domingo, 24 de noviembre de 2019

El baile perdido, la difícil tarea de reconstruir la Historia


A menudo hemos destacado en estas páginas el carácter de arqueología que tiene la interpretación de música antigua. En muchos casos se trata de piezas tan lejos de nuestra época en el pasado que nos han llegado parcialmente documentadas, o con unas referencias mínimas, acerca de cómo se tocaban y de cómo podrían sonar en el momento en el que fueron compuestas. El último trabajo discográfico de La Galanía, El baile perdido. Danzas del siglo XVII, es un buen ejemplo de esto, pues ha conseguido devolvernos el sonido de aquellos bailes lascivos y libertinos de la España del siglo XVII. Como afirma la soprano Raquel Andueza en las siempre interesantes notas personales que incluye en todos los discos del conjunto, estábamos rescatando melodías olvidadas para hacerlas viajar desde su tiempo al presente. Estábamos, en definitiva, reconstruyendo la Historia.

Pero en este viaje La Galanía ha contado con un miembro extraordinario en la sombra como es el musicólogo Álvaro Torrente, quien, gracias a una beca de la Fundación BBVA, puso en marcha esta iniciativa basada en la reconstrucción de los doce bailes que incluye el CD, careciendo por completo de las partituras de los mismos, y solamente disponiendo -en el mejor de los casos- de vagas referencias sobre la interpretación que a veces acompañan a los textos.

Precisamente, Torrente destaca la importancia para la música occidental del baile barroco español en uno de los artículos que firma dentro de la monumental Historia de la música en España e Hispanoamérica (Tonos, bailes y guitarras: la música en los ámbitos privados, Tomo 3). Formatos como la zarabanda, la folía, la chacona y el pasacalle (que él no identifica exactamente como un baile) aparecen con fuerza en la música europea, no solo como música de danza, sino también dentro del género instrumental.

Una primera puntualización necesaria es que en la España del siglo XVII el baile y la danza eran concebidas como dos cosas bien distintas. La danza estaba asociada a la nobleza y a la elegancia, mientras que el baile era propio del pueblo llano y entrañaba no poca chabacanería en sus formas. La danza se basaba en movimientos contenidos y pausados de los pies, mientras que en el baile se movían pies y manos, a menudo de forma desenfrenada.

Sebastián de Covarrubias plasma los dos términos por separado en su obra Tesoro de la lengua castellana o española de 1611. Para el clérigo toledano el baile no es en su naturaleza malo, ni prohibido y comenta que se utiliza para entrar en calor en algunos lugares, si bien avisa que están reprobados los bailes descompuestos y lascivos. En cualquier caso, ya introduce el juicio moral -con su carga misógina incluida- cuando afirma que la mujer es más dada a dejarse llevar por el baile, que a su juicio es la inconstancia en su cuerpo y en todos sus miembros, y le atribuye un origen diabólico a través del refrán a la mujer bailar y al asno rebuznar, el Diablo se lo debió mostrar.

El sacerdote y poeta Rodrigo Caro también separa con claridad ambos conceptos en su libro sobre folclore Días geniales o lúdicros de 1626: mas volviendo á nuestro baile, digo que la diferencia entre la danza y él, es que en la danza las gesticulaciones y meneos son honestos y varoniles, y en el baile son lascivos y descompuestos. Además, asocia el origen del baile y su carácter “lascivo” y “deshonesto” al culto dionisíaco: estas danzas ó bailes lascivos y deshonestos eran también pirrhicos por la presteza y agilidad de su movimiento, y usaban de él en las fiestas de Baco, fundador de nuestra vecina Lebrija.

No es de extrañar que estos bailes cantados -aquellos que combinan poesía, música y movimientos- fueran prohibidos y su práctica perseguida, lo que justifica en gran medida que las partituras en las que se articulaba su melodía no haya llegado hasta nosotros. Resultaba arriesgado dejarlas por escrito y, en cualquier caso, su relativa sencillez y amplia popularidad lo hacían innecesario.

El baile perdido reúne varias de las modalidades de las muchas que se bailaban entre los siglos XVI y XVII, como la folía, el canario, zarabanda, chacona, seguidillas, jácara, guineo, polvillo, ay ay ay, gascona, secutor de la vara y zangarilleja. La Galanía vuelve a traer a nuestros oídos los sones eróticos con los que disfrutaban de su ocio nuestros antepasados de aquella España imperial que se deslizaba irremediablemente hacia la crisis.



Álvaro Torrente describe el proceso seguido para llevar a cabo esta tarea de arqueología musical: el punto de partida -la materia prima- es el poema de cada uno de los bailes, que dan una idea del carácter de la pieza y que incluso llegan a aportar su patrón rítmico a través de la métrica específica en la que están armados (longitud de los versos y acentos). Igualmente, la existencia o ausencia de estribillo y sus características son un elemento que define cada baile. Para algunas de las formas de baile más conocidas la armonía está documentada en diversas fuentes, como pueden ser la chacona, la jácara o la zarabanda. En el resto de los casos ha habido que recurrir a la escasa información musical que acompaña al texto, como puede ser la indicación de los acordes.

A pesar de su origen popular y barriobajero de los poemas, muchos de los textos que nos llegado hasta nosotros son versiones cultas de los mismos. Aun así, entre las metáforas elevadas y las formas más cultas se abren paso la picaresca y los motivos picantes, como en la zarabanda La batalla del amor:

El puñal de aquel encuentro
se lo metió hasta el centro
y ella, que lo sintió dentro
con herida tan suave,
dice: “¡Ay, cómo me sabe
un poquito antes que acabe!”

En otros casos, como en Secutor de la vara, las alusiones sexuales no son tan veladas, sino más bien todo lo contrario:

Secutor de la Vara
dice a su mujer:
“¡Échate en la cama,
que te quiero joder!”

El baile perdido es el sexto trabajo discográfico publicado por el sello discográfico de La Galanía,  Anima e Corpo, después de Yo soy la locura 1 y 2 sobre música barroca españpla, los dedicados a la ópera veneciana, Alma mia (sobre obras de Antonio Cesti) y Miracolo D´Amore (arias y dúos de óperas de Francesco Cavalli) y Pegaso, un conjunto de salmos y motetes de Tarquinio Merula.

La Galanía fue fundada por la soprano Raquel Andueza y el tiorbista Jesús Fernández Baena en 2010. El presente trabajo ha contado además con los músicos Pablo Prieto (violín), Manuel Vilas (arpa doppia), David Mayoral (percusión) y Pierre Pitzl (guitarra barroca).

sábado, 2 de noviembre de 2019

Rodrigo Rodríguez interpreta el shakuhachi en el templo filipino Ma-Cho, La Gema del Taoísmo


Hoy traemos un nuevo vídeo del intérprete de shakuhachi Rodrigo Rodríguez grabado en el templo Ma-cho de San Fernando, La Unión, Filipinas. Es costumbre de este músico el actuar en escenarios de gran calidad histórica y arquitectónica, donde la ancestral flauta japonesa parece formar parte de este entorno épico y mitológico, que parece salido de una película.

El templo Ma-Cho es un templo taoísta dedicado a la diosa del mar, Mazu. Según la leyenda, Mazu era una niña con el nombre de Lin Mo que solo vivió hasta los veintiocho años y que vivo durante la dinastía Sung del Norte, que ostentó el poder en China desde el año 960 hasta el 1127 d.C. La leyenda cuenta que Lin Mo era compasiva y que podía hacer milagros con sus poderes. Murió a una edad temprana porque sacrificó su vida para salvar a los que estaban en las aguas turbulentas del mar.

La pieza que interpreta es Natsu Yama Uta (La canción de la montaña estival), una canción tradicional japonesa que normalmente se toca con la flauta de bambú shakuhachi acompañada del canto, aunque en esta ocasión Rodríguez realiza una versión exclusivamente instrumental.



La flauta shakuhachi es quizá el instrumento más sencillo que existe fuera de los de percusión.

Sin llaves, ni lengüeta, como otros instrumentos de viento occidentales, está construida de bambú madake (más duro y resistente que el vulgar) y, a pesar de lo simple de su estructura, es capaz de emitir un completo y complejo abanico melódico que abarca sonidos cautivadores cargados de misterio y embrujo.

Está construida de una sola pieza, a diferencia de otras flautas orientales, y consta de cinco agujeros.

El origen de este instrumento hay que buscarlo en China y no es hasta el siglo VIII en que es introducido en Japón.

La música de shakuhachi ha estado siempre asociada con la espiritualidad y con el budismo zen, en concreto, con los monjes komuso, una secta fundada en Japón en el siglo XIII.

Rodrigo Rodríguez es un maestro de talla internacional en la interpretación de este instrumento, así como en las tradiciones asociadas a él. Argentino de nacimiento, ha estudiado en Japón música clásica y tradicional bajo los linajes de Katsuya Yokoyama en «The International Shakuhachi Kenshu-kan School» a cargo del Maestro Kakizakai Kaoru.