viernes, 12 de abril de 2013

Las Lecciones de las Tinieblas de Couperin

Un título tan sugerente como inquietante el de las Lecciones de las Tinieblas, para una obra de singular belleza, cuya delicadeza y sensibilidad contrasta con lo oscuro de su asociación nominal tenebrosa. Composición religiosa de Françoise Couperin, uno de los grandes compositores franceses para clavecín del siglo XVII y descendiente de una familia de músicos cortesanos. Para algunos su obra dedicada al culto no está a la altura de sus composiciones para clave, pero no seré yo el que se atreva a entrar en tan singular contienda.

Couperin compuso las Lecciones por encargo para las monjas del convento de Longchamp en 1714. Se trata de una pieza en tres partes destinada a ser interpretada en los oficios de Miércoles Santo; las dos primeras escritas para una voz sola, y la tercera para dos voces altas (y la más bella, a mi modo de ver).

La liturgia a la que se asocia la obra data del siglo IX y se basa en ir apagando los cirios del templo de forma progresiva, para simbolizar los sufrimientos y la muerte de Cristo. No obstante, las Lecciones de las Tinieblas tienen su origen en el Antiguo Testamento, y más en concreto, en el libro de las Lamentaciones de Jeremías, o el libro de Jeremías  a secas. Es un testimonio que expresa el sufrimiento por la destrucción de Jerusalén por los invasores babilonios en algún momento del siglo VI antes de Jesucristo.

La pasión que expresa Jeremías en su texto es trasladada al escenario del calvario de Cristo,  a través de las Lecciones de las Tinieblas,  y pasa con los siglos a formar parte de la liturgia y el culto celebrado en la Semana Santa.

El texto de las lecciones sigue al pie de la letra las Lamentaciones de Jeremías y además hace coincidir los versículos con las letras del alfabeto hebreo: Aleph, Beth, Guimel, Daleth…

François Couperin pertenecía a una familia de músicos cortesanos, es decir, como ocurría con innumerables profesiones en la corte de Luis XIV, la función pública se heredaba de padres a hijos, independientemente de la habilidad para desempeñar las funciones encomendadas, como bien apunta Adolfo Salazar en su monumental obra La música en la sociedad europea (1942-1946). Comenta al respecto que los hijos de Jean-Baptiste Lully ocuparon el puesto de su progenitor como músicos del rey a pesar de su escasa aptitud para este arte, si bien su padre les instruyó para hacer componer sus ballets y óperas a músicos profesionales mediante retribución.

El caso de los Couperin es completamente distinto pues el último descendiente de la saga, Françoise, eclipsó a sus predecesores, a pesar de sus respectivas maestrías al clavicémbalo, y se ganó con justicia el sobrenombre de “el grande”.  Al servicio de Luis XIV compuso suites y conciertos que le hicieron  destacar entre sus rivales italianos e ingleses.

Volviendo a las Lecciones, Couperin las compuso cuando ya era un hombre célebre, pues desde 1693 ocupaba el puesto de organista de Versalles. Había igualmente compuesto en ese momento de su vida su obra más brillante. Las Lecciones de las Tinieblas constituyen una cumbre tardía en su obra por su plasticidad y su capacidad expresiva, y por su habilidad para transmitir distintos estados de ánimo a través de las notas, desde la lamentación a la esperanza.

Las tres piezas acaban con la misma frase, Jerusalen, convertere ad dominun tuum,  que quiere decir Jerusalén, conviértete a tu Señor. Os dejo aquí la tercera, sin duda mi favorita.


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