uno de los músicos responsables de popularizar la guitarra en la Inglaterra de la Restauración. Su libro de 1671 Le guitarre royalle estaba dedicado al monarca Carlos II y en él subrayaba que su talento estaba dedicado en exclusiva a la guitarra y que nunca había cultivado el laúd. De hecho llega a enfadarse con gente a la que tacha de “envidiosa” porque comparan su música con el repertorio del laúd y afirma:
“El mundo sabe que jamás he practicado dicho instrumento [el laúd] del que no sé ni un acorde”.
No todos los británicos de la época compartían la militancia guitarrista de Corbetta. En 1683 Edward Chamberlayne escribe una defensa de la técnica del punteado en su libro The Present State of England aunque alaba la influencia musical del italiano y otros:
“Pero la bella y fácil guitarra, cuya interpretación se aprende pronto, por lo menos en su forma de “cepillado” [rasgueado] ha sobrepasado en la actualidad al más noble laúd. Aunque no se puede negar que, siempre después en importancia que la técnica del “pellizcado” [punteado], hay algunos buenos trabajos con la guitarra por gente como Sir Francesco Corbetta, Mr. Janvier, Signor Pedro, el antes mencionado Mr. Wootton y otros parecidos”.
Acabamos esta guerra civil entre partidarios del punteado y del rasgueado recordando las palabras de uno de los más grandes autores de la guitarra, Gaspar Sanz. En su obra Instrucción de música sobre la guitarra española, el aragonés zanja la cuestión sobre el instrumento:
“ni es perfecta , ni imperfecta sino como tú la hizieres pues la falta o perfección está en quien la tañe y no en ella, pueso yo he visto en una cuerda sola y sin trastes hazer muchas habilidades, que en otros eran menester los registros de un órgano, por lo cual cada uno ha de hazer a la guitarra buena, o mala, pues es como una dama, en quien no cabe el melindre de mírame y no me toques.”
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