viernes, 19 de abril de 2013

El clavicémbalo: la sutil diferencia entre punzar y aporrear

En su día (y ya hace bastante) hablamos aquí sobre la música de clavecín francesa del siglo XVIII y en el anterior post del blog, que hablaba de Françoise Couperin, ha vuelto ha surgir de pasada este instrumento que gozó de una inmensa popularidad en los salones europeos antes de la aparición del piano forte.

La palabra “clavecín” procede del francés y es un apócope de “clavicémbalo”. Por su parte, clavicémbalo surge de la fusión entre los vocablos claves y cembalo (címbanos en la Castilla del siglo XV y zímbele en los Países Bajos). En Italia se llegó a denominar  a veces “arpicordio”, que es un nombre también muy utilizado en Inglaterra: harpsichord.

Aunque ambos son instrumentos de teclado y cuerdas, la principal diferencia entre el clavicémbalo y su pariente el clavicordio es que, mientras que en este último el sonido era extraído golpeando las cuerdas con mazos o saltadores, en el primero las cuerdas eran punzadas, al modo de la péñola en los laúdes moriscos o de la púa en la mandolina. Los bastoncillos del clavicémbalo, que provistos de una uña arañan las cuerdas, se denominan spinas (de ahí espineta). En sus orígenes más primitivos eran una pluma o un trocito de cuero.

El clavecín superó en popularidad al clavicordio, tanto en los salones de la buena sociedad como aportando el bajo continuo en la orquesta. Parece ser que el clavicémbalo hacía gala de un mayor volumen sonoro, amen de otras cualidades musicales difíciles de explicar por un lego como yo.

La evolución del clavicordio estuvo parada tres siglos por un problema aparentemente muy tonto. El empleo de mazos o saltadores en el cuerpo del instrumento debilitaba el marco donde iban insertas las cuerdas, impidiendo el uso de cuerdas muy gruesas, las de las notas graves, y limitando el número de las mismas. El clavicémbalo por contra no encontró ese problema, de ahí que fuese preferido.

Los clavecines y las grandes espinetas tenían por término medio 49 teclas, de las cuales 29 eran “principales” y 20 “fingidas”. Sobre este particular, nos informa el músico Adolfo Salazar:

“No todas las teclas correspondían al sonido que hoy esperamos que hayan de producir: una de las particularidades de los primeros claves (en ambas especies, así como en los órganos pequeños), en efecto, consistía en que por debajo de la primera octava completa se añadían ciertas teclas que daban notas propicias para ser tenidas por bajos de la armonía en tonos naturales, cosa derivada de los instrumentos como el laúd y la guitarra, sobre los que se tañen tonos no excesivamente alterados: esto que se práctica hoy mismo en la guitarra popular, cuyas dos cuerdas graves apenas sirven sino para dar los bajos mi-la, dio origen a las cuerdas colocadas fuera del “tasto”, y por lo tanto imposibilitadas de que se pisase en ellas, que caracterizaban a la tiorba”.

En el vídeo que aparece a continuación aparece el conjunto Kassia interpretando con un clavicémbalo.


2 comentarios:

  1. Excelente tu artículo... muy ilustrativo. Soy continuista, toco la espineta y me interesan todo lo referido a ella.

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  2. Muchas gracias por el comentario, Dan.
    Un abrazo

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