La historia está inundada de talentos, ya sean intérpretes o compositores, que fueron persiguiendo a la música, con mayores o menores obstáculos, para conseguir destacar en ese arte. El caso de Heinrich Schütz es el contrario: leyendo su biografía se nos antoja que la música le fue persiguiendo a él para convertirle en uno de los mayores compositores del siglo XVII (con el permiso de Claudio Monteverdi). Algunos se refieren a él como el más grande compositor alemán anterior a Bach, que no es un título baladí. Y además fue un alemán enamorado del madrigal italiano.
Lo de que la música le buscó no es una exageración; se podría decir que le pusieron el aprendizaje musical en bandeja a su más tierna edad, abriéndole las puertas al desempeño profesional. El joven Heinrich contaba con doce años hacia 1597 cuando pasó por Köstritz, su ciudad natal, Mauricio de Hesse-Kassel (en alemán, Moritz von Hessen-Kassel), Landgrave de Hesse-Kassel, y por pura casualidad, le escuchó cantar. Inmediatamente el príncipe le ofreció un puesto en el coro de la capilla de Kassel.
La corte de Mauricio de Hesse-Kassel era de las más cultas y refinadas de toda Alemania. El propio príncipe hablaba varios idiomas y era un apasionado de las artes y de las ciencias. Qué mejor lugar para cimentar la educación de un joven como Heinrich Schütz. Pero la música aún le guardaba nuevas dádivas…
Al perder Heinrich su bello tono agudo de voz con el paso a la pubertad, lejos de devolverle a su casa, su protector le sufragó los estudios en el Collegium Mauritianum. Posteriormente inició estudios de jurisprudencia en Marburgo, para gran alivio de sus padres que por fin veían que dejaba esa tontería de la música y estudiaba algo “de provecho”.
Sin embargo, Mauricio y la música, o la música y Mauricio, se volvieron a cruzar en su camino en la forma de una oferta del generoso príncipe para estudiar composición musical en Venecia, con todos los gastos pagados, con el más famoso organista de la época, el venerable Giovanni Gabrielli. Podemos entender que en este momento acabó su interés por la jurisprudencia para siempre.
Heinrich Schütz llegó a Venecia con 24 años y pronto se convirtió en el discípulo preferido de Gabrielli, aunque quede mal decirlo. Su estancia, en principio prevista para dos años, se alargó hasta cuatro, y solamente regresó a Alemania varios meses después de la muerte de su maestro, a principios de 1613.
Podemos suponer que el Schütz que retornó de Italia ya era un hombre mucho más completo y experimentado, y especialmente, un músico consumado. Ocupó brevemente la plaza de organista de Kassel y al poco tiempo, hacia 1615, se trasladó a Dresde para ejercer como compositor de la corte del Elector de Sajonia. Su carrera había despegado para no volver a aterrizar.
Fruto de aquel espíritu latino que le poseyó en Venecia, y que pensamos que le persiguió hasta las tierras germánicas, fue la publicación en 1611 de un libro de madrigales italianos, su Opus primum. Dieciocho piezas compuestas para cinco partes vocales más una adicional para doble coro dedicada a Mauricio de Hesse-Kassel, que coincide que además pagaba la publicación (es de bien nacidos ser agradecidos).
A pesar de que el título completo es Libro primo de Madrigali, no hay constancia de que escribiese un segundo. Schütz utilizó para sus madrigales textos de Giovanni Battista Guarini y de Giambattista Marino, cuyos poemas habían sido musicados numerosas veces. El primero le ofrece la oportunidad de expresar el dolor del amor y la pasión no correspondida a través de su música, a la manera del Libro Quinto de Monteverdi; por el contrario, la obra de Marino es un contrapunto humorístico fresco y desenfadado.
Podría haber conseguido lo mismo escribiendo madrigales alemanes (el género estaba de moda en toda Europa) quizá, pero aparte de aprender a escribir música polifónica, el madrigal italiano enseñó a Schütz a combinar la forma y el contenido de un texto poético con el acompañamiento musical adecuado, y el poder rastrear el tono y las connotaciones de las palabras en términos musicales, evitando que la composición se quiebre en fragmentos inconexos.
Su pasión por la música italiana le llevó de vuelta a Venecia en 1628 donde tuvo la oportunidad de estudiar con el grandísimo Claudio Monteverdi. Heinrich Schütz fue a todas luces un músico alemán privilegiado.
Gracias, me ha animado a escucharlos; las maravillas de Schütz, creo, vienen después de su juventud. Pero estos madrigales ya van dando pistas. Enhorabuena por el blog
ResponderEliminarMuchas gracias!!!
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